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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

jueves, 29 de enero de 2009

Restaurante Las Olas: Algeciras

Uno puede caminar por el paseo marítimo de la playa de Getares, echar un pitillo, el que fume, contemplar el Peñón de Gibraltar, al que le guste extasiarse con la visión de la colonia británica, en fin, hacer deporte, escuchar música e incluso sentarse en el murete y conversar con unos buenos amigos. Y si le entra hambre, no le van a faltar sitios en los que picotear algo y tomarse una cerveza. Pero si quiere una experiencia agradable, coja a esos buenos amigos y entren en Las Olas. Eso hice yo la otra noche, sentarme con mis amigos frente a una paella de marisco y una botella de Muga crianza. El dueño no te atiende, te mima. Si hay algo que a él no le gusta, te lo dice. “Hoy no comas atún, tómate una lubinita a la espalda”.


Cenamos escuchando una buena dósis de buena música, porque hasta para eso tienen gusto. Como era miércoles, estábamos solos, hablando de nuestras cosas y del buen trato que nos estaban dando. La paella estaba de cine y el Muga acompañaba. No quedó nada y, cuando nos trajo la carta de postres pedimos unos cafés. Nos los sirvió con habilidad y pedimos unas copas a las que por supuesto nos invitaron. No contento con esto, a nuestro amigo, que ya lo era, le faltó tiempo para llamar al pub de al lado, entiendo que también es suyo, y decir que no nos cobraran las copas cuando apareciéramos por allí. En el pub estaba mi amigo Jesús, que trabaja allí y en el restaurante de camarero, tienen que verle ejercer el oficio, un fiera oiga. No es el primer amigo burgalés que tengo y no será el último. Como decía, no nos cobraron las copas. Y en éstas que conocí a Mirta, un nombre tan precioso como su cara. Nos mimó y atendió como no pueden hacerse idea. Y nos invitó a las segundas copas con una sonrisa enmarcada en su rostro por una melena negra y unos ojos para perder el sentido.
Y como a mí me gusta pagar algo, pedimos la tercera y esa sí, la pagué yo.
Están aquí, en Algeciras, y pueden hacerles pasar una velada que no olvidarán, se lo aseguro.

viernes, 23 de enero de 2009

De locos

Es sabido que a los profesores nos han quitado todas las armas para imponer la disciplina y hacer que los alumnos estudien. Lo que no sabíamos es que ahora el sistema también les birla a los padres esas herramientas básicas para hacer imponer, sí, digo imponer, su criterio frente al desvarío puntual de su hijo que, histérico, decide no hacer los deberes o hacer lo que le venga en gana. Me estoy refiriendo al puntual grito, al puntual cachete o al tradicional y puntual bofetón. Porque ya me contarán: si al niñato de turno se le mete en su cabezota que no quiere hacer una cosa que tiene que hacer, ¿de qué forma un padre puede obligarle a hacerla? Ya sabemos que los profesores nos la tenemos que envainar, pero, ¿deben también evainársela los padres?
Al parecer sí. Lo digo por una sentencia de la Audiencia Provincial de Jaén que aumenta otra producida anteriormente, en la que se condena a una madre a 67 días de cárcel y a la prohibición de acercarse al menor en un año y 67 días. El delito cometido por la madre fue coger al niño del cuello y darle un tortazo en la cabeza, que igual se pasó un pelín, para que el niño hiciera los deberes, cosa que no estaba dispuesto a hacer sólo con buenas palabras.
Lo llevo advirtiendo hace mucho tiempo. Como sigamos con este tipo de estupideces los niños van a salir tarados. Y todavía tengo que leer el otro día en una carta al director de un periódico que la solución a la educación es que a los profesores nos den cursos de formación de bullying y de anorexia para comprender mejor a los alumnos. No hijo mío (me refiero al autor de la sandez). Los profesores ya sabemos lo que es el bullying y la anorexia, no somos gilipollas. La educación se ha echado a perder por gente como tú, que piensa que los profesores tenemos que ser amigos de los niños. Los maestros no tenemos que comprender a los alumnos. Tenemos que enseñarles Matemáticas, Lengua, etc. Así que sigan interpretando el artículo 153 del Código Penal de la forma que lo están haciendo, señores magistrados. Que así nos va a lucir el pelo.

