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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Presentación de "La senda trazada", de Pedro de Paz, en Madrid


Un día, en Malasaña, escenario de tantos acontecimientos felices en lo personal, abrieron un establecimiento peculiar; un espacio que aparece recurrentemente en mis sueños regentado por mí porque me ha tocado la lotería; una librería que a la vez es bar, que permite tomarte una cerveza o un café mientras ojeas libros o acudes a una presentación. Lo único malo, debido a la prohibición zapateril, es que hay que salir a fumar fuera, y eso en invierno te congela las ideas. El sitio se llama “Tipos infames” (hasta el nombre mola) y fue el lugar elegido por Algaida, o por Pedro de Paz, o por los dos, para presentar la última novela del escritor, “La senda trazada”, en Madrid.

La cosa no empezó en la librería el día de la presentación, sino en Facebook. Se anunció el evento en el Muro de Pedro y poco a poco se inició un hilo en el que varios anunciamos nuestra asistencia. La librería consta de dos plantas: la de arriba, que es librería y bar, y la de abajo, que es la sala de presentaciones. Ambas plantas están separadas por un suelo transparente. Fue la simpática María Zaragoza, tan buena gente como buena escritora, quien avisó a las féminas de que no llevaran falda, quebrando de un plumazo las ilusiones de los varones, que con disimulo suelen mirar hacia arriba para captar algún que otro “paisaje” con miradas furtivas. El asunto continuó en el Gambrinus de la calle Fuencarral, en donde el llamado Rack Pat madrileño, compuesto por Javier Márquez, Juan Carlos González, José Manuel Ribeiro, el propio Pedro de Paz y servidor, quedamos para tomar unas cañas. Y bien acompañados que estuvimos por Teo, Julia Martínez, Cecilia Márquez y Benito Garrido (fijo que se me olvida alguien). Con la hora pegada y las cañas pagadas nos presentamos en la librería, poblada ya a esas horas de abundante público. Y tras el último pitillo bajamos todos al sótano entre los flashes de las cámaras, que apuntaban al protagonista.

Se encargó de la presentación el polifacético Carlos Salem, con copa de vino en la mano, que nos habló de la Generación Torrezno en general (Biedma, Tristante, de Paz y el propio Salem) y de Pedro en particular. Ciertamente, estos chicos, que se conocieron ya hace algunos años, apenas tienen alguna semejanza en cuanto a su modo de escribir, cada uno tiene su estilo propio. Pero coinciden en una cosa: escribir es un oficio que no tiene por qué ser triste y sesudo; se puede ser escritor y ser simpático y pasarlo bien. En realidad, el movimiento surge como contraposición a la Generación Nocilla y otras agrupaciones de escritores que sostienen unas pautas tan homogéneas como absurdas, en la mayoría de los casos, y que manteniendo la independencia de los componentes, reivindican la Literatura de historias, trazando tramas y caracterizando personajes dentro de un escenario de intriga.

Carlos nos dio unas pinceladas sobre la historia y sobre el protagonista, un paparazzi que un día encuentra un extraño libro por casualidad y que, tras su estudio, descubre que se trata de un obituario. El detonante de la trama viene cuando descubre que el libro no solo contiene referencias a personas fallecidas, sino también a otras cuyas muertes aún no han ocurrido y que empiezan a producirse con puntualidad matemática una vez que el protagonista va desentrañando los misterios de las cuartetas al estilo Nostradamus que anuncian las muertes. Es entonces cuando tiene que decidir entre evitar los decesos o aprovecharse de ellos debido a su condición de fotógrafo freelance, trasladando al lector de forma magistral el dilema moral.
Posteriormente, Pedro nos comentó su propia novela, enmarcada en una trama de intriga, género en el que se mueve como pez en el agua. También nos habló del personaje, por el que en ningún momento toma partido. Tampoco le juzga, dejando esta labor al lector al que le es imposible no ponerse en su lugar y reflexionar, porque es una novela que, aparte de entretener, invita a la reflexión y lleva al lector a ponerse en la piel del protagonista preguntándose que qué hubiera hecho él en su lugar.

La novela tiene muchos matices que no voy a desvelar. Lo que sí puedo decir es que me alegró mucho que el año pasado ganara el Premio Luis Berenguer; y que me hice con un ejemplar en cuanto la novela aterrizó en las librerías, ya que soy fiel seguidor de la trayectoria literaria del autor que en su día me hizo el honor de presentar mi primera novela.
Pedro de Paz abrió su carrera literaria con premio protagonizado por una novela corta, “El hombre que mató a Durruti”, que fue traducida al inglés. Después nos obsequió con una obra tremendamente emotiva, “Muñecas tras el cristal”, para finalmente saltar a una editorial grande, Planeta, que publica la que quizá sea el comienzo de una saga, “El documento Saldaña”, que se asienta ya en la mesa de novedades de todas las librerías.

Con “La senda trazada”, se consolida la carrera de un autor que se lo ha ganado a pulso. Avalada por el prestigioso premio, Pedro ha presentado la novela por toda la geografía española, y lo que le queda. Sus lectores solo esperamos que no tarde mucho en regalarnos otra obra.

“Tipos infames” estuvo abarrotada. La mayoría tuvimos que estar de pie en un escenario que se quedó pequeño. Y lo más importante fue que Pedro se vio arropado por toda una colección de compañeros de Letras que quisimos estar allí para acompañarle. Junto a Carlos Salem, por allí se dejaron ver Laura Muñoz, Jorge Díaz, Armando Rodera, Javier Puebla, Vanessa Monfort, Javier Pérez, Matías Candeira, Javier Márquez, María Zaragoza, Alfonso Domingo, Marina Fernández Bielsa, Rebeca Tabales, Jorge Magano, Fernando Marías, Paco Balbuena, David Torres y la plana mayor de Culturamas. Seguro que se me olvida citar a alguien. Y aún hubo tiempo para que María Zaragoza y Javier Pérez nos dieran unas pinceladas de sus próximas obras aún sin publicar en presencia de Miguel Ángel Matellanes, el editor de Algaida, que también acompañó a Pedro.

Los más golfos prolongaron la velada en el Orio, un bar vasco situado a pocos metros de la librería, entre pinchos y cervezas. Y a mí, que siempre me lían, que no me gustan ni los pinchos ni las cervezas, me tocó estar allí para dar cumplida cuenta en esta crónica.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Nos aprietan, pero no reaccionamos.

Recuerdo cuando entré a currar en Bosch. Tenía un contrato temporal y era oficial de primera. Lógicamente, me daban unos armarios para cablear automatismos de cinco puertas. Trabajaba con gente que eran oficiales de tercera, gente mayor que yo y con menos responsabilidad, obviamente, por su categoría. Sin embargo, cobraban sesenta mil pelas más. Además, tenían transporte, economato, médicos privados y otras prestaciones de las que yo adolecía. Y yo me quemaba, claro, víctima como era de los nuevos contratos temporales vigentes por la gracia de Felipe González, por cierto, responsable también, de que a partir de entonces, el parado, que venía cobrando la mitad del tiempo trabajado, pasara a cobrar solo la tercera parte. Mis compañeros me decían que no me quemara, que lo que ellos tenían lo habían conseguido a base de huelgas salvajes, encerrados incluso en iglesias, adonde la gente iba a llevarles comida.

Mi padre curró cuarenta y cinco años en la misma empresa. Cuando murió, llevaba tiempo ya jubilado, pero recuerdo que al entierro fueron sus antiguos compañeros. Y es que cuarenta y cinco años con la misma gente, une mucho.

Hoy es impensable estar ni siquiera diez años en el mismo sitio. Qué digo diez, ni cinco. Ni se nos ocurre pensar en lo del economato, los médicos privados, las vacaciones subvencionadas, etc., etc. Nos han engañado con el euro: primero por el redondeo y segundo por la pérdida de poder adquisitivo. Los convenios colectivos, quienes tuvieran la suerte de tenerlos, evolucionaron a la baja para caminar hacia la congelación. Pues bien, hoy en día, nos bajan los sueldos e incluso nos despiden impunemente. Los mercados, esa forma abstracta de denominar a los millonarios, exigen una reforma laboral salvaje para abaratar despidos y pagar unos sueldos que son limosnas, además de una nueva ley de huelga para que los obreros no puedan hacer huelga. Sarkozy y Merkel ocupan portadas de periódicos y prime time de televisiones y radios anunciándonos el Apocalipsis.

