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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

viernes, 20 de julio de 2007

El preludio del reflejo de Oberón


Dejando atrás a mi compañera de caminata con la promesa de verla más tarde, continué ascendiendo por aquella angosta y húmeda vereda. Al cabo de un buen trecho, cansado y con el sudor de mi frente penetrando ya en mis ojos, me incliné para beber un poco de agua del arroyo. El riachuelo me devolvió el reflejo de Oberón como preludio de que algo fuera de lo común iba a suceder. Entonces, tras haber bebido un primer sorbo, lo oí. Sonó como un crujido, como si hubieran partido en dos una rama seca.

Mi tranquilidad se transformó en un estado de nervios irracional. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi compañera con mi teléfono móvil, pero no contestó. Un frío gélido se apoderó de mi cuerpo a pesar de ser verano y gozar de una temperatura muy cálida.

Y entonces apareció justo enfrente de mí, como un fantasma de rostro incrédulo y aterrado y con varios regueros de sangre provocados por la mortal herida de su cráneo que caían por su cabeza de forma desigual. Me habló como lo que ya era, un espectro confundido y despistado.

-¿Por qué me has hecho esto? -me dijo.

Agaché la cabeza como un cobarde y no supe qué contestarle.

jueves, 19 de julio de 2007

Mis dos fobias



Cuando pensaba en mi vida, tenía que acabar concluyendo que todo me iba a pedir de boca. Tenía una mujer estupenda y maravillosa que me amaba y tenía un crío de diez años que era nuestra alegría y nuestra debilidad.
Sólo había dos cosas que me traían a maltraer y que no comprendía por irracionales. No podía acercarme a un circo, era superior a mis fuerzas.No es que me pusiera nervioso o alterado, me ponía histérico. Así que, cuando nuestro hijo nos pedía que le lleváramos a ver las atracciones circenses del último circo que hubieran montado en la ciudad, era mamá la que cumplía porque papá no podía. La otra fobia que me acompañaba desde siempre era que no podía ver una baraja de cartas. Daba igual que fuera una baraja española o de póquer, la reacción siempre era la misma. Era ver unos naipes y me ponía a temblar descontroladamente. La verdad es que mi mujer, con la ternura y el tacto que la caracteriza, siempre me había sugerido ir a un psicólogo. Y yo, con la testarudez y la estupidez que me caracteriza a mí, siempre me había negado. Al fin y al cabo uno no va tropezándose en su vida cotidiana con circos y con partidas de cartas. Ese era mi argumento, pero la verdad era que no me apetecía contarle mis tonterías a ningún extraño, aunque fuese profesional. Una tarde habíamos programado una velada en casa de las típicas. Marco y Marisa, su mujer, habían venido con su hijo Pedrito a pasar la tarde. Lo pasábamos bien en esas veladas, ya que Marco era amigo mío desde la infancia, las mujeres se llevaban muy bien y los niños jugaban toda la tarde. Sin saber muy bien por qué, mis fobias se convirtieron en el tema estrella de la conversación. Tanto fue lo que me presionaron que a la mañana siguiente prometí llamar a la consulta del doctor Grau para concertar una cita. El terapeuta había estudiado con Marisa en la universidad y ella me aseguró que hacía milagros con los pacientes. Así que no me quedó más remedio que tomar su tarjeta y prometer a todos que iría a que me viera. A la mañana siguiente, en el trabajo, saqué la tarjeta de mi bolsillo y cuando me disponía a llamar algo me frenó. Debajo del nombre del terapeuta había unas palabras que no me gustaron: “Hipnosis regresiva, viaja a vidas pasadas”. Así que, decidí no llamar. Pero, ¡lo que son las cosas!. Como había poco trabajo, decidí mirar en INTERNET a ver si encontraba algo sobre las regresiones. ¡Y vaya si lo encontré! Aquellas páginas eran un compendio de pseudo-esoterismo barato que me echó definitivamente para atrás. Y para no quedar mal con nadie, llamé a Marisa e intenté disculparme. La conversación fue breve pero sirvió para que yo acabara en la consulta de su amigo.

