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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

viernes, 22 de abril de 2011

De los antecedentes de plumillas y juntaletras

Recuerdo una entrevista que le hicieron a un escritor de cuyo nombre no quiero acordarme. Es muy mediático, vende y tiene prestigio. Desde mi punto de vista, sus novelas son una basura. El escritor, cuya vanidad flotaba por el plató de televisión y de espesa se podía cortar con un cuchillo, describía su niñez en la República. Sus padres eran cultos cultísimos, por tanto se crió entre los anaqueles de los numerosos muebles (de maderas nobles, se entiende) que albergaban miles de libros en su casa céntrica de Madrid, escuchando, ya desde su más tierna infancia a Bach, a Beethoven y a Vivaldi. El susodicho decía que, criado en ese ambiente, estaba llamado a cumplir un destino inevitable: el de ser escritor. En ese momento comprendí que, a pesar de ser yo un crío que hacía mis pinitos en la lectura, jamás llegaría a escribir nada digno, cómo iba a ser posible siendo mi niñez tan distinta a la del literato.

Por aquel entonces, yo comía judías y lentejas. Mis padres eran buenísimas personas, pero claro, él era soldador y mi madre ama de casa. Lo que sonaba en mi humilde hogar, no era Wagner, sino Juanito Valderrama y Antonio Molina, de los que mi viejo era gran admirador. Si se me rompía un pantalón, pues me ponían un parche. Mis padres no asistían a cocktails sino al bar Joavic a tomar cañas y en casa se bebía vino a granel con casera. En mi barrio no había ni farolas ni calles, sino oscuridad y barro o polvo, dependiendo de la estación. Yo no tenía chófer ni criadas. Cuando queríamos salir del barrio cogíamos la P-9, que nos dejaba en Ciudad Lineal y de ahí al Metro. Tampoco fui a colegio de pago. Las que me enseñaron Geografía y Matemáticas fueron doña Carmen, la señorita Mari Carmen y la señorita María Jesús.

Total, que en mi mente infantil me hice una reflexión: la de que con semejante bagaje yo no ejercería jamás uno de los nobles oficios como el de escritor. Es más. El nota hablaba de “los clásicos”, un concepto que yo no entendí muy bien entonces, ya que citó nombres como Virgilio y Homero, que a mí me parecieron más nombres de pueblo que nombres propios de gente a los que hubiese que admirar. No, definitivamente, yo no estaba llamado a protagonizar ni siquiera una anécdota en ese exigente y glorioso mundo de las Letras.

Es más. Cuando estaba terminando 8º de EGB llegaba el momento de elegir. Optar por BUP, FP o entrar de aprendiz en algún taller. Yo nunca he sido listo para la vida pero sí lo era para estudiar. Mis profesoras recomendaron encarecidamente a mis padres que me llevaran al instituto para realizar estudios de BUP. Pero yo veía que el BUP estaba claramente orientado a realizar en un futuro estudios universitarios. Y yo, en mi entorno familiar y vecinal, no conocía a nadie que hubiera hecho una carrera. Por tanto, la cosa me sonaba a ciencia ficción. Así que decidí hacer FP para aprender un oficio y porque eran unos estudios que no te cerraban las puertas de la Universidad, por si en un futuro me daba la ventolera y hacía una carrera. Escogí electrónica porque me gustaban las bombillas, tal era mi pésimo criterio entonces, que no ha variado mucho con el tiempo. Así que eso hice. Como no era tonto, fui aprobando, pero cómo echaba de menos el no estudiar en profundidad Literatura, Historia, etc, que era lo que verdaderamente me gustaba. No acabé la FP porque entonces estaba yo más preocupado por otras cosas, como por ejemplo ir a conciertos o emborracharme con los colegas, pero esa es otra historia. El caso es que años más tarde terminé FP y me saqué la ingeniería mientras trabajaba, lo cual, creo que no ha influido mucho en mi vocación de escribir, pero ahí queda.