¿Sabéis lo que os digo? Que si yo fuera uno de esos poderosos que destituyen gobiernos democráticos a su antojo, haría lo mismo, vista la poca capacidad de reacción social que caracteriza a la ciudadanía.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (50)

La luz de la luna ha desaparecido del mapa estelar. Los animales hacen notar su huida por la ausencia de sus cantos. No hay sombras ni espectros. Hasta la soledad ha faltado hoy a su cita conmigo. Enciendo un cigarrillo en el más absoluto de los silencios envuelto en una negrura fatigosa. Reflexiono acerca del poderoso influjo de la luna en las criaturas de la noche y en cómo su falta hace que todo parezca muerto. Me entran unas ganas incontenibles de huir, de echar a correr desertando de mí mismo, pero no sé elegir un camino de evasión. Permanezco sentado, sintiendo un miedo aterrador. A mi lado se ha sentado alguien. No es la soledad. Es alguien que permanece embozado de la cabeza a los pies que no ha tenido la deferencia amable del saludo. La tristeza, la melancolía y los demás sentimientos yermos que normalmente me acompañan se han mudado momentáneamente a algún lugar distante. La presencia me desconcierta y empiezo a experimentar un terror creciente que se convierte en pánico. Permanezco quieto y no me atrevo ni a fumar. El cigarrillo se consume lentamente entre mis dedos. El extraño se desenmascara y me muestra sus ojos penetrantes. Es una mujer que sin embargo ostenta mi rostro, una versión femenina de mí mismo con los ojos inyectados en sangre. Con un movimiento brusco e inesperado me echa su capa por encima y yo me debato entre la vida y la muerte, pero me aferro a unas ganas de vivir incomprensibles. Cuando por fin logro desembarazarme de la capa, observo la luna llena. La soledad está a mi lado, inmutable. El parque parece un cementerio sin tumbas, pleno de la lunar luz radiante. Las sombras y los espectros danzan mezclados con la hojarasca. Los grillos y las lechuza lanzas sus cánticos nocturnos como si les fuera la vida en ello. Todo está como siempre. Enciendo un cigarrillo y fumo tranquilo. El pánico es sustituido por la presteza de volver a sentirme vivo en mi hogar, en este banco mágico del parque.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (49)

La angustia preside mi estado de ánimo esta noche. No hay un motivo aparente y conociéndome como me conozco no tiene por qué haberlo. Son muchos años metido en este cuerpo sin encontrar sentido a nada, aguantando mis rarezas. Me siento en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo que con su brasa ilumina mi rostro cansado. El silencio es tal que al aspirar el humo escucho el chisporroteo que produce la combustión de las hebras del tabaco y el papel. La luna menguó tanto que parece no existir. La soledad, acomodada como cada noche a mi izquierda, me lanza señales imperceptibles. Pero esta noche no la entiendo, ni me entiendo a mí mismo, como cada noche. Busco el silencio y me encuentro con las reflexiones baldías de un tío triste hasta lo enfermizo. Ese soy yo, el que desnuda su alma cada noche en este banco para sentir el frío gélido nocturno en mi alma. El que despedaza sus sentimientos en el lugar más inhóspito que sin embargo es su hogar, si es que el hogar es donde uno se siente más a gusto. Me duele el alma, y para eso no hay remedio en las consultas de la Seguridad Social. La oscuridad es taladrada por la luz mortecina de las pocas farolas que no se han fundido. Mi cordura vierte unas gotas más de su sustancia sobre la madera reseca del banco. Me descalzo en un acto infructuoso porque sentir la tierra bajo mis pies agudiza un tanto mis sentidos. Pero no siento nada. Esta noche ni siquiera interpreto a la soledad, que me mira sorprendida. Quizá mi demencia haya avanzado un estadio y he dejado de ser un buen compañero para ella. En cualquier caso, nada puedo hacer. En cualquier caso mi existencia es terrible. El parque se me vuelve a antojar como un cementerio ausente de lápidas. Imagino una de mármol blanco, la mía, con un hermoso epitafio carente de palabras.

martes, 8 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (48)

La luna llena continúa alzada en un cielo con pocas estrellas. Mi mente plomiza imagina que estoy en algún lugar lejano e inocuo. Pero mi cuerpo permanece aquí, en mi banco del parque, acompañado por la gratificante presencia de la soledad. Enciendo un cigarrillo y cuando levanto la cabeza para empezar a generar pensamientos inútiles ocurre algo insólito. Una mujer camina hacia mi banco a unos cien metros. Me digo que no puede ser, que un suceso tan inaudito no puede estar ocurriendo, hasta que ella está demasiado cerca como para que yo reaccione y se sienta ocupando el sitio que segundos antes ocupaba la soledad. No dice nada. Solo abre su bolso y extrae un cigarrillo que enciende con un mechero plateado. Creo que no es consciente de que acaba de profanar un santuario. O a lo mejor el que delira soy yo cuando pienso ya desde hace tiempo que este parque y este banco son míos y no un lugar público. La presencia de la mujer cambia todo el paisaje. De repente estoy en un parque que ya no parece un cementerio, sin sombras ni espectros. El gris ha desaparecido por completo y vislumbro los distintos colores del escenario. Apago mi cigarrillo, nervioso y desconcertado. La mujer me mira y exhala el humo del suyo en mi rostro. Su faz es perfecta, sobre todo cuando esgrime una sonrisa enigmática que me hace pensar que esa presencia no es humana. Cuando una frase empieza a rondar mi caduco cerebro sé certeramente ante quién me encuentro. Y no me sorprendo en absoluto del poder que muestra mi compañera habitual de banco. Asiento en silencio, me levanto tocando el ala de mi sombrero y tomo la vereda que lleva tanto a mi casa como a ninguna parte. La frase reverbera en mi cabeza como una letanía surgida de una tumba: “Te dije que hay entes capaces de tomar la apariencia humana, aunque no son personas”.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (47)

Al salir de mi casa me ha ocurrido algo insólito: se me había olvidado el camino del parque. El que ello ocurriera era harto improbable, ya que cada noche me dirijo a ese parque en una cita ineludible. Fui presa de un ataque de ansiedad cuya sensación desconocía. Volví una y otra vez al portal para volver a iniciar el camino, pero el resultado era el mismo en todas las ocasiones. Había perdido la memoria. Extraño este mundo y extraña mi percepción, ya que yo seguía siendo el mismo, recordaba todo excepto el camino hacia mi banco del parque. Finalmente, me vi vagando por las calles con un estado de nervios agudo. En cada banco buscaba a la soledad inútilmente. Incluso pregunté a varias personas que me tacharon de loco, por la forma de preguntar y también porque no sabía dar un nombre o una referencia. Acabé agotado y entré en un bar que estaba cerrando. Pedí una copa de whisky. Me caí de la silla al observar que quien me la sirvió tenía el rostro de la soledad con un matiz de desconcierto. Empecé a temblar descontroladamente. Poco a poco me fui calmando y al abrir los ojos y escuchar el ulular de la lechuza comprendí dónde me encontraba. Encendí un cigarrillo y la soledad me susurró al oído un lamento que me sonó a quejido. En mi mente se fueron formando las frases inconexas de lo que me quería decir. Me dijo que danzar con las sombras no me hacía bien. Y que tampoco me beneficiaba albergar tanta pena y tanta melancolía. Apagué el cigarrillo por la mitad y contemplé la luna llena. Me dieron ganas de aullar como una alimaña. En lugar de eso me levanté y empecé a caminar. Cuál no sería mi sorpresa después de media hora cuando caí en la cuenta de que había olvidado el camino hacia mi casa.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (46)