-¿Marisa? Hola, soy Pepe.
-Hola Pepe, cómo vas. ¿Ocurre algo?
-Pues sí. Oye, mira, yo creí que tu amigo era un psicólogo serio. Si es uno de esos que promete llevarte a vidas pasadas y esas chorradas parapsicológicas yo…

-Oye, el doctor Grau no es una persona como la que tú estás describiendo. Por supuesto que es un psicólogo serio, uno de los más serios que yo conozco -me dijo Marisa contrariada.

-Y, entonces ¿qué significa lo de las vidas pasadas en la tarjeta?-dije yo como si la hubiera cogido en un renuncio.

-Eso no tiene nada que ver, pura mercadotecnia, chico. Escucha, -me dijo con toda la serenidad del mundo- yo que tú, primero hablaría con él, sin comprometerme a nada. Te atenderá gratis la primera consulta si dices que vas de mi parte. Si una vez que hayas hablado no te ves convencido, pues no pasa nada, te vas y santas pascuas. ¿Qué te parece?

-Me parece razonable, Marisa. Pero lo de las vidas pasadas me parece una chaladura, chica.

-Bueno, pues yo ya no te digo más. Te dejo, que tengo trabajo. Ya me contarás.

-Vale, un beso. Ah, y gracias.

-No las merezco, chao.

Después de hablar con Marisa llamé a la clínica y me citaron para el día siguiente. Esa noche hasta tuve pesadillas, lo que provocó que pasara el día entre ansiedad y somnolencia. No obstante, después de salir del trabajo, le eché valor y me presenté allí. Mientras estaba en la sala de espera estuve a punto de marcharme ya que los "elementos de mercadotecnia” colgaban de las paredes en forma de llamativos carteles. Pero cuando iba abandonar la enfermera pronunció mi nombre y me pareció menos violento entrar a la consulta que marcharme sin decir nada. El doctor Grau me saludó educadamente. Al parecer, Marisa ya había hablado con él y le había comentado mis reticencias. Y yo se las confirmé mientras él me escuchaba pacientemente. Tuve la extraña sensación de que el doctor me resultaba inquietantemente familiar, aunque era la primera vez que le veía.

-Escúcheme -me dijo-. Yo soy un científico y si he optado como terapeuta por el método de la hipnosis regresiva es porque me da estupendos resultados. Mediante este sistema hago retroceder en el tiempo a mis pacientes y les llevo hasta sus traumas. Lo que ocurre es que, a veces, después de hacer un recorrido temporal a lo largo de su vida, no encuentro ningún resquicio. Cuando sigo retrocediendo, el paciente suele verse en lo que parece ser el útero de su madre. A partir de ahí, si seguimos dando marcha atrás, el paciente da un salto hacia un tiempo y un lugar que no pertenecen a su vida cotidiana. Sin embargo, el paciente tiene la sensación de haber vivido esos hechos.

-¿En vidas pasadas? -le pregunté con sarcasmo.

-Me importa un pito lo que sea -contestó él de forma tajante.

-Perdón, ¿cómo dice?

-El concepto de “vidas pasadas” es el más romántico o el más filosófico. Pero también podría ser que tuviéramos esas informaciones grabadas en el subconsciente. O podría ser que fueran fruto de la información genética. Tenga en cuenta que los genes se van transmitiendo de generación en generación y podría ser que guardáramos información de vivencias que tuvieron nuestros padres, nuestros bisabuelos o nuestros primeros antepasados. En cualquier caso, ninguna de las teorías anteriores ha podido ser demostrada. Y hasta que lo sean, yo sigo curando pacientes mediante la regresión.

-Oiga, creo que le debo una disculpa -dije arrepentido-. Verá, he visto tantas cosas en INTERNET que creí que sería usted un charlatán.

-Y no le culpo, amigo. Este es un terreno abonado para sinvergüenzas y estafadores. Pero esto es una consulta médica. Y si usted está de acuerdo, empezamos ahora mismo. La sesión de hoy es gratis y si cuando terminemos no está conforme, se lo dice usted a Marisa y aquí paz y después gloria, ni siquiera tendrá que volver a verme.