miércoles, 21 de enero de 2009

Bar el Chiste: Algeciras

En Algeciras hay un bar muy curioso. Emplazado en una calle cuyo nombre también es muy curioso: C/Juan Morrison. En el bar el Chiste, que no tiene horario, que abre cuando le viene en gana. Entro y, educadamente, doy las buenas noches. Hay un nota con gorro de guerrillero y barba de tres días que se está tomando una sopa de picadillo en plato de barro, con un vino. El dueño, un abuelo enjuto de pelo blanco y de cejas tan prietas que encima del tabique nasal tiene una morcilla de carne, me escupe un “buenas noches” de categoría. Le pido una copa de Ballantines con hielo. Agarra una copa más amarilla que unos fideos revenidos y la observa al trasluz. La sumerge en un barreño de agua turbia, la limpia con los dedos y la vuelve a mirar. Conforme con el resultado, pide hielo a la mujer que está en la cocina, una moza de las de bata de cuadritos verdes y blancos. Los dientes superiores le montan el labio inferior; amparada por una gorra blanca al estilo Bob Marley, mira con indiferencia. Por fin, me sirve el güisqui. Apuro el primer trago observando la carcomida botella de “Tío Pepe” que tengo enfrente. Estoy rodeado de carteles taurinos que incluyen desde Miguelín, famoso torero algecireño, hasta el Yiyo, difunto torero de mi barrio, Canillejas. Sigo apurando la copa ante la severa mirada de la Virgen del Rocío. El nota de la sopa se está tomando una tapa de ensaladilla. El bar se ha llenado. Estamos apretados. Añadan a esto al nota de la copa de Ballantines escribiendo este artículo en una servilleta. Pago la copa: 1,50. ¿No es para flipar? Pongo proa al Montes, que se las trae. ¿Qué me depara el futuro inmediato?
Llego al Montes. El ambiente ni parecido. No hay ni Dios. No hay carteles de toros, pero los camareros gozan de un gesto torero, y cuando les pido la copa te miran como si estuvieran citando al morlaco. Son lentos, chulos, impertinentes, pero siempre acabamos en Montes. Y la copa, claro, ahora ya no son 1,50, como en el Chiste, son 3,40, como en el Montes. Pero es el Montes.

domingo, 18 de enero de 2009

Algeciras

Hay animales a los que es difícil dar caza, no tienen rutinas. El ser humano no es uno de ellos. A mí, si quisieran cazarme lo tendrían fácil: Domingos, de nueve a once, heladería de Getares. Llevo las de sol y leo el periódico frente a las cristaleras, desde donde diviso toda la preciosa Bahía de Algeciras. Belleza desde Punta Carnero hasta Punta Europa y un puntito de misterio con esa bruma que casi siempre envuelve al Peñón de Gibraltar. Hoy no se veía África, había que imaginarla. La visión no es del todo romántica, ya que los barcos entorpecen la mirada hacia el horizonte. Y no son pingues, ni bergantines ni goletas. Son feos cargueros y oxidados petroleros que han causado más de una catástrofe en la bahía. Espero equivocarme, pero me da que un día vamos a tener una desgracia de verdad. Y espero que ese día no haya que esperar a que venga un barco de Noruega bordeando todo el norte y el oeste de Europa para que nos ayude a arrastrar el petrolero siniestrado, o para quitar el petróleo o qué sé yo. ¿Es que un país con tanto mar como el nuestro no puede tener un barco de esos en cada autonomía costera por lo menos?
Después de leer la prensa me he dado un paseíto. Esta ciudad recuerda los domingos por la mañana a “La noche de los muertos vivientes”. Nadie por el paseo, salvo unos cuantos despistados, emparejados, desparejados, con perro o sin perro. Niños no he visto. Los de mediana edad, como yo, corren como desesperados en chandal. A mí no me gusta correr ni montar en bici, pero me encanta bailar música de los ochenta y cerrar el Café Teatro alguna que otra noche. Y los viejos van hablando de sus niveles de colesterol y de su tensión. El día era estupendo.
Gozamos de un clima privilegiado. En Algeciras sólo hace frío dentro de los institutos. Hay calefacción donde el paro, en el médico, en lo de hacienda, en la Subdelegación..., pero en los instis no. A mí me da que esto es un experimento del CSIC. Sí, para ver si los niños estudian más en condiciones de frío extremo y sus neuronas se convierten en superconductores de conocimiento.
Pero tú no te aflijas, Algeciras. Porque tú, bonita mía, a pesar de los que te moramos mejor o peor, tú eres la más preciosa que yo he visto. Si fueras mujer, en vez de escribirte, te tiraría los trastos.