Esta noche me rodean los fantasmas de tiempos pasados. Los he invocado con mis pensamientos estériles y ahora que los tengo delante no sé que hacer excepto presentarles a las sombras y a los espectros. La soledad ha declinado mi invitación. No obstante fue ella quien me inculcó el no querer conocer a nadie más. Enciendo un cigarrillo mientras contemplo la espectral procesión de mis fantasmas en retirada. Son demasiado etéreos y vanidosos como para danzar con las sombras. Vuelve a haber luna llena y las criaturas de la noche están en su apogeo. Los grillos no paran de emitir su monótono sonido y las lechuzas ululan desde cada copa de árbol que ocupan. Contrariamente a mí, a la soledad no le gusta la luna llena. El parque está lleno de vida y ella prefiere la compañía de la muerte. Yo también, pero soy lo suficientemente contradictorio como para sentirme bien en diversas circunstancias, aunque lo de sentirse bien sea un eufemismo. Contemplo la luz blanca que se derrama como una cascada sobre el césped. Intento incorporarme pero no puedo. Esta noche me pesa la vida más que nunca. La melancolía lucha por salir a través de mi pecho pero el opaco barniz de condena que rodea mi espíritu se lo impide. Me siento mal sentado sin poder moverme. Apago el cigarrillo en mi pecho y la nostalgia se escapa como un torrente. Me siento liberado. Observo el rostro de circunstancias de la soledad a lo lejos. Vuelvo a bailar con las sombras su danza macabra de cementerio.

domingo, 23 de octubre de 2011

Fin de semana mágico en Barcelona


Llegué a Barcelona en AVE a las 17.30 horas. Mi amiga, la escritora y periodista Cristina Fallarás, me esperaba en el hotel. Tras los saludos de rigor me llevó a tomar una caña al hotel Rívoli y me presentó al camarero, un hombre de color con voz de Louis Armstrong con un pasado relacionado con los mejores cócteles que se sirvieron en el Ritz.

Atravesando las Ramblas, llegamos a El Corte Inglés de Portal de l’Angel. Había en la puerta un cartel en grande anunciando la presentación de “El círculo alquímico”, del escritor Paco Gómez Escribano, o sea, del que escribe estas mismas líneas. Me fotografié junto a él para llevarme el recuerdo. Ya en la sexta planta, nos dirigimos hacia el salón de actos de Ámbito Cultural, en donde había un cartel idéntico al anterior. Tras saludar a mi hermano y a algunos amigos conocidos a través de Facebook me subí al estrado. Abrió el acto Nuria Asprerilla, en representación de la agencia Mediática, que es quien organizó el acto. Y bien preparado que lo llevaba, ya que quedé gratamente sorprendido de cómo sabía los datos de mi biografía.

Tomó la palabra después Cristina Fallarás, que desmenuzó mi novela y la puso por las nubes, insistiendo en la amenidad de la trama y en la caracterización de los personajes. A esas alturas yo ya estaba inflado como un pavo y pensaba que después de la intervención de estas dos estupendas mujeres, no tenía mucho yo que decir. Me equivocaba. Porque Cristina, además de periodista, escritora y muchas cosas más, es una estupenda comunicadora.

Consiguió interesar al público tanto, que entre sus preguntas se intercalaron otras expresadas por la gente que allí se había reunido, haciendo que el acto fuera ameno. Al término del mismo, volvimos al Rívoli. Ella, el escritor Pedro de Paz, que se había pasado porque circunstancialmente él presentaba su novela al día siguiente en “Negra y criminal”, mi hermano y mi cuñada, y todos los amigos que decidieron acompañarnos.

Posteriormente, un grupo ya más reducido, cenamos en la Taberneta. Una velada que, aparte de charla literaria, no estuvo exenta de buenas viandas y un magnífico vino del Penedés. Más tarde hubo copas por las Ramblas.

A la mañana siguiente me levanté aún con el buen gusto del recuerdo entrañable de la presentación. Desayuné, pagué la cuenta del hotel, y me dirigí en taxi a la calle de la Sal, que acoge el domicilio de la emblemática librería “Negra y criminal”. Los libreros me trataron bien. Me regalaron la típica camiseta negra de la librería y me hicieron la sesión de fotos. Me encontré con Alejandra Guerra, ávida lectora, y con Pedro de Paz. Nos tomamos una caña en la terraza del mercado. Ella se fue luego a dar una vuelta y Pedro y yo nos dirigimos a la librería. La imagen que nos encontramos al llegar nos sobrecogió un tanto, ya que una gaviota picoteaba el cuerpo mutilado de una paloma en la misma puerta de la librería. Inevitable pensar en “Los pájaros”, de Alfred Hitchcock en un marco tan criminal.

Poco a poco la librería se fue llenando de lectores y escritores, como la propia Cristina Fallarás, el mismísimo Andreu Martín, y Empar Fernández, que fue la que ejerció de madrina en la presentación de “La senda trazada”, de Pedro. La librería estaba llena y Pedro firmó de lo lindo. Al término del acto se sirvieron los típicos mejillones al vapor y el vino. Me despedí de Paco Camarasa y de Montse no sin antes encargar la nueva de Petros Markaris, que pasará a firmar esta semana. Me encanta este autor que en el trasfondo de su nueva obra sitúa la crisis griega como escenario de las andanzas del teniente Kostas Jaritos.

Estuvimos comiendo en un restaurante en que nos sirvieron unas tapas estupendas. Mención especial para las alcachofas con foie y el vino blanco espumoso. Hasta la hora de irnos a la estación, nos sentamos en una terraza en compañía de unos chupitos de hierbas para dar paso, finalmente a las despedidas. Pedro y yo volvimos en el mismo AVE e hicimos más de una incursión en la cafetería.

La experiencia ha sido de lo más enriquecedora, en una ciudad que tiene magia y que espero volver a visitar muy pronto.

domingo, 16 de octubre de 2011

“La senda trazada” en Getafe Negro


“La senda trazada”, de Pedro de Paz, como si su título fuera un preludio de los kilómetros que le esperan al escritor por toda España, hizo ayer parada en Getafe Negro, después de pasar por Málaga, Bilbao y Santiago de Compostela. Mi despiste crónico a veces me juega malas pasadas y como si no supiera de otros años el emplazamiento de este festival que nos alegra el otoño, acabé en Pozuelo de Alarcón para terminar dando la vuelta e incorporarme a la carretera de Toledo, como debía haber hecho desde el principio. Una vez que aparqué me encontré con Pedro de Paz y con una de las simpáticas chicas de la organización (mi despiste hace que sea muy malo para los nombres) y tomamos café en la calle peatonal que conduce al recinto. Antes de la presentación nos encontramos con Juan Carlos González, ávido lector, y con el también escritor y amigo Javier Márquez, y para celebrarlo nos tomamos unas cañas.

Ya en los alrededores de la carpa, Pedro estuvo departiendo con José Manuel González, autor del libro de relatos “Piel de plátano”, que compartía presentación con él. Llegada la hora nos subimos a la mesa, dispuestos a dar a conocer “La senda trazada” al público de Getafe. Primero hablaron José Manuel y su editor. Después me cupo el honor de hacer una semblanza alrededor de la figura de Pedro de Paz como escritor, para terminar hablando de su novela, que como ya comenté aquí me encantó. Seguramente los críticos profesionales dirán de esta novela galardonada con el Premio Luis Berenguer, patrocinado por Algaida, que es la mejor, que Pedro ha alcanzado su madurez como narrador, y un montón más de tópicos al uso. A mí, sin embargo, me cuesta decir que es la mejor de las cuatro novelas con las que hasta ahora nos ha obsequiado el madrileño, ya que las tres anteriores son también soberbias. En cuanto la madurez narrativa, bajo mi punto de vista, Pedro de Paz es un escritor un tanto insólito, ya que no es muy habitual que un escritor novel la alcance ya en su primera novela, “El hombre que mató a Durruti”, galardonada con el Premio José Saramago. Una madurez que continúa presente en “Muñecas tras el cristal” y en “El documento Saldaña”.

Lo que no me cabe la menor duda, en función de las buenas críticas cosechadas y viendo cómo está funcionando la novela, es que “La senda trazada”, quizá vaya a ser el libro que más se venda y el que va a consolidar al autor dentro del panorama literario español, y ojalá que también lo haga fuera de nuestras fronteras.