No tuve tiempo de leer ni a Virgilio, ni a Homero ni al padre de Domingo Ortega. Mis emolumentos dependían de la modesta paga que mi madre me entregaba religiosamente cada domingo y que daba para comprar flashs, algunas canicas y tebeos de segunda mano del Jabato, el Capitán Trueno y el Corsario de Hierro, sin olvidar los Clásicos Juveniles de Bruguera y las novelas de Estefanía. Eso sí, me hice socio de la biblioteca del barrio y transité entre anaqueles que no eran de maderas nobles sino de aluminio gris, cuyas baldas estaban unidas con tornillos oxidados de los altos hornos de Bilbao. Y me leí todo, si bien los libros no olían a imprenta, sino a un aroma rancio que supongo era una mezcla de humedad y sudor de manos que antes habían pasado todas esas páginas. A algunos les faltaban hojas y otros alojaban dibujos semejantes a los que habitan los urinarios. Pero enseguida vi que más importante que el envoltorio era el contenido.

Sorprendentemente ahora escribo y sigo leyendo como un jodido poseso, eso sí, elijo; porque, de forma increíble y aun con mis antecedentes, poseo un criterio. Eso sí, ninguno del nota al que aludía al principio. Porque aun con sus referencias que para mí hubiera querido y con perdón, sus novelas son una mierda.

domingo, 17 de abril de 2011

Mi barrio no es ninguna pradera

Ayer estuve dando un paseo por mi barrio. Compré el ABC por el suplemento cultural y pasé un buen rato, ya que la columna de Reig y la de J.J. Armas han terminado por instalarse en la cotidianeidad de las matinales de mis sábados. Además, ayer venía un reportaje sobre un escritor totalmente desconocido para mí. No sé si les pasa a los demás, pero a mí, como escritor, me encanta saber de la vida y obras de otros escritores. El desconocido hasta ayer, poeta y novelista imposible, era Aliocha Coll. Un tipo nacido en Madrid, criado en Barcelona, casado con una francesa de origen chino y residente en París, dedicado únicamente a escribir, ya que gozaba del privilegio de vivir de las rentas. Nacido en el 48 y muerto por suicidio tras escribir Atila, la que fue su última novela. Un escritor maldito, cuyas pocas obras conocidas han sido depositadas en el Cervantes por Carmen Balcells.

Así de literaria comenzó la mañana, como cada sábado. Y con esta resaca de Literatura, dirigí mis pasos hacia la zona donde termina Canillejas, atravesando el barrio de punta a punta. Fijándome en lo que ha cambiado y en lo que no, aunque lo primero gana por goleada.

Aún recuerdo cuando mis padres compraron el piso y me trajeron a vivir aquí, en la intersección de San Blas con Canillejas. Yo era un crío que todavía no había cumplido los cuatro años, aunque ya entonces barrunté el cambio de paisaje urbano. Hasta entonces, mis padres habían regentado una portería en la calle Hortaleza, muy cerca de la Gran Vía. Pasar de ahí a un barrio que constaba de cuatro bloques y descampados por todas partes fue un cambio considerable. Las aceras y las calzadas estaban por hacer y las farolas eran un artículo de lujo. Si llovía, subías a casa embarrado. Y por las noches, el barrio se convertía en la boca del lobo. A unos cuatrocientos metros de mi casa había un poblado, de los denominados “U.V.A.”. Era grande y estaba poblado por gentes distintas a los que vivíamos en los pisos. En este en concreto, vivían gitanos y payos, estos últimos todos muy rubios a los que todos conocíamos como “los vikingos”. Yo no lo recuerdo muy bien, pero mi padre, años más tarde de la extinción del poblado, me aseguró haber visto a las mujeres con el puñal en la liga.

Eran gente de la calle, con sus propios códigos y sus reglas propias. Y tiraban de navaja a las primeras de cambio. Los jóvenes se agrupaban en bandas que sembraban el terror entre los vecinos, bandas que contaban con otras rivales asentadas en otros barrios y cuyas trifulcas llegaban a llenar titulares de periódicos. La heroína acabó con ellas ya que el caballo no admite conciencia de grupo.