sábado, 17 de enero de 2009

La vida propia de las novelas

A la hora de escribir una novela, no hay método que valga. Hay escritores intuitivos, mientras que otros, hacen esquemas y empapelan sus paredes de post-it’s y fotografías. Lean entrevistas, ninguna es igual, ningún escritor dice lo mismo. Yo no hago esquemas ni preconcibo nada. Simplemente, escribo la novela que me gustaría leer. Doy vida en palabras a cuatro ideas que me surgen en la cabeza. Y lo que más me llama la atención es que controlo la trama y a los personajes hasta cierto punto, porque otras veces, son ellos los que acaban controlándome.
Por ejemplo, en mi primera novela, pendiente de publicación, mis personajes principales eran un hombre y una mujer que se conocían desde niños. Eran amigos de la infancia y jugaron ese rol durante algunos capítulos. Pero una noche, en un capítulo que me dispuse a escribir con una idea clara de lo que iba a suceder, ellos dos, ajenos ya totalmente a mí, se van a cenar a un restaurante madrileño. Eso sí, me dejaron escogerlo a mí. Y una vez allí, después de cenar, se enrollan muy a mi pesar, porque a partir de ahí, me hicieron cambiar la trama de la novela.
Otro ejemplo. En mi tercera novela yo tenía claro que la trama iba a cabalgar entre un crimen en la actualidad y un hecho histórico del siglo XVIII. Pues aunque he conseguido mantener esta idea, mi barrio se ha colado en la novela de manera salvaje. Hasta he tenido que inventarme un personaje principal que nació en mi barrio para poder desplazarlo hasta allí de vez en cuando y describir esos ambientes sórdidos y marginales.
Supongo que los que escriben ya saben esto muy bien. Y a los nuevos, a los que empiezan, que cuenten con ello, porque una vez que empiezas a escribir una novela no es el escritor quien controla lo que va a suceder allí. La novela se apropia de tus pensamientos, de tu personalidad y, poco a poco, te va dejando sin energía. Y cuando la terminas estás muerto. Sólo resucitas cuando la corriges y experimentas por fin la satisfacción de haberla terminado. Por fin.