Pedro habló para sus lectores presentes en el acto de su trayectoria y de su última novela, que era lo que esperaban los allí reunidos. Y se definió como un escritor de novelas de intriga que adopta en más de una ocasión los cánones de géneros como el policíaco, tan afín a él como lector.

La charla terminó con la firma de ejemplares por parte del autor. Después, ambos marchamos hasta una terraza cercana, junto a Javier Márquez, Juan Carlos González y la incorporación del buen amigo José Manuel Ribeiro. Una de las cosas más agradables de estos actos son las tertulias posteriores.

Pedro de Paz volverá a Getafe en la mañana del próximo miércoles 19 de octubre, en donde intervendrá en una mesa redonda titulada “Actualidad y claves de la Novela Negra”junto a Willy Uribe, María Zaragoza y José Ramón Fernández, con Carlos Salem como moderador. La reunión tendrá lugar en el aula audiovisual Buero Vallejo, de la Universidad Carlos III. Por la tarde firmará ejemplares de “La senda trazada” en la caseta de El Corte Inglés, situada en los alrededores de la carpa del encuentro.

El autor cerrará la semana presentando su última creación en la emblemática librería de Barcelona “Negra y criminal”, a las doce de la mañana, en donde le acompañaré en esos ya típicos mejillones de los sábados, ya que se da la coincidencia de que el día anterior yo presento mi novela “El círculo alquímico” en El Corte Inglés de l’Angel. A partir de ahí, la novela de Pedro continuará por la geografía española recorriendo su propia senda trazada.

viernes, 14 de octubre de 2011

Mi banco del parque (45)

Me he pasado la vida luchando, dedicando demasiado esfuerzo a vivir para los rendimientos que he conseguido. Por eso estoy cansado y vengo cada noche a mi banco del parque en donde nadie excepto yo mismo me recrimina nada. He encontrado a la mejor compañera, la soledad, que me mira con ojos expectantes mientras enciendo un cigarrillo. No tengo nada que contarle y ella lo asume. Mis miserias resbalan por mi piel mientras contemplo la luna en cuarto creciente y el viento acaricia mi rostro pálido. La hojarasca inicia su dinámica bailarina, la lechuza ulula, los grillos desplegan su monótono canto y las sombras y los espectros pueblan este parque desierto: todo está en su sitio menos el interior del alma errante en la que me he convertido. Converso conmigo mismo en un sinsentido de ideas que danzan alborotadas en mi cabeza. El día que llegue al silencio interior dejaré de venir a este banco. Puedo tardar toda una vida de avatares incontrolables. Puedo transformarme en un espectro antes de que llegue el silencio. Quizá un día, será otro tipo el que se siente en este banco y yo seré una sombra. Quizá las sombras y los espectros han sido predecesores míos que un día estuvieron aquí, sentados en este banco del parque, y que se cansaron de ser seres humanos. La soledad me susurra al oído una letanía que se traduce a palabras en mi mente. Me dice que no piense en cosas inútiles. Pero yo no sé hacer otra cosa.

jueves, 13 de octubre de 2011

Mi banco del parque (44)

La cordura es una cualidad humana inagotable. Así debe ser porque cuando creo perderla por completo siempre queda una mínima reserva que te hace caminar por la vida, aunque sea por su lado salvaje. Es esa pequeña cuota de sensatez que te hace dirimir lo que está bien y lo que está mal independientemente de si es o no correcto. No sé si es sensato venir cada noche a este banco del parque para compartir tiempo y espacio con un ente que dice llamarse soledad mientras veo danzar sombras y espectros. Seguramente rebasé una línea hace tiempo, un punto de no retorno que me hace venir aquí y desnudar mi alma. Enciendo un cigarrillo después de tocarme el ala de mi sombrero para saludar a mi dama. Ella hace el mohín que indica que se alegra de verme, incluso me reprocha que hoy he venido más tarde. Sus palabras suenan rebotando en las paredes de mi espíritu atormentado y maltrecho. Suena una música lejana de cuando todavía era un hombre; una música que solo yo escucho en los momentos menos indicados. Una lágrima resbala por mi mejilla y caería al suelo si no hubiese quedado atrapada en mi barba de tres días. Mis reflexiones son inservibles en esta noche sin luna y sin viento. El parque vuelve a parecerme un cementerio sin tumbas que huele a muerto. Me quito la ropa y la arrojo contra las sombras. Huyen despavoridas como si fueran un enjambre de abejas enloquecidas, pero vuelven y me rodean. Me recriminan mi actitud. Me invitan a bailar con ellas su danza macabra sin sentido. Pero esta noche no estoy para bailes. Esta noche llena de silencio mis entrañas. Apago el cigarrillo y me tumbo sobre la tierra. Este cementerio ya tiene su tumba y su muerto.

lunes, 10 de octubre de 2011

Mi banco del parque (43)

La soledad está sentada en mi banco del parque. La observo desde lejos, escondido tras el tronco de un pino. Su incertidumbre crece a medida que pasa el tiempo y no aparezco. Enciendo un cigarrillo y reflexiono unos instantes sobre el apego. Estoy apegado a ese banco y la soledad está apegada a mí. Puede que yo también acabe apegado a ella aunque de momento no lo estoy, ¿o sí? La luna señala un camino de plata hacia ninguna parte y la brisa acaricia con dulzura la tierra que alberga la danza de las hojas del otoño. Apago el cigarrillo y me dirijo hasta el banco. La soledad ni me mira y vuelve la cabeza con gesto altivo. Empiezo a conocerla y veo que es muy posesiva; eso no es bueno, pero cada uno es como es y obedece a su naturaleza. Mi naturaleza es caótica y mi alma está atormentada por vicisitudes vitales que ya no recuerdo. Mi memoria es frágil y yo escondo mi sensibilidad bajo una fachada de ladrillos que se desmorona cada noche, que me permite ver sombras y espectros que me saludan como a un amigo. Tomo la mano de la soledad y le digo que ya está bien, que no es para tanto. En el fondo es un encanto porque me ha sonreído y está bailando para mí. Nunca lo había hecho. Su danza me hipnotiza.

sábado, 8 de octubre de 2011

Mi banco del parque (42)

Las vaguedades surgidas del no silencio de mi cerebro forman un amasijo de ideas que como una marquesina de pensamientos me guarecen al socaire del viento. Mis pasos son tan mudos que mi cuerpo parece pender de un dogal invisible. Me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo para escuchar cariacontecido y perplejo el donoso ulular de la lechuza y el recurrente canto de los grillos. Esta noche es cálida en contraste con mi gélido interior. La soledad acaba de acomodarse a mi izquierda muda e inexpresiva junto a mi falaz mansedumbre. Intento apartar mis ideas con violencia cual miriñaque de locomotora enloquecida. No logro alcanzar el silencio por más que me lo propongo y me empecino. Los pensamientos son trocables por cualquier falacia ridícula, pero inamovibles. Esta noche no hay luna ni estrellas en cuya luz bañar este rostro cansado. Exhalo hacia el vacío el humo de mi última calada para sufrir en silencio el plomizo estado de ánimo que me atenaza. La soledad se marcha. Ha intuido que esta noche estaré poco aquí y se me ha adelantado. Me levanto y me pierdo en este cementerio sin tumbas. Ya no diviso mi banco. No veo el horizonte. Solo atisbo la nada más absoluta y demoledora.

jueves, 6 de octubre de 2011

Mi banco del parque (41)

La noche se me presenta vestida con una túnica de tafetán negro moteada de estrellas. La lluvia se ha llevado la polución y los malos pensamientos. De ahí que la luna proyecte sobre mi banco del parque una luz clara que hace que la soledad esté embelesada con la cúpula celeste. Enciendo mi cigarrillo y me dedico a contemplar el claro que se abre ante mis ojos. Mis reflexiones siguen siendo pesadas, inútiles y correosas. Con mis ojos puestos en el astro nocturno lanzo una deprecación dirigida a un ente imaginario. No obtengo respuesta; tampoco lo esperaba. Empaco mis sentimientos en un baúl ficticio y echo la llave de un candado piadoso. Mis pensamientos son una escisión de un espíritu que poco a poco se disocia. No soy un buen interlocutor de nada y mi actitud resultaría vergonzosa para mi prosapia en cualquier caso, pero no me importa en absoluto porque aquí finaliza un linaje. La soledad me susurra algo ininteligible y aun así su rostro me dice más que las palabras que tengo que escuchar durante el día. Me interno en la noche de su mano y cuanto más nos alejamos del banco más frágiles nos sentimos. Regresamos a punto de desintegrarnos en la nada y al sentarnos nos miramos como lo hacen los desconocidos. Y sin embargo las sombras nos recuerdan nuestro vínculo mientras las hojas se mueven despacio, como levitando, llevando cada una a su grupa las reflexiones que se me han escapado durante este tiempo de meditación atormentada.

