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Sentado en mi barco del parque, deshojo pétalo a pétalo la flor de la incertidumbre entre la neblina que hoy flota en el ambiente. A ella se une el humo de mi cigarrillo junto a mis dudas. La soledad me mira impasible, pero no habla, por miedo a ser un público que no deseo. Los grillos han dejado de cantar en una noche sin luna y mis reflexiones caminan descalzas por la hierba ante el ulular lejano de la lechuza de todas las noches. Mis pensamientos me sugieren que abandone de una vez a la soledad. Sin embargo, alzo la vista hacia las plomizas nubes y confieso en el más absoluto silencio que me he enamorado de ella. Aunque nunca será mi dama eterna, porque será ella la que decidirá abandonar mi compañía.
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