Cuando al cabo de una hora salí de la sesión, tuve claro que volvería a ver a ese hombre. El proceso de hipnosis me llevó a volver a revivir algunos episodios de mi vida. La sensación fue extraña, porque era consciente de estar tendido en la camilla y al mismo tiempo vivía un hecho que había ocurrido en el pasado. Pero no lo recordaba extrayéndolo de mi memoria, sino que volvía a vivirlo como si volviera a estar allí. Fue increíble.

La siguiente sesión tuvo lugar una semana más tarde. El doctor Grau me relajó y me dijo que íbamos a viajar hasta un circo que hubiera significado mucho para mí. Inmediatamente me sentí transportado hasta el descampado en el que jugábamos al fútbol cuando yo era pequeño. Mis amigos y yo teníamos doce años y me alegré de volver a verlos. Durante esos días no podíamos jugar con el balón ya que en nuestro descampado habían instalado un pequeño circo. Así que aquella noche jugábamos al escondite. Las lonas y los artefactos circenses hacían que el juego fuese más interesante ya que disponíamos de muchos lugares en los que scondernos. Precisamente, yo me escondí detrás de una de las lonas. En un momento dado, escuché pasos detrás de mí. Al volverme contemplé a dos hombres que me miraban con malas intenciones.

-Así que has venido a robar ¿eh? -dijo uno de ellos enfatizando el final de la frase.

-Yo… -dije balbuceando-, no… Estoy jugando al escondite y…

No me dejaron explicarme porque el que había hablado me propinó una patada en el costado que me levantó del suelo.

-¡Pingo! -dijo el otro con mala leche. Luego me dio una bofetada que provocó que el oído me zumbara durante horas.Como allí no valían las explicaciones, mis amigos me llamaron desde detrás y salimos corriendo como alma que lleva el diablo.El doctor Grau me despertó del trance y recuerdo que al levantarme de la camilla tuve que secarme las lágrimas. Había estado llorando. ¿Cómo había podido olvidar el suceso?

-Este episodio significó mucho para usted -me dijo el doctor-. Seguramente fue la primera vez que unas personas mayores abusaron de usted. Y usted no había hecho nada malo. Su mente no lo comprendió y decidió borrar ese capítulo de su vida, pero sin embargo, cada vez que ve un circo, no puede soportarlo. Pues bien, ya sabe por qué. Lo que debe hacer ahora es asumir el hecho e integrarlo en su vida cotidiana con su perspectiva de adulto. Y admitir que ponerse nervioso por ver un circo no tiene sentido.

El sábado siguiente llevé a mi hijo y a Pedrito al circo y yo me lo pasé mejor que ellos. Me había curado. Antes de empezar la siguiente sesión, informé al doctor Grau de mi progreso y le di las gracias por todo.

-Aún no hemos terminado -me dijo-. Todavía tenemos que ver qué pasa con su fobia a las cartas.

Esta sesión duró un poco más, ya que no encontramos nada que pudiera justificar mi aversión a los naipes. Así que el doctor me llevó hasta el útero de mi madre. Pero en el momento en que más a gusto me encontraba salté hasta un “yo” que vivía en el siglo XIX en un pueblo del norte de España. Realmente era yo, tenía cincuenta años y me llamaba Paulino.Vivía en un pueblo casi deshabitado y trabajaba de sol a sol. Era viudo y no tenía hijos. Y la única diversión era la partida de cartas de los domingos por la tarde. Mi vida no era radiante pero tampoco era un infeliz. Lo único que ocurría era que desde hacía un año yo venía padeciendo unos dolores infernales en el pecho. Por aquel entonces no había médicos, pero yo sabía que tenía una enfermedad mortal. Y como era un bromista, decidí despedirme de mis amigos a mi manera. Así que en una de aquellas partidas decidí hacer una apuesta. Les dije a mis amigos que sería capaz de adivinar el día de mi muerte con las cartas. Me las coloqué y saqué algunas que, por su número, me dieron la fecha que yo quería: el 10 de diciembre de 1891, una semana más tarde. El Salustiano, buen amigo, entró al trapo e hicimos una apuesta. Si no moría yo le daba mis dos vacas y si moría, él pagaría el entierro y el funeral. A la semana siguiente, el día 10, el cura encontró mi cuerpo en mi casa pendiendo de una soga. Me había suicidado.