lunes, 3 de octubre de 2011

La poesía del fracaso

Parafrasear al maestro Sabina me viene de perlas cada vez que hablo de mi barrio. “Mi barrio no es ninguna pradera”, sí, al menos no lo fue para la gente de mi generación. Ahora es distinto. Los niños juegan a la Nintendo, van al cole todos y no han conocido la miseria de unas calles sin asfaltar, alumbradas por farolas inexistentes. En cada esquina hay una esquela con un epitafio mudo; quizá convenga aclarar que esas esquelas están, pero en mi memoria, que no consigue borrar las muertes de toda una generación a manos de la heroína o en tiroteos que tenían que ver con la heroína o con el dinero, o con la miseria.

El barrio también está plagado de anécdotas que podían haber sido planos de películas de Berlanga, pero también de Fellini. Como cuando el Elías, presa de un mono considerable, no tuvo otra ocurrencia que bajar a robar al Banco Central, el banco de toda la vida al que iban sus padres. Lo hizo con un cuchillo de los de punta redonda. Finalmente, los empleados, iba a decir que lo redujeron. No hizo falta, pues la cosa se arregló con unas palmaditas en el hombro y con un “venga Elías, no hagas tonterías y tómate la medicación”. O como cuando el Kilo salió del cine Covadonga, sala en la que se podían ver películas como “Dios salve a la Reina” y, en general, musicales de Deep Purple, Rolling Stones o Led Zeppelín. Tiempos aquellos en los que se fumaba en la sala y se bebían litros de cerveza. Cierto es que desde el gallinero llovían los cascos y los escupitajos, con más de un escalabrado visitando la Casa de Socorro (hoy en día extinguidas, por lo menos el nombre). Pero decía que el Kilo fue al Covadonga con su dosis de tripi en el cuerpo. Y al salir se encontró mal. Entró al Metro y empezó a ver a la gente con cabezas de toro, de pollo, etc. No pudo soportar la paranoia y se desmayó. Cuando despertó, estaba en el Alonso Vega entubado, empastillado y alucinado. De allí se llevó una incapacidad permanente y un certificado bajo el brazo que decía “ahora comienza el principio de una ruina, la ruina de tu vida”. Sospechosamente, el desvalijamiento de cabinas telefónicas en la sierra cesó al mismo tiempo que el Kilo se recuperaba en el hospital.

No hace mucho recuperé una amistad de la niñez. Javi el del cutter y yo teníamos un grupo musical cuando teníamos 16 años. Nos separamos y él decidió transitar el lado salvaje de la vida. Decidió experimentar lo que se siente siendo yonki, alcohólico y politoxicómano. En aquella época se cruzaba conmigo por la calle y no me saludaba porque no me conocía. Ahora está bien, porque logró robarle al demonio las llaves de la puerta del Infierno y escapó. El que siga siendo acólito de las barras de bar en sesión continua es un mal menor. Hemos retomado la amistad y hemos vuelto a juntarnos los del grupo, cada uno con nuestra colección de sucesos vitales. Este verano, Javi el del cutter incluso se llevó mi novela a Gredos y la leyó. Veranea allí de ocupa en refugios y no se gasta ni un pavo, que por otra parte, tampoco tiene. Y cada verano, acude a ese paisaje buscando la belleza y la soledad, y las veladas con su amigo Joselito, al que echaron de la alcaldía del pueblo porque una tarde salió a la calle y se lió a tiros. Como sé que os estaréis preguntando por el apodo del Javi, os diré que hace un año estaba yo con él y con su hermano en un garito de Quintana a altas horas de la noche. Hubo unos colombianos que se quisieron divertir a nuestra costa, siendo como éramos nosotros tres y ellos unos doce. Javi sacó su cutter y le metió a uno en el cuello. No, no os asustéis, no pasó nada, los colombianos terminaron por invitarnos a unos chupitos de whisky.

El otro día vi al Lorenzo, y a este sí que hacía que no lo veía hace 30 años, desde que terminamos la E.G.B. Resulta que era el vigilante de la boca de Metro de Torre Arias. Ambos nos alegramos de vernos. Lorenzo y yo fuimos muy amigos de críos. Ya apuntaba maneras entonces. Consiguió no aparecer por el cole dos meses haciendo creer a los profesores que estaba enfermo. Cuando se descubrió la mentira, su padre le metió una curra de la que aún le duelen los golpes. Lorenzo vivía en la zona de Canillejas en donde habitaban todos los delincuentes, y los conocía. Nos libró en más de una ocasión de una sirla. Y cuando hacíamos las fiestas del colegio y los manguis venían a reventárnolas, que el Lorenzo estuviera allí era toda una garantía. Aún recuerdo una hostia que le metió al Pirri (que en paz descanse), que podía competir en calidad con las que metía Bruce Lee en las pelis. Nos contamos brevemente nuestra vida. El Lorenzo ha ido peregrinando de curro en curro, a cual más precario. Y me dijo que había vivido con una piba muchos años, de los cuales los últimos fueron un infierno. En vez de separarse, ella se fue con sus padres y él con los suyos. Ahora están viviendo una segunda luna de miel.

Cuando quiero ver a los antiguos colegas, paso por la bodega del Suso. Es agradable tomar un vino y un pincho de tortilla. Allí se juntan los jubiletas que lo son por edad y los que lo son de forma prematura, por esquizofrenia, mayoritariamente, debido a las drogas y al alcohol. Lo mismo hablan de toros, que de política, que de fútbol, que de filosofía. En la bodega del Suso no se cita a Nietsche ni a Ortega, por poner dos ejemplos, para afianzar argumentos. Nadie sabe quiénes son esos dos señores, bastante tienen con lo suyo. Allí se habla con la sabiduría que otorga el fracaso (ahora parafraseo al gran Robe Iniesta que también me viene de perlas), que no es poca. El otro día vi al Javi el cabezón, apelativo tan cariñoso como cruel que le regalamos los compañeros en la E.G.B. El cabezón nunca fue un alumno brillante, pero era amigo de sus amigos. También le perdí la pista, aunque bien es cierto que me lo encontré tres o cuatro veces en conciertos que siempre eran de los Burning. El cabezón sacó el Graduado Escolar por los pelos, y se colocó en la misma sala de bingo en la que curra hoy, más de treinta años cantando aquello de “trece, uno tres”. Cuando le vi, su barriga y su pelo blanco me indicaron que la vida tampoco es que hubiese sido muy generosa con su aspecto. Resulta que también ha leído mi novela. Pero lo más curioso es que me dijo que se iba a Colombia a casarse con una colombiana que había conocido en Cuba. Se marchaba con un colega, que se casaba también con una amiga de su chica. Le vi ilusionado, con toda la ilusión que se puede reunir a los cuarenta y cinco, eso sí.

