Al abrir los ojos
descubrí que estaba rodeado,
no eran mis amigos,
ni siquiera eran gente,
no eran humanos,
eran criaturas infectas
con sus miradas clavadas en mi rostro,
sus ojos inyectados en sangre,
sus garras, aferradas al suelo,
hasta que empezaron a moverse
y a bailar una danza macabra y siniestra,
que me revolvió las entrañas.
Cerré los ojos y volví a abrirlos,
las criaturas habían desaparecido,
como desaparece una visión funesta,
de las que me asaltan constantemente,
de las que me torturan la mente.
Vuelvo a despertar en mi cama,
fumo un cigarrillo y miro la calle por la ventana,
nadie en la plaza vacía,
nada en mi alma,
un hombre cruza la plaza,
se para y mira directamente a mi ventana,
a pesar de la oscuridad,
a pesar de la distancia,
sonríe y le reconozco,
es la muerte,
me hace un gesto,
pero pasa de largo,
burlándose,
regocijándose de mi pena.
Ayer soñé que no pasaba nada,
que todo seguía como antes,
pero era una maldita ilusión frustrada.
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