No hace falta decir, que a partir de ese momento las partidas de cartas se incorporaron a las reuniones con Marco y con Marisa. Cuando llegó la hora de pagar al doctor metí en un sobre acolchado un talón, una baraja de cartas y dos entradas para el circo. Y se lo hice llegar de forma anónima. A los pocos días recibí en casa una carta que llevaba el membrete del doctor Grau. La carta decía “Gracias, Paulino”. Y la firmaba “ el Salustiano”.

jueves, 12 de julio de 2007

Inhumación ilegal

Comienzo del relato: Javier Tomeo
Mi amigo Ramón dice que en estos tiempos que corren la televisión y los televisores vienen a ser la versión electrónica del diablo. -¿Dónde tienen los televisores los cuernos? -le pregunto, divertido por su ocurrencia. Me explica que los cuernos de los nuevos diablos electrónicos pueden ser perfectamente esas antenas que se colocan sobre los televisores para mejorar la imagen. Luego enciende un cigarrillo y me cuenta que hace un par de semanas tuvo la ocurrencia de enterrar su televisor portátil de diez pulgadas mientras estaban retransmitiendo uno de esos programas en los que la gente se insulta y se tira los trastos por la cabeza. -Era una noche de plenilunio y hacía un calor sofocante -recuerda- Bajé al solar que hay delante de casa, puse el televisor en marcha y lo deposité cuidadosamente en el fondo de un pozo que había cavado aquella misma mañana al pie de un olivo. Luego empecé a echar la tierra removida encima del televisor sin que la presentadora y los concursantes se diesen cuenta. Fue así como consumé el primer televicidio de la historia. -¿Y qué sucedió luego?

Continuación del relato: Paco Gómez
- Lo más increíble que te puedas imaginar -comentó Ramón con desgana- Cuando regresaba a mi casa oí unas voces lejanas. Al principio no quería creerlo, pero cuando por fin acepté el hecho de que los timbres de esas voces me eran irremediablemente familiares, me volví. Encendí un cigarrillo y me quedé mirando al hoyo que acababa de tapar apoyado en el mango de la pala y echando humo como una locomotora. Las voces eran la de la presentadora y la de los concursantes. Y pedían socorro los muy "chalaos", ¿te lo puedes creer?- Venga, Ramón, que esto no hay quien se lo trague.- Ya lo sé -respondió con toda la naturalidad del mundo mientras exhalaba parsimoniosamente el humo de su cigarrillo- Ten en cuenta que el televisor estaba apagado y desconectado del cable de antena. Sólo me había tomado un par de vinos en la cena, así que estaba sobrio. Pensé que me había vuelto "majarón".Ramón encendió otro cigarrillo y permaneció en silencio unos instantes. Parecía que había dado por concluida la conversación. Y yo empecé a experimentar ansiedad, porque empecé a vislumbrar que el relato de Ramón podría ser cierto. Era un bromista, pero esta vez parecía afectado mientras contaba su historia. Me arriesgué a picar en el anzuelo porque, si todo era una broma, iba a estar riéndose de mí por lo menos un mes.- Bueno, Ramón, ¿y que pasó después? -le pregunté.- Pasó lo que tenía que pasar -continuó- Apagué el pitillo y me puse a desenterrar el maldito televisor entre las voces de esos "degeneraos". Cuanto más tierra quitaba, más chillaban, hasta que se hizo el silencio.- Bueno, ¿y qué pasó luego?- Con el trajín de cavar no me había dado cuenta, pero el caso es que delante de mis narices se habían "plantao" dos municipales que me estaban diciendo que saliera del boquete y que les diera mi carné de identidad. Al preguntarme por lo que estaba haciendo no se me ocurrió otra cosa que decirles la verdad. Y les dije que luego me había arrepentido de enterrar el televisor en la vía pública porque... En fin, que les largué un rollo ecologista, tú sabes.- Bueno, y ellos, ¿qué te dijeron? -le pregunté ansioso por saber el desenlace de la historia.- Pues lo primero, que siguiera cavando, para comprobar mi versión. Después, que tapara el hoyo. Luego, tras convencerles de que me llevaría la "tele" a casa y que el suceso no se volvería a repetir, me preguntaron que si quería que me llevaran a un hospital. Tuve que emplear toda mi labia para convencerles de que había sido un episodio de paranoia puntual, insólito pero puntual, Andrés, tú sabes.- ¿Y te dejaron ir? ¿Sin más?- No sin antes decirme que me llamarían en una hora, para ver si todo iba bien. Así que me fui a casa y monté el televisor. En el programa seguían dando gritos pero la pelleja de la presentadora me miró en un momento determinado y me guiñó un ojo.- ¡Vamos anda, Ramón!- Te lo juro por lo más "sagrao", Andrés. Parecía como si me dijera que no iba a poder librarme de ella así como así.- Y, ¿sigues viendo ese programa?-¡Qué remedio, chico! Si no lo pongo empiezan a sonar esas malditas voces en mi cabeza. No me he atrevido ni a quitar el barro del televisor.No supe qué decir así que me despedí de él y me marché de allí pensando en las cosas de Ramón. Ya no me hacía ninguna gracia lo que me había contado. Desde que murió su mujer, se estaba volviendo cada vez más "majarón".