Hace mucho que tenemos farolas en el barrio; y aceras. Hay hasta bancos y comercios. Y parques en donde los niños juegan tranquilamente. Cuando yo poblaba estas mismas calles en mi niñez, jugábamos a matar ratas, algunas como conejos de grandes. Y a esquivar navajas y jeringuillas. Era otra historia.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (40)

Tomo descalzo el camino del parque, más embarrado que nunca, y me percibo a mí mismo como un proyecto acéfalo de ser humano. El suelo está demasiado resbaladizo y el ambiente me evoca un verso bucólico de muerte lenta. Me acomodo en mi banco, deposito los zapatos en la madera húmeda y enciendo un cigarrillo. La soledad aparece como siempre de la nada y procura que no esté solo de manera contradictoria. Tras la tempestad viene la calma y, si bien huele a tierra mojada, el ambiente es bochornoso. Me siento un letrado coadyuvante de la nada. Un notario de una realidad carente de significados. Desdeño pensamientos y reflexiones inútiles que quieren desenmascarar mi personalidad marchita. No pueden emponzoñar lo que ya no puede ser mancillado de ninguna manera. Exudo un sudor ferrugíneo que me envenena la piel y el alma y que se convierte en una suerte de gutapercha correosa y yerma. Soy un menesteroso que cultivo la misantropía en un cementerio de pensamientos malditos. Soy un ser pernicioso para mí mismo y para cuantos me han rodeado en vida. Lo contrario de recio, sin embargo, frágil hasta lo enfermizo. La sensibilidad se me escapa por las puntas de los dedos y nunca regresa. Apago mi cigarrillo y camino unos metros. Las sombras me rodean y me invitan a su baile nocturno. Declino la invitación y vuelvo a sentarme en el banco, junto a la soledad. Por una vez, ella me sonríe y mantiene ese rictus en su rostro durante unos instantes.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (39)

Me siento como el albayalde de las paletas de un pintor, plomizo y pálido. Mis sentidos permanecen aletargados en una noche ventosa y desapacible. Me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo. El viento ruge y la soledad, que se acaba de acomodar a mi izquierda, calla. El sonido de un trueno lejano me hace sentir demasiado pequeño y enclenque, exiguo en las ganas de ejercer una voluntad que me abandona por momentos. El viento lacera mi espíritu filtrándose por los recovecos de mi alma. Mi corazón se me antoja macerado por la rutina vital y mis arterias gimen obturadas de tristeza. Las sombras se ven como filos ranurados en su baile anárquico. Mis pensamientos mendigan un escenario con un público fantasma, aunque a veces pienso que constituyen un sofisma de envergadura. Percibo que el día me vilipendia impunemente y que la noche me recoge en su regazo gélido. La tormenta se instala una vez más sobre mi cabeza. Los rayos, los truenos y el chisporroteo de las gotas de agua crean un contexto espectral. La soledad me observa como si fuera un fantasma venido del más allá. Puede que lo sea y que no me haya dado cuenta. Hundo los pies en el barro y empiezo a percibir la noche en todo su esplendor. Hoy no me apetece danzar con las sombras por mucho que lo estén pidiendo. Miro a la luna y emito un grito que hasta me ha hecho estremecer a mí mismo. La lluvia ha cesado incomprensiblemente. Cierro los ojos y vuelvo a escuchar mi grito. Pero esta vez sale de lo más hondo de mí, inaudible, pero intenso. El cigarrillo se apagó con la lluvia. Yo me apagué con la vida.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (38)

La noche se me ha echado encima de repente, aviesamente. Lo siniestro del día que he llevado no me ha dejado ver la transición del sol a la luna. Me aproximo a mi banco del parque después de haber visto en el espejo mi rostro cárdeno. La soledad no está, lo que no impide que me quite el zapato y me agarre al calcañar de mi pie derecho, que me ha tenido todo el día cojeando. Me alivio con un pequeño masaje mientras escucho el viento desecativo que hace imposible cualquier atisbo de humedad en el ambiente. Me ahoga y no obstante enciendo un cigarrillo justo cuando la soledad se acomoda a mi izquierda y me hace una carantoña coqueta. Le guiño un ojo mientras me retrepo en el respaldo e intento zafarme de esta ansiedad que me asfixia como un parásito entozoario. Inútil empresa la de vaciar la gaveta de mi alma, silente, albergada de un fluido misantrópico que me corroe como un cáncer. Las hojas revolotean ejecutando una danza macabra que se torna recurrente. Apago mi cigarrillo con lágrimas en los ojos. Las sombras y los espectros se retiran en señal de respeto. Estoy de duelo sin que exista un motivo real para ello. A veces este parque se me antoja un cementerio sin tumbas visibles. Quizá fuera un camposanto hace siglos. Y sin embargo, a pesar de las lágrimas, me siento también en él... Me siento vivo ante la muerte, muerto ante la vida, un cadáver viviente que desnuda su alma en este banco en compañía de la soledad, que asiente a mis pensamientos. Ella me comprende. Yo no.

domingo, 25 de septiembre de 2011

"La senda trazada", de Pedro de Paz

El viernes 26 de noviembre del pasado año, se hizo público el fallo del jurado en el XX Premio de Novela Luis Berenguer. Me llevé una grata sorpresa cuando vi que el ganador fue Pedro de Paz, con una novela titulada “La senda trazada”. Un premio que antes ganaron escritores de prestigio, como Javier Puebla, Félix J. Palma o Andrés Pérez Domínguez. Mi sorpresa no fue porque no supiera que Pedro podría ganar este o cualquier otro premio, sino porque es un escritor al que admiro y este certamen lo patrocina la editorial Algaida, lo que te da la seguridad de que la novela va a estar en las mesas de novedades de las principales librerías y almacenes del país. Es más, si de alguien deseaba ya leer otra novela era del amigo de Paz, que atesora una calidad innata para contarnos historias.

El libro acaba de salir prácticamente, siendo una de las novedades del otoño. Y Algaida se ha encargado de hacer una portada lo suficientemente llamativa como para que los que incluso no conozcan al autor se interesen por el libro y lean la sinopsis de la contraportada, cuyo argumento engancha. Desde aquí vaticino que la novela tendrá unas ventas superiores a las expectativas de la editorial y del autor, ya que desde que empiezas a leer la primera página hasta el fin, el libro te atrapa.

El argumento de la novela no es nuevo en Literatura, ya que conocer el futuro ha sido un tema recurrente a lo largo de la Historia. Pero en este caso, Pedro nos propone una variación respecto al planteamiento clásico: al protagonista se le ha dado la potestad de conocer el futuro de otras personas, nada halagüeño por otra parte. Alfonso Heredia es un fotógrafo freelance que malvive haciendo fotografías para una agencia. Su vida ha llegado a un punto en el que debe dinero a todo el mundo. Su pareja, aun profesándole un amor fuera de lo común, decide abandonarle para evitar la autodestrucción de ambos. Él no acaba de asumir la situación y se convierte en un ser amargado y mezquino. Debe meses del alquiler de su vivienda, sus acreedores le acosan y por las noches se refugia en una espiral de alcohol que no le abandonará en toda la novela. La personalidad de Alfonso Heredia y la descripción de sus estados de ánimo, desde mi punto de vista, es uno de los puntos fuertes de la novela. Pedro de Paz demuestra su maestría en mostrarnos el alma atormentada del protagonista, con una prosa cruda que hace que el lector sienta las mismas sensaciones que aquejan a Heredia y se identifique con él compartiendo sus desgracias. El ambiente no llega a ser opresivo ya que el autor nos va ofreciendo párrafos de una bella prosa poética que hace que leer capítulo tras capítulo sea la trascripción de una historia contada desde el habitual estilo del autor, dotado de un bello lirismo para describir estados de ánimo.

En estas circunstancias, un día, Alfonso huye de un acreedor refugiándose en una librería de viejo. En ella hace tiempo hasta que pase el peligro husmeando entre sus anaqueles diversos libros para al final ojear un volumen sobriamente encuadernado en cuero negro. Le llama la atención el hecho de que no tiene título, el grabado de la portada y las sentencias que atesoran sus páginas, escritas a mano en bellos caracteres góticos. Alfonso se ve sorprendido por el librero, un personaje curioso, un anciano albino de edad difícil de determinar, que le pregunta que si está interesado por el libro. Nuestro protagonista intuye, por el tipo de encuadernación, que el libro debe de valer mucho dinero, y le dice al librero que solo tiene diez euros, más preocupado por quitárselo de en medio y por salir de la tienda en cuanto haya pasado el peligro. Asombrosamente el librero le vende el libro a un sorprendido Alfonso, que le entrega sus últimos diez euros.

