Muchas gracias por vuestra presencia y gracias también a la fundación Lara por haberme dado la ocasión de estar hoy aquí, en tan buena compañía, para hablar de un tema que tanto me interesa como es el de la educación.
Comenzaré mis reflexiones a partir de dos textos de Ética para Amador, de cuya publicación conmemoramos los veinte años. El primero es del capítulo sexto (“Aparece Pepito Grillo”):
¿En qué consiste esa conciencia que nos curará de la imbecilidad moral? Fundamentalmente, en los siguientes rasgos:
……………………………………………………………………………………………………… d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos
El segundo procede del capítulo noveno (titulado “Elecciones generales”):
Un régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones u omisiones. Por regla general, cuanto menos responsable resulte cada cual de sus méritos o fechorías (y se diga, por ejemplo, que son fruto de la “historia”, la “sociedad establecida”, las “reacciones químicas del organismo”, la “propaganda”, el “demonio” o cosas así) menos libertad se está dispuesto a concederle. En los sistemas políticos en que los individuos nunca son del todo “responsables”, tampoco suelen serlo los gobernantes, que siempre actúan movidos por “necesidades históricas” o los imperativos de la “razón de estado”. ¡Cuidado con los políticos para quien todo el mundo es “víctima” de las circunstancias o “culpable de ellas”!
Estos dos textos los voy a cotejar con otros que van en dirección diametralmente opuesta. Uno de ellos es de Mónica Panting, de quien solo sé que es una psicopedagoga sudamericana:
Pero no es correcto hablar de niños con fracaso escolar. Lo único real es que hay niños con dificultades, las cuales pueden ser muy variadas. El fracaso escolar se produce cuando algo falla en algún punto del sistema educativo, y el niño con dificultades no es ayudado para superarlas. La culpa no es del niño. El niño es el eslabón más débil de la cadena. Primero porque es niño. Segundo porque ya hemos quedado en que es un niño que tiene dificultades. Tercero porque el niño no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología, ni es maestro, ni ninguno de los profesionales que, se supone, son quienes trabajan para enseñarle y conducir sus aprendizajes.
De este texto, la frase nuclear es, a mi juicio, “la culpa no es del niño”. Parafraseando la última cita de Ética para Amador, yo diría que se ha de tener mucho cuidado con los educadores para quienes el niño siempre es víctima de las circunstancias. Porque los educadores que consideran que los niños son siempre víctimas no están creando personas responsables, ni por lo tanto personas libres. Claro que el niño necesita ayuda de los adultos, igual que un enfermo necesita ayuda del médico, pero el enfermo que no obedece al médico no puede cuestionar el sistema sanitario, ni considerarse una víctima. Decir de un niño que tiene dificultades no es decir nada, porque nadie carece de ellas. No se aprende nada si no se adquieren unos hábitos de trabajo y una capacidad de prestar atención que no son naturales en el ser humano, y que en consecuencia no se pueden adquirir sin hacer ciertos esfuerzos ni superar muchas dificultades. Eximir de responsabilidades a un niño porque “no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología” es tan absurdo como si a un niño que está siempre comiendo dulces y no se lava los dientes se le exime de responsabilidad de su mala salud dental “porque no es un odontólogo ni un técnico en higiene bucal”. No hace falta ser médico para comprender la necesidad de ciertos hábitos de higiene, como no hace falta ser profesor para comprender que en clase se han de mantener unos modales y que todos los días se han de hacer las tareas escolares. Es cierto que un niño puede no estudiar debido a que una cierta patología se lo impide. Las patologías existen, y deben ser tratadas. Es imposible estudiar, por mucha fuerza de voluntad que se ponga, cuando te duelen las muelas o cuando tienes una depresión de caballo, pero es importantísimo distinguir los defectos de las patologías. En primer lugar, por lo que se ha dicho antes, si a un niño no le acostumbran a reflexionar sobre los defectos que sí están en su mano superar, porque “el niño no tiene la culpa”, nunca se convertirá en una persona responsable. En segundo lugar, porque quien es tratado de una patología que no tiene es muy posible que acabe teniéndola, igual que el hipocondríaco que está tomando medicinas que no necesita termine enfermo de verdad. Hoy existe un exceso de psicologismo, en parte por dar sentido a la multitud de expertos, orientadores, pedagogos y psicólogos que pululan en muy excesivo número por centros educativos, y en parte por esta corriente que pasa por progresista, pero que en mi opinión es absolutamente reaccionaria, que tan bien se transparenta en el texto anterior: “el niño no tiene la culpa”. En casos de agresiones se ha tratado con tantos miramientos al alumno agresor que el agredido ha tenido que cambiar de centro. Quien agrede a un semejante es una mala persona, y ser mala persona no es una enfermedad. El agresor podrá ser un inmaduro, pero no actúa movido por impulsos absolutamente incontrolables. Sabe que está haciendo mal. Prueba de ello es que nunca se ha dado el caso de un alumno que vuelve a casa todos los días lleno de magulladuras porque se mete con quienes son más fuertes que él. No, frente a los más fuertes recupera la cordura y controla sus impulsos agresivos con una gallardía ejemplar. Y es mucho más digno, y mucho más educativo, ser sancionado por portarse como una mala persona que ser tratado como un pobre tonto que no sabe lo que hace.
