
Tuve la impresión de que no estaba solo, como así se corroboró más tarde. Sentado en el banco del parque, con la soledad de la mano y un pitillo en la otra, contemplaba el mismo paisaje de todas las noches, distinto en cada ocasión, tan diferente en matices. Mi compañera me susurró al oído retazos de silencio que me sacaron de mi ensueño bañado por la luz de la luna. La miré y sonreí, entre el arrullo de los sonidos de la noche. Di un sorbo a mi cerveza y volví a encerrarme en mis reflexiones, siempre inconclusas e inútiles. Un perro callejero pequeño lamió mi mano mientras movía su cola. Me dijo que conocía demasiado bien a mi acompañante, así que no tuve que presentársela.
2 comentarios:
Me gusta que sigas escribiendo sobre ese banco.Mirar lo que te rodea,escuchar que no oyes nada y tener tiempo para reflexionar.
Estoy de vacaciones y es un placer leerte.
Gracdias, Gualda. Me alegro de que te guste. Un beso.
Publicar un comentario