Este es el original planteamiento de una novela que, a partir de aquí ya tiene al lector enganchado y expectante por adivinar el contenido del libro. Cuando el protagonista llega a su casa y empieza a leer unas sentencias cortas que aparentemente carecen de sentido se maldice por haber comprado algo inútil y haber empleado en ello sus últimos euros. Alfonso sigue con su vida maltrecha, huyendo de acreedores que le atosigan y haciendo fotografías en donde puede y como puede por un mísero precio. Pero en los ratos libres se enfrasca en la lectura del libro, más por olvidar la infausta vida que le ha tocado vivir que por sacar algo en claro. Casi por casualidad, la muerte del Papa le hace comprender que esta estaba anunciada en el libro, en una de las sentencias. Un estudio más meticuloso le hace comprender que el libro es un obituario estructurado en años y meses. La sorpresa salta cuando descubre que hay consignados anuncios de muertes que todavía no han sucedido.

A partir de aquí, Alfonso centra su vida en el estudio del manuscrito llegando a descubrir quiénes son algunos de los que morirán tras consultar libros y hablar con expertos. El protagonista tendrá que decidir entre avisar a los desafortunados o aprovechar la información en beneficio propio y sacar las mejores instantáneas de los óbitos anunciados.

El nudo conduce a un desenlace espectacular. Pedro de Paz monta una ficción en torno a otra ficción, ya que uno de los expertos consultados le hace ver a Alfonso que el libro que tiene entre manos es el Necronomicón. Este libro no existe realmente. Es un grimorio ficticio ideado por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft, mencionado por primera vez en el cuento “El sabueso”, allá por 1922. Pedro de Paz no es el primer escritor que menciona el libro en una de sus obras. Antes lo hicieron autores de la talla de August Derleth o Clark Ashton Smith. Lo cierto es que el libro ideado por Lovecraft ha inspirado obras con el mismo título. Y los fieles lovecraftianos incluso han creado páginas web alrededor del inexistente libro del que, por el contrario, muchos acólitos del terror sí que creen en su existencia.

“La senda trazada” es un libro de intriga, pero también es un viaje al alma del protagonista y a sus compañeros de viaje, un espectacular reparto de secundarios cuyas vidas se verán afectadas, en algún caso de forma terrible, por los desatinos del protagonista. Es el mito de Fausto revisado y tamizado por la imaginación del autor. Una novela que, aunque lineal en la forma de desarrollar la trama, vuelve a poner de manifiesto la afición de Pedro de Paz por las concepciones cíclicas, por abrir y cerrar círculos, por plantear al lector retos y enigmas que se resolverán en la cabeza de cada uno de forma diferente. Una novela que hará que allá donde estés, busques un momento para volver a sumergirte en sus páginas y camines hacia su desenlace a cien por hora.

Pedro de Paz (nacido el 26 de octubre de 1969 en Madrid)

Novela

El hombre que mató a Durruti (Germanía, 2004, y Aladena, 2010, reedición aumentada). Premio "José Saramago 2003" de Novela Corta. (traducida al inglés de la mano de la editorial ChristieBooks, integrándola en su prestigiosa colección Read and Noir).

Muñecas tras el cristal (El Tercer Nombre, 2006).

El documento Saldaña (Planeta, 2008).

La senda trazada (Algaida, 2011). Premio "Luis Berenguer 2010" de Novela.

Relatos

La vida es un bar (Amargord, 2006, relato "Revenge Blues"). Antología colectiva de relatos.

La lista negra. Nuevos culpables del policial español (Salto de Página, 2009, relato "Mala suerte"). Antología colectiva de relatos.

Ocho vueltas de tuerca (2010). Selección de relatos. Disponible exclusivamente en formato eBook [2].

La frontera (Pepsi - Semana Negra, 2011, relato "Hay fronteras que es preferible no atreverse a cruzar"). Antología colectiva de relatos.

Mi banco del parque (37)

Esta noche siento la coerción de la espesura de la noche. Ignoro lo que espera de mí cuando ni yo mismo espero las migajas de mi voluntad, por mucho que se conglutinen las circunstancias nocturnas. Enciendo un cigarrillo en mi banco del parque, bajo la luz inexistente de la farola fundida, y desaderezo mis pensamientos de lastre superfluo. Noto como mi espíritu se encuentra entrapajado en un lienzo silente y emponzoñado, exudando tristeza y sin ganas de dar una vuelta más en la invisible rueca de las esperanzas yermas. Me siento como un espectro que no hace sino tremolar sentimientos cada noche. Cae la fina lluvia sobre la impermeable presencia de la soledad, acomodada a mi izquierda. Impermeables a mí son sus pensamientos, cosa que agradezco; bastante tengo con lo mío. No hay luna y no alcanzo a ver ni una estrella. Tampoco han venido las criaturas de la noche. Brillan por su ausencia los cantos de los animales nocturnos. Hundo mis pies desnudos en el barro. Siempre que lo hago se agudizan mis sentidos. Pero no hay nada por lo que sentir. No hay nada por lo que luchar. No hay nada por lo que vivir, excepto este banco y este parque, que más parece un estado mental que un escenario vital. Apago mi cigarrillo y, totalmente empapado, toco el ala de mi sombrero. La soledad entiende que quiero marcharme, pero no hay ningún sitio adonde ir. Soy como un vagón de tren que avanza por una vía solitaria con parada en ninguna parte. Finalmente me despojo de la ropa y me tumbo de espaldas en el suelo. Siento la tierra fría. Siento mi gélido interior. La soledad me arropa con un manto de melancolía.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (36)

Esta noche estoy llorando como cuando era un niño. Ignoro el motivo real. Solo sé que la tristeza ha entrado en mí dándome un empellón insoportable. La noche lo es con una cadencia errátil que me desconcierta. Y los ruidos de la noche emplean un tono declamatorio injustificado que me sume en un estado nervioso desconocido. Enciendo un cigarrillo y la llama de la cerilla me ofrece un paisaje fantasmagórico avivado por el humo de la primera calada. Mi rostro tiene un color parecido al añil, como teñido de glasto. Lo sé porque me he mirado al espejo antes de salir. No me preocupa que el rostro de la soledad tenga el mismo color. A veces creo que ella y yo somos uno. Mi ropa es una librea hecha jirones, como mi alma. El parque está desierto, ni siquiera las criaturas de la noche han venido a ejecutar su danza sin sentido. No hay luna. No hay estrellas. No hay sentimientos, ni pensamientos oscuros. No hay nada. Ya no lloro y olvido por completo el episodio de la tristeza. Apago el cigarrillo y mi espíritu se enajena de manera histriónica. No me comprendo. Cuando más me siento vivo es cuando estoy muerto en este parque cementerio. La soledad me mira sin dar importancia a mi estado de ánimo y eso me reconforta un tanto. Me alejo unos metros descalzo y desnudo mi alma en la noche. En el banco queda la soledad junto a mis zapatos. Intenta seguirme, pero le hago un gesto con la mano. Se detiene. Desaparece. Me muero.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (35)

A veces creo que nada ni nadie podrá ensalmar mi espíritu, hostigado por pensamientos propios y, en ocasiones, también foráneos, de los que no acabo de determinar su origen. En ocasiones, percibo que la soledad se apiada de mí e intenta lisonjearme con palabras mudas llenas de buenas intenciones, pero todo es inútil. Mi alma se encuentra varada en un promontorio de basura abstracto, incapaz de remontar el vuelo hacia horizontes más claros. Sentado en mi banco del parque, con la soledad por única compañía, enciendo un cigarrillo para exhalar el humo hacia el ambiente fresco y plomizo. Mientras mi cuerpo se aferra a este banco, mi espíritu queda lejos, vagando por un valle de sombras en el que predominan el color y el olor a azufre, y también la ausencia de luz. Mis pensamientos caen al subsuelo doblegados por el naufragio de mi propia subsistencia. Estoy dolido conmigo mismo, aunque hace tiempo que olvidé los motivos. No intento recuperar experiencias que alguna vez me parecieron enriquecedoras y que hoy no son nada más que un espejismo que flota en el aire a lo lejos. Solo espero que llegue la noche para camuflarme entre las sombras y no ser visto. Beber del elixir de la inexistencia de remordimientos para poblar definitivamente el valle de las sombras. La soledad me mira con expresión grave y me dice en un susurro que así estamos bien. Pero yo no acabo de creerlo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (34)