martes, 13 de enero de 2009

La denostada profesión de maestro

Llevo en esta bendita profesión la friolera de diecisiete años. Empecé a dar clase bien joven y, como todo el mundo que empieza, tenía afinidad con los alumnos, la diferencia generacional era mínima. Los jóvenes de entonces tenían inquietudes. Una de las cosas que más recuerdo son las diferencias entre el alumnado que, bien por ideología o por simpatía a diversas tribus urbanas, generalmente relacionadas con la música, hacían de la clase un mosaico. Siempre di clases en barriadas obreras y los niños tenían ganas. Tantas, que por las tardes tenía que ponerme en casa a preparar clases y ejercicios y a aprender programas informáticos para que no se me quedaran parados. Hoy las clases son homogéneas. Oigo hablar a los críos y no opinan nada, ni de política ni de cualquier otra cosa. No sé por qué, van todos rapados, absolutamente todos, y todos llevan teléfono móvil y mini consola. No quieren estudiar, no respetan nada y cualquier cosita que pones en la pizarra les resulta muy difícil y, por tanto no la estudian. Si yo diera clase al nivel de hace diecisiete años esto sería un desastre, no aprobaría nadie.
Cuando entré a trabajar por primera vez a un instituto, tenía muchos compañeros y compañeras de setenta años, ya que ésta es una profesión vocacional. Estos compañeros se reenganchaban y, casi todos, querían jubilarse más tarde. Además, animaban a sus hijos a que estudiaran para desarrollar esta bendita profesión. Hoy, desgraciadamente, el panorama es radicalmente distinto. Los maestros adelantan la jubilación y se jubilan a los sesenta años, están deseando cumplirlos para salir corriendo del instituto cuanto antes. Y en cuanto a sus hijos, les animan a cualquier cosa menos a que sean profesores.
La Educación es un desastre y lo va a seguir siendo. Reforma tras reforma, necedad tras necedad, esto se lo han cargado. En vez de encargar las reformas a los profesores las encargan a gente que nunca han pisado un aula y no tienen ni idea del tema. Y gobierno tras gobierno, todos han ido perpetrando un terrorismo de estado consentido ante la indolencia de todos. ¿Quién va a parar esto? ¿Cuándo volveremos a recobrar la coherencia? Yo se lo voy a decir. Cuando mi generación (tengo 43) dé el relevo y los que tengan que tomar los mandos demuestren sus carencias, alguien tendrá que tomar cartas en el asunto. Y mientras tanto, seguiremos aguantando. Ojalá reviente antes.

domingo, 11 de enero de 2009

Solidaridad con Javier Marías

Todos los domingos de nueve a once de la mañana suelo hacer lo mismo: me compro el periódico, me voy a una cafetería para leer y ver el mar a través de los ventanales, me tomo un café y enciendo un cigarrillo y abro el suplemento por la última página, para leer el artículo semanal de Javier Marías. Este hombre es uno de los columnistas españoles excepcionales que tenemos hoy en día. Me hace reflexionar, pero también me hace reír por sus atinados comentarios. Y, hace dos semanas, leí su artículo entre risotadas veladas, tampoco era plan que los parroquianos que había en el bar se pensaran que me había vuelto loco. Como también leo las cartas de los lectores en el suplemento, sé que don Javier es uno de los más criticados, crea polémica con sus opiniones. E intuyo que cuando escribió el artículo que yo leí esa mañana, estaba bien harto de que los lectores no entendieran nada.
El otro día me acordé de él. Resulta que yo también escribo. Me publicaron un artículo en una edición digital de un periódico de tirada nacional, en el que los lectores pueden hacer comentarios a lo que leen. Estaba clarísimo que mi artículo llevaba una carga de ironía de aúpa, era obvio. Pues qué sorpresa me llevé al leer los comentarios de los lectores. No habían entendido nada. Menos mal que cuando volví a abrir la página web al día siguiente un lector había hecho un comentario en el sentido de llamar la atención a los demás por no haber entendido el claro tono irónico de mi artículo. Me dije “vaya, por fin uno entre tantos”.
No se preocupe, señor Marías, creo que la profesión de columnista no se acabará nunca, como usted predecía, porque hasta los que no entienden (me temo que son las generaciones de la E.S.O.) tienen la necesidad de leer, aunque no entiendan nada y sólo sea para protestar por lo que han leído y no han entendido.
Suscribo todo lo que usted decía. Reciba mi solidaridad, mi admiración y mi apoyo. Y no deje de escribir nunca, ya sea en el periódico o en un blog, como hacemos los demás.

