Dolor traicionero y errante,
que me quitas el sueño y la vida en segundos,
¿qué buenas nuevas me traerás hoy?
¿O quizás me asaltarás en la noche, a traición?
Ven si quieres, aquí espero con la dignidad suficiente,
no me das miedo, me amenazas, pero no me das miedo.
¿De dónde sales? ¿De dónde vienes?
¿Por qué esos mares de pesadumbre sobre tantos y tantos?
¡Ay! Dolor traicionero y errante...
Te ciernes sobre mí como una borrasca de nubes negras,
y empujas lanzando envites de muerte,
de sufrimiento y de soledad suprema.
¡Márchate de mi vera o ven de frente!
Pero claro, no sabes, tú eres traicionero y cobarde,
tu estirpe no sabe nada de decencia ni de honestidad.
¡Lanza tus envestidas hacia otra parte!
Pero no metas cizaña en el horizonte de los poetas,
ni intimides a los niños de cristal, maldito.
¿Sabes? maldito dolor, esta noche me has inspirado,
sí, tú, engendro demoníaco, y me carcajeo.
Cuando más fuerte me lanzabas tus punzadas,
se me ocurrió un poema, el mejor de los poemas,
que plasmé en negro sobre blanco,
qué, ¿cómo te quedas?
Tú, acostumbrado a herir y a hostigar,
convertido en la musa de un poeta errabundo,
acosado y enfermo, pero inspirado por ti,
engendro demoníaco del Infierno.
Sopla tu hediondo aliento hacia otra parte,
y clava tu mirada lasciva en el rostro del anciano muerto.
Pero no en mí, ni en los niños de cristal,
dolor traicionero y errante.
Sal de mi vida y entra en tu casa,
de donde nunca deberías haber salido.
Un día sabré donde vives,
y te encerraré bajo siete llaves.
¡Maldito tú y tu estirpe!
¡Maldita tu madre y tu padre!
Regresa a los infiernos y púdrete para siempre,
o te juro, maldito engendro,
que volveré a escribir otra vez.
¡Será el mejor poema!
¡Un poema de conjuros que te arrojará al maldito Infierno!
que me quitas el sueño y la vida en segundos,
¿qué buenas nuevas me traerás hoy?
¿O quizás me asaltarás en la noche, a traición?
Ven si quieres, aquí espero con la dignidad suficiente,
no me das miedo, me amenazas, pero no me das miedo.
¿De dónde sales? ¿De dónde vienes?
¿Por qué esos mares de pesadumbre sobre tantos y tantos?
¡Ay! Dolor traicionero y errante...
Te ciernes sobre mí como una borrasca de nubes negras,
y empujas lanzando envites de muerte,
de sufrimiento y de soledad suprema.
¡Márchate de mi vera o ven de frente!
Pero claro, no sabes, tú eres traicionero y cobarde,
tu estirpe no sabe nada de decencia ni de honestidad.
¡Lanza tus envestidas hacia otra parte!
Pero no metas cizaña en el horizonte de los poetas,
ni intimides a los niños de cristal, maldito.
¿Sabes? maldito dolor, esta noche me has inspirado,
sí, tú, engendro demoníaco, y me carcajeo.
Cuando más fuerte me lanzabas tus punzadas,
se me ocurrió un poema, el mejor de los poemas,
que plasmé en negro sobre blanco,
qué, ¿cómo te quedas?
Tú, acostumbrado a herir y a hostigar,
convertido en la musa de un poeta errabundo,
acosado y enfermo, pero inspirado por ti,
engendro demoníaco del Infierno.
Sopla tu hediondo aliento hacia otra parte,
y clava tu mirada lasciva en el rostro del anciano muerto.
Pero no en mí, ni en los niños de cristal,
dolor traicionero y errante.
Sal de mi vida y entra en tu casa,
de donde nunca deberías haber salido.
Un día sabré donde vives,
y te encerraré bajo siete llaves.
¡Maldito tú y tu estirpe!
¡Maldita tu madre y tu padre!
Regresa a los infiernos y púdrete para siempre,
o te juro, maldito engendro,
que volveré a escribir otra vez.
¡Será el mejor poema!
¡Un poema de conjuros que te arrojará al maldito Infierno!
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