A veces creo que soy invisible. Que si un ejercito de humanidad desfilara ante este banco del parque ninguno de sus componentes repararía en mí. Esta circunstancia, lejos de mellar mi estado de ánimo, me reconforta. No quiero conocer a nadie, a nadie más. La gente siempre acaba decepcionándome así como yo decepciono a los demás. Por eso creo que la soledad, sentada a mi izquierda desde hace unos momentos, me ha elegido para ser su compañero. Ella y yo no podemos decepcionarnos porque nada nos exigimos salvo la mutua compañía que compartimos cada noche en este banco. Enciendo un cigarrillo debajo de la farola fundida, y que siga así. Las sombras y los espectros están tan acostumbradas a nuestra presencia que ya ni siquiera nos acosan ni nos saludan. No hay luna. No hay estrellas. Solo un silencio atronador que junto a las demás circunstancias produce una sinergia que engulle mis reflexiones yermas, mis baldíos pensamientos. Siento escalofríos que solamente puedo paliar ignorando mis estúpidas deliberaciones. Mi interior es un campo de batalla en el que combaten dos facciones compuestas por soldados muertos. Apago mi cigarrillo en la tierra húmeda y suspiro mirando un punto indefinido a lo lejos. Caigo en un estado hipnótico que me lleva hacia algo parecido al mutismo. La soledad me susurra un verso al oído, un verso maldito y triste que concuerda exactamente con mi estado de ánimo. Me giro hasta contemplar su rostro. Es como si me hubiese mirado al espejo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (33)

El misterio de la noche se me antoja insondable. Como insondable es el secreto que se aloja en mi interior. Durante el día me dedico a no existir para acabar viniendo a este banco del parque en el que en teoría me siento y observo. Y en parte así es, pero los que me conocéis sabéis que en realidad vengo aquí para sentirme vivo. Vengo porque tengo una cita con una dama muy especial. Hoy ella ya estaba sentada cuando yo he llegado y me he encendido mi cigarrillo. La noche es especialmente silenciosa. Ha llovido durante todo el día, barriendo la polución de un plumazo, lo que propicia que se vean unas cuantas estrellas escoltando a la luna, que está en cuarto menguante. Este extraño silencio me desconcierta, me duele. No escucho el canto de los animales ni la danza de las criaturas de la noche. A lo lejos veo transitar a un hombre con gabardina y sombrero calado. La distancia es grande como para que repare en mí. No obstante se lleva la mano al sombreo y se toca el ala a modo de saludo. Siento un escalofrío y me entran ganas de seguirle pero la soledad me toma el brazo. En un susurro me dice que es una trampa, que el que nos ha saludado no es una persona. La creo. Nunca hay nadie en el parque salvo los habituales. La soledad me explica que hay criaturas que se muestran como personas, pero que en realidad no lo son. Le agradezco el detalle mostrándole lo que pretende ser una media sonrisa y apago el cigarrillo. Me descalzo y hundo los pies en el barro. Solo entonces escucho el canto de los grillos y el ulular de la lechuza. El silencio se rompe y mis pensamientos empiezan a fluir a velocidad vertiginosa. Unos pensamientos tan inútiles como la inexistencia de cordura. Las sombras, que antaño me acechaban, inician su danza macabra. Huele a tierra mojada, a cementerio encantado, a poemas muertos. Me observo a mí mismo sentado en el banco junto a la soledad. Mi perspectiva es ahora la del tipo del sombrero.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El problema de la Educación

Recuerdo que estudié en un sistema en el que primaba el esfuerzo, como no puede ser de otra forma. Estudiábamos en los colegios hasta octavo de E.G.B. (Educación General Básica) y si aprobábamos obteníamos el Graduado Escolar, aproximadamente el equivalente al actual Graduado en Secundaria. Hay un par de diferencias: En EGB estudiábamos hasta los 14 años; a pesar de que ahora se acaba la E.S.O. (Educación Secundaria Obligatoria) con 16 años, se salía más preparado antes que ahora. No obstante, el antiguo sistema guardaba un problema: quienes no querían seguir estudiando se encontraban con que no podían trabajar hasta los 16. De ahí que en la primera reforma educativa de la democracia se prolongara la secundaria obligatoria un par de años más, para evitar el vacío de dos años en el que se encontraban muchos chavales. Además se impuso la obligatoriedad de estudiar la secundaria a todos los críos, independientemente de su clase social o ideas. Algo que teóricamente parece lógico. En la práctica, estos postulados progresistas se han mostrado inviables, ya que la obligatoriedad de las clases ha incrementado sensiblemente las cifras de fracaso escolar. Desgraciadamente, he presenciado muchas veces casos de niños que con 12 años dicen que no quieren estudiar y lo que les queda por delante son cuatro años secuestrados en un instituto por el sistema.
Esta generación de niños no se parece en nada a la mía. Mientras yo jugaba a indios y vaqueros, al escondite y a pedirle a mis padres una bicicleta que no me podían comprar, los niños de ahora han tenido y tienen de todo. Muchos de ellos, la primera vez que oyen la palabra “no” es en el instituto, y claro, no la entienden. Así es muy difícil educar. Por otra parte, la LOE-LOGSE que ahora es LODE (demasiados cambios), nunca se ha implantado de forma definitiva, sobre todo en cuanto a partidas económicas. Muchos de los alumnos no están preparados para estar en un aula de ESO, bien porque, aunque tengan la edad, no tienen conocimientos previos suficientes, o bien porque tienen trastornos importantes de conducta, o ambas cosas. Son críos en los que deberían entrar de lleno las medidas de atención a la diversidad, atendidos en aulas de grupos reducidos por profesores con cualificaciones especiales. Pero claro, esto cuesta un dinero que jamás se ha llegado a invertir completamente.
Con este panorama no es extraño que España aparezca mencionada en todos los informes internacionales por sus malos resultados en Educación. Pues bien, con este paisaje, en vez de mejorar los recursos, en todas la comunidades autónomas regidas por el PP, se ha decidido hacer recortes en la Escuela Pública como parte de las medidas de austeridad frente a la crisis económica que nos afecta. Los profesores hemos protestado y ante nuestras protestas, los gobernantes nos han tachado públicamente de vagos por no querer trabajar dos horas más, como parte de la maquinaria propagandística de apoyo a sus medidas. Lo cierto es que los profesores no protestamos por eso. Muchos ya trabajamos 21 horas en años pasados (no 20, como proponen los legisladores), y no hemos protestado. Tampoco hemos dicho nada cuando nos han bajado el sueldo como a todos los funcionarios.
Si protestamos es por la masificación de unas aulas que en ciertos institutos llegan a albergar a 45 alumnos; por la reducción del número de desdobles en asignaturas en que, por sus particulares contenidos, la clase se dividía en dos y era atendida por dos profesores; por la desaparición de horas de laboratorios que en asignaturas como Biología son imprescindibles; por la reducción del número de optativas que impiden que el alumno se especialice en base a sus preferencias; por la desaparición de las tutorías en gran parte de los centros; por la reducción o eliminación de las actividades extraescolares; por la impartición de horas por parte del profesorado que no son de su especialidad; por la menor atención a los alumnos con problemas de aprendizaje debido a la eliminación de profesores de educación compensatoria; por la desaparición de profesores de audición y lenguaje. ¿Sigo?
La masificación y esas dos horas lectivas más que, por norma nos obligan a dar, han propiciado que este año desaparezcan de los institutos de Madrid más de 3000 profesores que son más que necesarios. Ya el año pasado suprimieron a 1500. Y esto en un año en que la matriculación en las escuelas públicas ha aumentado un 10%, ya que los ciudadanos que antes llevaban a sus hijos a concertados y que se han quedado en paro necesitan plazas públicas para sus hijos.
Todas estas medidas aplicadas sin ningún criterio lógico ni razonable, generarán un desastre de imprevisibles consecuencias si los gobernantes no dan marcha atrás. Todos asumimos que estamos en crisis, pero aun así, no se deberían escatimar recursos ni para Educación ni para Sanidad, que deben ser públicas para garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos, independientemente de que haya colegios y clínicas privadas para quienes quieran y puedan permitírselo. La huelga en la Enseñanza está más que justificada.