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Esta noche decidí dar luz a mi alma sombría y me senté en mi banco del parque al cobijo de la luna. Dejé a la soledad en una esquina de la calle de la tristeza. Ella no se encontraba hoy con ánimos para acompañarme. A veces, mi compañía no llega a ser completamente complaciente, ni siquiera para una dama como ella acostumbrada a tipos raros y extravagantes. Encendí un cigarrillo y miré al suelo de tierra. Cuando quise darme cuenta estaba ensimismado en un una lata de cerveza que algún jodido imbécil había abandonado allí mismo. El perrillo que ayer me lamió la mano apareció como de la nada moviendo su cola, buscando una caricia espontánea y furtiva. En ese momento apareció la soledad. En el fondo me es fiel. La tomé de la mano, tiré la lata a la papelera y nos adentramos en la noche seguido de nuestro amigo, que seguía meneando la cola.
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