Susurros huecos y descarnados,
que galopáis siniestros hacia mis oídos,
ya no os echo de menos,
un tiempo más y os olvido,
ahora estoy feliz, sereno,
y gozo de tanto en tanto,
del esperado y dulce silencio.
Silencios que no me pesan,
silencios que me abarrotan,
que me llenan, que no agotan,
que destierran tus gritos,
hasta el lugar de las sombras,
que me llevan sin remedio,
hasta el deseado y dulce silencio.
Sombras que me persiguieron,
que me asustaban, que me hirieron,
que me desplazaban y me hundían,
hasta el mismísimo Infierno,
y nadie me rescató,
nadie me socorrió,
salvo el tierno y dulce silencio.
Que me acogió como a un niño
y me presentó a la ausencia,
y me susurró despacio la soledad,
hasta me enseñó el desprecio,
y me insufló novedad,
olvidando los fantasmas,
llenos de oscuros silencios.
Tardes desangeladas, tediosas,
que se anclaron en mi vida,
como alimañas por arpones heridas,
como ramos de pestilentes rosas,
que sintieran el desprecio,
por las virtudes que otorga
el divino y dulce silencio.
Ahora ya no os anhelo,
rosas negras del olvido,
siniestras y perversas olas,
de malicia y de desvelo,
ahora vuelvo a disfrutar
y descanso, y ya no me desvelo,
que galopáis siniestros hacia mis oídos,
ya no os echo de menos,
un tiempo más y os olvido,
ahora estoy feliz, sereno,
y gozo de tanto en tanto,
del esperado y dulce silencio.
Silencios que no me pesan,
silencios que me abarrotan,
que me llenan, que no agotan,
que destierran tus gritos,
hasta el lugar de las sombras,
que me llevan sin remedio,
hasta el deseado y dulce silencio.
Sombras que me persiguieron,
que me asustaban, que me hirieron,
que me desplazaban y me hundían,
hasta el mismísimo Infierno,
y nadie me rescató,
nadie me socorrió,
salvo el tierno y dulce silencio.
Que me acogió como a un niño
y me presentó a la ausencia,
y me susurró despacio la soledad,
hasta me enseñó el desprecio,
y me insufló novedad,
olvidando los fantasmas,
llenos de oscuros silencios.
Tardes desangeladas, tediosas,
que se anclaron en mi vida,
como alimañas por arpones heridas,
como ramos de pestilentes rosas,
que sintieran el desprecio,
por las virtudes que otorga
el divino y dulce silencio.
Ahora ya no os anhelo,
rosas negras del olvido,
siniestras y perversas olas,
de malicia y de desvelo,
ahora vuelvo a disfrutar
y descanso, y ya no me desvelo,
porque por fin vino a mi el calmo y dulce silencio.
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