Un amigo en la noche


No cabía duda, el pueblo costero gaditano ejercía en Paco verano tras verano el efecto terapéutico esperado. Después de trabajar todo el año, tenía que acudir allí y dedicarse a no hacer nada, a prescindir de horarios, a contemplar las montañas, a oír el susurro del oleaje, a tomar el café con los parroquianos. Y tenía que hacerlo solo. No sabía a ciencia cierta de qué manera había desarrollado ese instinto que le hacía no sólo buscar la soledad, sino amarla y gozarla intensamente. Cada vez odiaba más el tener que mezclarse con gente. Si tenía que hacerlo, siempre acababa frustrado y maldecía en silencio el momento en que había decidido acudir a la reunión. La última había sido en su casa, antes de iniciar sus vacaciones. Invitó a una pareja a la que conocía de toda la vida y acudieron con los niños. Ya durante la cena experimentó la familiar sensación de tedio al comprobar que la estrella de la velada era la ausencia de cualquier tipo de conversación medianamente inteligente. Echó profundamente de menos a las personas que conoció tiempo atrás. Cuando al término de la cena el tiempo fue pasando y la pareja compartía juegos con los niños en un pequeño artilugio que él supuso que era una consola, se levantó, se dirigió al servicio y vomitó. Cuando volvió seguían emitiendo gruñidos e incluso se enfadaban entre ellos. Así que les echó de su casa con toda la diplomacia que fue capaz de reunir. Acababa de cenar y mientas fumaba un cigarrillo escuchando el ruido de las olas, estaba reflexionando. ¿Sería una enfermedad sentirse feliz estando solo? Hace ya mucho tiempo que se hacía esta pregunta. Abandonó el murmullo de la terraza y se dirigió a experimentar su rutinario paseo nocturno. Le gustaba ir de noche por esa carretera oscura, sin más luces que las de las casas lejanas, sin más ruido que el pitido de los barcos que atravesaban el Estrecho de Gibraltar. Y rezaba para que la civilización no llegara nunca allí, para que su refugio estival permaneciera siempre como hasta ahora, en estado semisalvaje. Al cabo de un buen trecho de marcha observó un bulto en la oscuridad, algo sobre el murete que bordeaba la estrecha carretera. Cuando se fijó un poco más, vio que era un hombre de espaldas que miraba en dirección a la estela luminosa proyectada por la luna sobre el mar. El hombre lloraba y su llanto era el más amargo que Paco había escuchado nunca. Se quedó tan impresionado por la circunstancia que su primera reacción fue seguir la inercia de sus pasos y, cuando se dio cuenta, había dejado la escena unos cien metros atrás. De repente sintió que no podía seguir paseando y que de alguna manera, se había contagiado de una angustia vital como nunca antes había sentido. Giró ciento ochenta grados y se fue acercando poco a poco al desconocido. Se situó a su espalda mientras pensaba que no tenía ninguna necesidad de hacer lo que iba a hacer.
-Buenas noches, amigo -dijo Paco al tiempo que el hombre dio un respingo y se volvió asustado.
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere? -contestó el hombre con marcado acento británico.
-Perdóneme, pero sólo soy un paseante nocturno que no he podido asumir sin más lo que he visto mientras iba caminando. No quiero molestar, es más, si me dice que me vaya seguiré mi camino inmediatamente.
-No, no es eso. Es sólo que no le conozco y me ha sorprendido el sonido repentino de su voz. Ni siquiera le había visto llegar. -El extranjero había apagado sus sollozos e intentaba aparentar más dignidad de la que tenía en esos momentos.
