Te pegaste a mí,
como las malas hierbas se unen al trigo,
me engañaste,
me humillaste,
y terminaste por insultarme,
me manipulaste a tu antojo,
hiciste uso de mí,
y cuando no te hice falta,
me abandonaste,
me dejaste tirada en la papelera,
sin explicaciones,
sin resto de amor,
sin misericordia.
Como las malas hierbas,
me ahogaste,
me eliminaste,
me aislaste,
y yo no dije nada,
observaba todo,
y no quería ver la realidad,
no creía que serías capaz,
pero lo fuiste,
vaya si lo fuiste,
te superaste con creces,
y me trajiste la fruta amarga
en papel de regalo.
Cuando te marchaste,
me quedé sola,
enfermé de soledad,
enfermé de amargura,
y mi corazón dejó de palpitar,
me convertí en una muerta viviente,
en una mujer silente,
dentro de una casa silente
y llena de clausura,
llena de recuerdos
que ya no eran agradables,
llena de sueños rotos
y de besos muertos.
Mi vida quedó partida,
mis ilusiones, destrozadas,
mis esperanzas huyeron por el desagüe,
quedé sin energías,
llena de melancolía,
sin sangre en mis venas.
Mis expectativas
se marcharon de viaje,
y comencé un calvario amargo,
de rosas espinosas,
de malas hierbas marchitas,
que se volatilizaron,
y con ellas mis sentimientos.
Te segaron de mi vida,
como a las malas hierbas,
te evaporaste como el rocío de la mañana,
como el vapor de un guiso,
un guiso de amor frustrado,
y zaherido, despreciado,
pisoteado y hundido
en el pozo del hastío,
en el socavón de mi alma,
que se redujo a migajas
picoteadas por palomas malditas.
Te fulminaron
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