Nos dijimos adiós y fue para siempre,
en aquel malévolo andén brumoso y maloliente,
desapareciste de mi vida como desaparece la lluvia,
ni una carta, ni una breve nota, ni una explicación.
Solo, hundido, indefenso en aquel maldito andén de la estación.
Triste como un hombre que se pone triste al ver partir a su amada,
pero sin imaginar que no volvería a verte.
Hoy estoy otra vez en la estación, ¿sabes?
Fumo un cigarrillo y miro a los trenes alejarse,
me evocan melancolía y tristeza,
una profunda tristeza, que hace que muera cada día desde entonces,
que algo se retuerza en mis entrañas desde entonces,
que algo me corte como cuchillas mi interior desde entonces.
No hay semana que no regrese una o varias veces a esta estación impune.
No he vuelto a estar con otra mujer, ni a pensar en otra mujer,
ni a desear otra compañía que no sea la tuya,
a pesar de que me partiste el corazón en dos,
a pesar de que me serviste en bandeja de plata nuestro amor hecho trizas,
y de postre, el resto de mi vida enjugada en amargura,
desesperación envuelta en papel de regalo,
ahogo teñido de mugrientos sentimientos desnudos.
Parece que algo se ríe de mí en la estación,
padezco la burla del destino helado y deforme,
y parece que te veo aparecer en cada chica que baja de un tren,
para comprobar una y otra vez que no eres tú,
que ya no estás, que ya no existes salvo en mi memoria cansada,
que te fuiste para no volver, sin dar señales de vida o muerte,
que te esfumaste por el desagüe de la vida, eterna y marchita para mí.
Me pongo enfermo cuando llego a una estación.
Siento una presión en el pecho de estertores brutales,
hasta aspiro aromas de tu último perfume,
estoy amargado, vacío, hueco, distante, huraño y contrito.
¡Malditas estaciones de evocaciones perversas!
¡Malditos trenes que no van a ninguna parte!
¡Maldito tu rostro del que no logro deshacerme!
en aquel malévolo andén brumoso y maloliente,
desapareciste de mi vida como desaparece la lluvia,
ni una carta, ni una breve nota, ni una explicación.
Solo, hundido, indefenso en aquel maldito andén de la estación.
Triste como un hombre que se pone triste al ver partir a su amada,
pero sin imaginar que no volvería a verte.
Hoy estoy otra vez en la estación, ¿sabes?
Fumo un cigarrillo y miro a los trenes alejarse,
me evocan melancolía y tristeza,
una profunda tristeza, que hace que muera cada día desde entonces,
que algo se retuerza en mis entrañas desde entonces,
que algo me corte como cuchillas mi interior desde entonces.
No hay semana que no regrese una o varias veces a esta estación impune.
No he vuelto a estar con otra mujer, ni a pensar en otra mujer,
ni a desear otra compañía que no sea la tuya,
a pesar de que me partiste el corazón en dos,
a pesar de que me serviste en bandeja de plata nuestro amor hecho trizas,
y de postre, el resto de mi vida enjugada en amargura,
desesperación envuelta en papel de regalo,
ahogo teñido de mugrientos sentimientos desnudos.
Parece que algo se ríe de mí en la estación,
padezco la burla del destino helado y deforme,
y parece que te veo aparecer en cada chica que baja de un tren,
para comprobar una y otra vez que no eres tú,
que ya no estás, que ya no existes salvo en mi memoria cansada,
que te fuiste para no volver, sin dar señales de vida o muerte,
que te esfumaste por el desagüe de la vida, eterna y marchita para mí.
Me pongo enfermo cuando llego a una estación.
Siento una presión en el pecho de estertores brutales,
hasta aspiro aromas de tu último perfume,
estoy amargado, vacío, hueco, distante, huraño y contrito.
¡Malditas estaciones de evocaciones perversas!
¡Malditos trenes que no van a ninguna parte!
¡Maldito tu rostro del que no logro deshacerme!
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