Así transcurrió mi infancia, en un barrio de delincuencia, trigales, descampados y miserias, hasta desembocar en la adolescencia. “Mi barrio no es ninguna pradera”, reza la canción de Sabina; el mío tampoco lo fue, perdido en mitad de la nada. Una nada que contaba hasta con cuartelillo de la Guardia Civil, saturado en una ciudad sin ley en donde la delincuencia juvenil campaba a sus anchas entre descampados y obras. Momentos buenos los hubo, sin duda, sobre todo los relacionados con partidos de fútbol y las gélidas tardes en las que me acercaba a la papelería para ver las portadas del Jabato, el Capitán Trueno o el Corsario de Hierro, leídos todos ellos sentado en la alfombra al abrigo de una estufa de butano y con los compases de la música de Elena Francis flotando por el diminuto salón de mi casa. Pero también hubo peleas y robos a punta de navaja, hasta que me di cuenta de que los delincuentes eran tipos como yo y me prometí que ninguno de ellos volvería a amedrentarme por mucha automática que me sacasen, adaptarse o morir, o no bajar a la calle, opción que tomaron tantos y tantos niños. Pero no yo, porque finalmente me pudo más la curiosidad que el miedo. Eso no significaba que no me acojonara cada vez que el Quilino o el Guille, o el Pirri (que llegó a hacer películas hasta que las palmó de sobredosis) o el Kung Fu (que traía mártires a la Policía por los robos de coches hasta que lo ametrallaron en el Puente de San Fernando para morir posteriormente en un penal de Cádiz) campaban a sus anchas por mi manzana, porque en verdad eran tipos duros que acojonaban y bastante. Pero aun así, decidí que la calle también era mía.

El Pirri

La heroína acabó con la mayoría de ellos y también con gran cantidad de mis amigos. Ayer paseaba por esas calles con respeto hacia su memoria. Preguntándome que por qué unos sí y otros no, rememorando la noche anterior en la que estuve tomando unas cañas con el Javi, un amigo. Un amigo que se metió tanto en la heroína que durante años ni me saludaba por la calle porque no me reconocía. Finalmente logró desengancharse y ahora bebe como si se fuera a morir mañana, un mal menor pensando en el infierno particular en el que estuvo.

El paseo me llevó hasta el cementerio, un recinto rectangular y estrecho en el que ya no se entierra a nadie, pero que pervive obstinado en medio de la modernidad. Recuerdo que en mi juventud, anejo al cementerio se encontraba el campo de fútbol del Destino F.C., protagonista de las mañanas de los domingos en las que los niños íbamos a ver los partidos. Hoy ya no existe, como tantas otras cosas que han desaparecido. Después de observar las lápidas y los panteones, atravesé el parque en la que se alza la estatua a José Cubero “Yiyo”, protagonista del cartel de Pozoblanco. El “Yiyo” era de Canillejas y perteneció a la escuela taurina de Madrid, situada en la Casa de Campo. Dio tardes gloriosas de toreo hasta que el toro Burlero acabó con él en la plaza de Colmenar.

El Yiyo

De regreso a casa por calles que antes fueron descampados, reflexioné una vez más sobre el cambio que ha experimentado el barrio. “Mi barrio no es ninguna pradera”, es más, ni siquiera es bonito. Pero la modernidad y el bienestar se impusieron sobre la miseria y el hambre y hoy es un barrio tranquilo y agradable. Un sitio al que siempre vuelvo y volveré porque mi infancia, mi adolescencia, mi juventud y mi madurez, están impregnadas en cada pared. Antes de subir a casa pasé por la puerta del que fue mi colegio, el Monte Carmelo. Hoy día es una frutería, pero yo sigo viendo mi colegio. Un colegio plasmado en la letra de “Días de escuela”, de Asfalto. Pero era mi colego. Y estaba en mi barrio.

domingo, 10 de abril de 2011

Presentación de “Violetas para Olivia”, de Julia Montejo

Me presentaron a Julia Montejo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Coincidimos en la presentación del libro sobre la Guardia Civil de Lorenzo Silva. Conversamos y vimos que teníamos en común que a ambos nos había contratado una novela la editorial Martínez Roca. El pasado jueves, Julia presentó esa novela en el Casino de Madrid, en la calle Alcalá, a tiro de piedra de la Puerta del Sol. El inconveniente fue que había que ponerse chaqueta y corbata en una tarde calurosa como pocas.

Cuando llegué saludé a la autora, que no paraba de recibir felicitaciones, y le apunté lo apropiado del marco incomparable del Casino para presentar la novela ya que el edificio merece la pena, arquitectónicamente hablando. Ella me dijo que no podía perderme la biblioteca gótica, dato que apunté para mejor ocasión como para mejor ocasión dejé el conversar con ella, muy ocupada en el que lógicamente era su día.