El texto que escogí no es en absoluto excepcional. A continuación viene otro de José Gimeno Sacristán, uno de los más representativos ejemplares de la Secta Pedagógica:
Hemos hecho ingresar en el sistema educativo toda la población hasta los 16 o más años, pero internamente hay algo que falla porque la gente no desea la escolaridad, la ve como un castigo. Esto ha dado lugar a mantener últimamente esta teoría conservadora y reaccionaria del esfuerzo como motivo pedagógico siguiendo los mandatos jesuíticos pero desligados de la tradición jesuítica en la historia. Esta teoría del esfuerzo es una de las conquistas regresivas más importantes que ha tenido el pensamiento educativo con reflejo en la opinión pública de los últimos años. El problema se ha simplificado ocultando la realidad negativa y diciendo que a nuestros alumnos lo que les hace falta es esfuerzo. Así podríamos mejorar la sanidad rápidamente diciendo que los médicos hagan más esfuerzo, y la política se podría mejorar sensiblemente si los políticos hicieran más esfuerzo, pero si hacen más esfuerzo tal y como van la cosa no irá por mejor camino, entonces el esfuerzo depende del servicio de sobre a qué causa se pone, y a la causa sobre la que se pone el servicio de la escolarización no es la que despierta pasiones a los estudiantes, que es otro de los problemas de nuestra situación.
(De “La educación que aún es posible”)
He de reconocer que algunos párrafos escapan a mi comprensión, pero esto me sucede con frecuencia con los textos de los pedagogos. Con todo, hay algo que sí he podido entender: hablar del esfuerzo es reaccionario. Para disimular la importancia del esfuerzo, lo envuelve en un lugar común: “Si todos nos esforzáramos más, las cosas irían mejor”. Efectivamente, así es, pero esa frase manida no puede servir para ocultar algo importantísimo: inculcar la necesidad de esforzarse es esencial en la educación de la persona, no es algo accidental ni periférico. Sin esfuerzo no hay aprendizaje, ni instrucción, ni valores. Supone un esfuerzo madrugar todos los días para ir al instituto, supone un esfuerzo escuchar una explicación que nunca podrá ser tan amena como una película, supone un esfuerzo hacer las tareas escolares, supone un esfuerzo ayudar a un compañero al que le cuesta más de lo normal estudiar porque está pasando una mala racha, supone un esfuerzo superar una mala racha aunque recibas ayuda de los compañeros, supone un esfuerzo levantarse para ceder el asiento a una persona anciana. Y es un esfuerzo del cual nadie puede abdicar ni en el cual nadie nos puede suplantar. Es cierto que por circunstancias sociales adversas algunos tienen más dificultades que otros para estudiar, y el esfuerzo que tienen que hacer es superior al que precisan otros compañeros más afortunados. Esto es injusto, pero no hay otra alternativa: o hacen ese esfuerzo suplementario, o nunca superarán esas circunstancias adversas. Esto lo explicó muy bien Barak Obama en una alocución que dio en la escuela secundaria Wakefield, en Arlington. Con un fragmento de este discurso quiero terminar mi intervención:
He dado muchos discursos sobre educación. Y he hablado mucho sobre responsabilidad. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros profesores para inspiraros y haceros estudiar, sobre la responsabilidad de vuestros padres para que permanezcáis encarrilados, hagáis vuestros deberes, y no paséis todo el tiempo frente a la televisión. He hablado mucho sobre la responsabilidad del gobierno para elevar los niveles, apoyando a los profesores, y mejorando aquellas escuelas donde los estudiantes no tienen las oportunidades que merecen.
Pero podemos tener los profesores más entregados, los padres que más os apoyen y las mejores escuelas del mundo, y todo ello será inútil si vosotros no cumplís con vuestras responsabilidades, asistís a esas escuelas, ponéis atención a esos profesores, escucháis a vuestros padres y trabajáis todo lo duro que hace falta para triunfar.
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Quizás no tenéis adultos en vuestra vida que os den el apoyo que necesitáis. Quizás alguien en vuestra familia ha perdido su trabajo, y no hay suficiente dinero. Quizás vivís en un vecindario donde no os sentís seguros, o tenéis amigos que os presionan para desviaros del buen camino. Pero al final, las circunstancias de vuestra vida no son una excusa para descuidar vuestros deberes escolares o tener una mala actitud. No es excusa para ser groseros con vuestro profesor, hacer novillos, o abandonar la escuela. No es excusa para no intentarlo.
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