jueves, 8 de enero de 2009

Acoso escolar

En estos días ha tenido lugar una sentencia que condena a un colegio de Madrid a indemnizar a la familia de un alumno que venía sufriendo reiterados abusos por parte de algunos de sus compañeros. Tendría que leer la sentencia para ver lo que realmente ha ocurrido, ya que en la prensa no se especifica mucho y las informaciones van más bien en la línea del sensacionalismo. Si los profesores veían las agresiones y se inhibían, bienvenida sea la condena. Pero conozco el oficio y esto no suele ocurrir. Las faltas graves como agresiones y acosos, pueden ser sancionadas según los reglamentos de centro hasta con veintiocho días de expulsión. Y, generalmente, el Director del Centro denuncia los hechos.
Pero si los alumnos agredían a su compañero aprovechando los cambios de clase, es decir, cuando los profesores no estaban presentes, la sentencia no tiene sentido. No es el Centro el culpable, ya está bien de echar culpas a los docentes. Los culpables serán los niños, por llamarles de alguna forma, que han pegado al compañero y la responsabilidad será de sus padres. Porque los niños son de quienes los han tenido, cosa que se olvida en los últimos tiempos.
Fácil lo tienen las autoridades, ya que últimamente, quienes delinquen tienen la costumbre de grabar todo con el móvil en un derroche de inteligencia. Se ve fácilmente que son generaciones de jóvenes que han estudiado la E.S.O., claro.
Así que, por favor, señores jueces y juezas, castiguen a los verdaderos culpables, no a los que trabajan en lugar en el que se han producido los hechos (salvo que los profesores se hayan inhibido, ya dije antes). Porque si dos personas se pelean en una sucursal de la Seguridad Social, pongo por caso, a nadie se le ocurre sancionar al Director de la oficina. ¿A que no?

lunes, 5 de enero de 2009

¿Crisis? Qué crisis

Supertramp, un grupo estupendo de los que ya no quedan, tituló así una de sus canciones o LP’S, ya no recuerdo. Jamás traduje la canción, o el LP, así que no sé qué es lo querrían decir esos maravillosos músicos con ese título. A mí me sirve para hacer una reflexión sobre los tiempos que vivimos, de crisis, al parecer. Y digo al parecer, porque no todos los sectores de la sociedad se han enterado de que vivimos tiempos turbulentos, de que la bonanza económica se ha acabado y de que hay que atarse el cinturón. Por lo que se ve, se han enterado los gobiernos, que inyectan dinero en los bancos y en las multinacionales y, por supuesto, los susodichos bancos y multinacionales. También algunas familias, que lo están pasando mal desde ya. Pero, como se puede comprobar en estos días, la mayoría de la ciudadanía no se ha enterado todavía de nada, a pesar de ser la crisis la protagonista de telediarios y periódicos. Un ejemplo de esto es mi tarde de domingo de ayer. Estuve por el centro de Madrid. El Metro iba lleno y cuando salí con mi amigo a la calle Gran Vía, parecía que pasaba algo, pero algo gordo. No se podía andar. La gente iba con grandes bolsas de aquí para allá mientras otros ciudadanos aguardaban largas colas en las administraciones de lotería más famosas. Y no compraban sólo un décimo aun a pesar de ir a 20 euros, el décimo, me refiero. Después compramos entradas para el cine, sin podernos ubicar donde queríamos porque estaba lleno. Tomamos un café entre apreturas en espera de la hora. Y cuando salimos del cine nos dirigimos a comer y a tomar algo a la zona de Espoz y Mina. Tuvimos que marcharnos de la Casa de las Bravas, ni una mesa libre y la gente esperando para sentarse. Todas las demás tabernas estaban por el estilo y el único sitio al que pudimos entrar con relativa comodidad fue el restaurante chino de San Bernardo, y no estaba vacío ¿eh? Volvimos en el Metro hasta el barrio, de pie, claro. Y me tomé una caña en el garito con los colegas. Estaba hasta los topes, y la peña pidiendo cervezas y cubatas a tutiplén.
Por eso, vuelvo a servirme del título, de canción o LP, de Supertramp, para volver a plantear la cuestión. ¿Crisis? Qué crisis