-Entonces, permítame que me siente ¿quiere un cigarrillo? -El hombre aceptó y la llama del mechero permitió a ambos escrutar más de cerca sus rostros.
-Se está bien aquí ¿eh? Al menos a mí siempre me reconforta la mezcla de la oscuridad de la noche y el rumor de las olas. -Paco intentó iniciar la conversación intentando poner en práctica la poca sensibilidad que aún le quedaba en sus relaciones con los demás.
-Pues la verdad es que sí, -contestó el extranjero- a pesar de que la vida no tenga sentido.
-Puede que lleve razón, o puede que no. O puede que el error sea intentar explicar la vida en términos racionales. Siempre pensé que la razón es una cualidad estrictamente humana, por tanto, siendo anecdótico el género humano dentro de la diversidad animal, vegetal y mineral, ¿por qué tendría que ser acertado analizar la vida en pensamientos razonados?
-Eso es demasiado profundo amigo, aunque admito que la reflexión es original. Mire, intuyo que le he dado pena y que se ha sentado conmigo para intentar ayudarme, cosa que le honra y que le agradezco. Pero sencillamente, mi vida es un asco, algo he debido hacer mal. Me encuentro en un momento en el que no me reconozco, sólo siento angustia y una pena muy grande.
-Se equivoca amigo -dijo Paco procurando no contrariar en exceso al afligido desconocido-. No sentía ninguna pena por usted, no le conocía. Haciendo un ejercicio de sinceridad, me he sentado con usted porque he sentido la necesidad, nada más. Sin embargo, nuestra conversación hace que empiece a sentir una corriente de empatía hacia usted, inexplicable ¿verdad? Pero así es como funcionamos. Como puede ver no es nada racional, pero ahí está.
-Le agradezco sus palabras, de verdad. Pero cuando uno pierde su trabajo por cuidar a su mujer que acaba de morir de cáncer, cuando al cabo de un mes tu única hija muere en un accidente de tráfico y una semana más tarde tus padres mueren en una explosión de gas, no queda más remedio que pensar que todo esto es una mierda, y perdone la expresión -afirmó categórico el extranjero.En ese momento a Paco sólo le resonó una palabra en el cerebro: ¡joder! ¿Qué podía decirle ahora a este hombre? ¿Que la vida sigue? ¿Que hay que olvidar? Esperaba estar a la altura de las circunstancias.
-Lo que acaba usted de decirme es tan fuerte que no se cómo no se ha quitado usted de en medio -respondió Paco intentando reforzar la valentía de su interlocutor.
-Pues está usted a punto de presenciarlo. Llevo más calmantes encima de los que mi cuerpo podrá soportar. Lo siento pero he intentado no involucrar a nadie -contestó sereno el extranjero.Como Paco intuyó que no serviría de nada seguir con la conversación, sacó de su bolsillo el teléfono móvil y llamó a la Guardia Civil. En ese momento el extranjero le quitó el teléfono, lo apagó y lo lanzó lejos.
-Pero ¿qué hace? -gritó Paco.
-Se lo ha tragado ¿verdad? -le decía el extranjero mientras le miraba con el rostro totalmente cambiado. Ahora sonreía como un niño que se hubiera salido con la suya y Paco estaba desconcertado.- La verdad es que le he mentido como un bellaco amigo. Demos un giro a nuestro encuentro y escuche los hechos como yo los he percibido. He visto acercarse a un hombre en la oscuridad. Y he visto que ese hombre tiene una pena tan grande en el alma que he decidido montar un ardid para que se detuviera. Y ahora cuénteme amigo, ¿qué diablos le ocurre a usted?