Entré al Salón del Príncipe con la novela bajo el brazo y tuve tiempo de situarme delante. En pocos minutos el salón estaba lleno, con gente de pie, incluso.

Abrió el acto don Mariano Turiel de Castro, presidente de la institución, un hombre cuya senectud, lejos de ser un inconveniente, da la impresión de que le otorga una sabiduría, una templanza y un saber estar que para sí querrían muchos jóvenes. Comenzó haciendo una semblanza de la institución y dando la bienvenida a todos. Se mostró orgulloso de que Julia, como socia, hubiera elegido el Casino para presentar su novela, a la que vaticinó un gran éxito dada la talla de la autora. Obvió leer el currículum vitae de Jorge Verstrynge, ya que a nadie se le escapa la trayectoria de este profesor universitario conocido además por sus muchas otras facetas. Jorge tomó la palabra y ejerció de presentador del evento ofreciéndonos unas pinceladas certeras de la autora y de la obra. Independientemente de ideologías o filiaciones políticas, a Jorge Verstrynge le pasa lo que a Joaquín Leguina, que da gusto escucharles hablar, porque poseen la categoría de la que adolecen nuestros actuales políticos. Pero ya se sabe que al que despunta un poco y es un intelectual, lo defenestran de inmediato de la escena política.

A continuación habló Carmen Fernández de Blas, a quien le gustó la novela de inmediato nada más leerla. No conocía a Julia y la citó para hablar con ella convenciéndose aún más de que debía publicar esa novela. Lo que no es extraño, pues Julia es de esas personas que gana mucho con su presencia. Además, como la editorial tiene la representación de los derechos internacionales, Carmen anunció en directo que habían mandado el manuscrito a diversos países y que ese mismo día Mondadori había adquirido los derechos para Italia.

Entre que el auditorio estaba lleno y el impacto de la noticia, Julia empezó a hablar de forma entrecortada. Y cuando agradeció a su marido el apoyo en su labor como escritora, no pudo más y se emocionó. Los que estábamos allí no pudimos por más que dar un aplauso a esta mujer que luchaba por aguantar el tipo entre un cúmulo de sensaciones muy intensas. Nos habló de “Violetas para Olivia” y agradeció la presencia de todos. Pero lo mejor es que la leáis, no os va a defraudar.

Como me imaginaba que la cola iba a ser larguísima me situé en la misma rápidamente y tuve el honor de ser el primero en recibir la dedicatoria. Julia estaba de pie hecha un manojo de emociones, con el pulso poco firme, como es lógico. Le dije que se sentara y que se tranquilizara, porque aún le quedaba un buen rato por allí en vista de toda la gente que esperaba la dedicatoria. Le pregunté que si sabía lo de Mondadori y me dijo que no, que era la primera noticia, cosa que ya me imaginaba yo por la cara que puso cuando lo anunció Carmen. Sin más, le deseé suerte y me marché todo encorbatado a tomar unas bravas y una cerveza en Sol, pues la noche era espléndida. Y con la alegría propia de ver cómo a una compañera le había salido tan bien su presentación.

Julia Montejo (Pamplona) es periodista por la Universidad de Navarra y máster de Guión, Producción y Dirección cinematográfica por la Universidad de California-Los Angeles (UCLA). En Estados Unidos ha sido guionista y analista en el cine y la televisión. Escribió y dirigió la película No Turning Back (Sin retorno), que cosechó más de 20 premios internacionales, entre ellos el premio ALMA (la versión latina de los Oscar) a la mejor película latina independiente.

En los últimos años ha compaginado la actividad docente en la universidad con su trabajo como guionista en distintas series de televisión. Siete vidas, Motivos personales, Cuestión de sexo o Gavilanes son algunas de ellas.

Con su primera novela, Eva desnuda, resultó finalista del Premio Ciudad de Torrevieja 2005. La novela fue publicada en 2006.

Recientemente los estudios norteamericanos Twentieth Century Fox han adquirido los derechos de uno de sus guiones para producirlo internacionalmente.

viernes, 8 de abril de 2011

Morente, la película

Cuando llegué a la sala Berlanga todo en el ambiente era primavera. Allí estaba mi amiga Silvia Pérez Trejo, en la puerta del cine, tan guapa como siempre. Todo lo que produce alcanza el éxito, señal de que tiene un especial olfato para esto. No hace mucho, también produjo “Temple flamenco”, espectáculo de baile, cante y toque que vi dos veces, y que poblaba de magia el teatro Arlequín todas las noches. El pase al que tuve el gusto de acudir era para los amigos, entre los que tengo el honor de contarme. Después de que Silvia me presentara a Emilio R. Barrachina, el director, y de conversar con otros amigos que estaban por allí, me enfrenté a la pantalla. Y decir que la película se me pasó en un santiamén.

Morente es una película documental, un musical. Pero también es un trabajo biográfico alrededor de la vida del tristemente ya fallecido cantaor. Comienza con algunas efemérides importantes, pasando por la Guerra Civil, la Transición y otros momentos históricos de España. Momentos que tienen que ver con otro genio, Picasso, y su barbero, todavía vivo y que aparece un par de veces en la película. La historia del pintor y el barbero es conmovedora. Picasso, en su exilio francés, al enterarse de que hay un barbero español lo pone a trabajar con él, fraguándose una amistad que duraría hasta la muerte del genio. Eugenio Arias, el barbero, es natural de Buitrago del Lozoya, un precioso pueblo de la Comunidad de Madrid que alberga un museo Picasso, precisamente con las obras que el pintor le legó. Y ¿por qué Picasso? Pues sencillamente porque Morente admiraba al genio y se le nota obsesionado con su obra cumbre: El Guernica. Uno de los momentos más sobrecogedores de la película es cuando el cantaor, frente al cuadro, le obsequia con un grito prolongado y desgarrador que te pone los pelos de punta sabiendo lo que el cuadro significa: el genocidio ocurrido en la Guerra Civil en el pueblo vasco, perpetrado por la aviación nazi con la complicidad del mal llamado bando nacional. Y también porque, como todos los artistas que se convierten en genios, Picasso no sólo pintaba, sino que también escribía. Y el maestro Enrique Morente convirtió en canciones varias de sus poesías.

La película nos muestra la personalidad del cantaor paseando por el Albaicín en compañía de sus hijos y amigos, recordando anécdotas de cuando era sólo un niño. Aparece como una persona afable, buena y respetuosa con todo el mundo, características que al parecer eran reconocidas por todo su entorno. Pero también nos muestra momentos estelares del maestro, como por ejemplo, fragmentos de su actuación en el Liceo de Barcelona, concierto tildado de espectacular por quienes tuvieron el privilegio de acudir a verlo en directo. Como espectacular debió ser el concierto que dio en el castillo de Buitrago del Lozoya, recogido también en esbozos a lo largo de la película. Especialmente emotivos son los fotogramas que nos muestran a Morente interpretando la canción de otro genio, Antonio Vega, también tristemente fallecido. Me refiero a “El ángel caído”, acompañado por el pianista argentino de jazz Federico Lechner.

El director, en colaboración con el propio Morente, implicado en la producción artística, monta una película en la que se alternan conversaciones, monólogos y silencios que producen en el espectador un cúmulo de sensaciones inolvidables, parecidas a las que produce leer un poema. Uno está atento a lo que ocurre en pantalla, al menos por el lado racional, pero hay un torrente de sensaciones que penetran inexorablemente por el subconsciente, produciendo estremecimientos continuos. Personalmente salí del cine sobrecogido por esa concatenación de sensaciones, y también enriquecido debido a esas otras informaciones que desconocía sobre la vida del cantaor. Había escuchado cantar a su hija Estrella, cómo no, pero también descubrí que su hija Soleá canta igual de bien, y que su hijo José Enrique es un artista del toque y el cante.

En definitiva, una película que debéis ver, independientemente de que el flamenco os guste o no, si os consideráis mínimamente sensibles ante las obras de arte. Ayer, jueves ocho de abril, fue presentada ante la prensa en un marco incomparable: El Reina Sofía. Y ha cosechado críticas muy favorables. Ya había sido presentada en Málaga con idéntico resultado. Y ha sido seleccionada para Cannes.

Así que haceros con la cartelera de vuestra ciudad y pasad un rato inolvidable.