Antiguamente en este país existía la sana costumbre de sentarse alrededor de unas tazas de café y conversar, hablar de política, de literatura, de arte, de la vida, etc. De hecho, a finales del siglo XIX y principios del XX, existían en Madrid tantos cafés como ahora bares. La costumbre, dicen, empezó en Viena, y rápidamente proliferó por el sur de Europa que, con el buen clima, permitía que los establecimientos prolongaran su ambiente en las terrazas. Los suizos tenían también esta sana costumbre y mucha fama de buenos conversadores. Tal era su fama que la mayoría de las ciudades europeas tenían su “Café Suizo”. El primero en tenerlo en España fue la ciudad de Granada. Madrid también lo tuvo, situado en las inmediaciones del Casino, en la calle Alcalá, y allí departieron en famosas tertulias, sobre todo, los artistas plásticos de Academia de Bellas Artes de San Fernando. Hoy es una sede bancaria.
Entre los más antiguos se encuentra el Café de Sólito, citado por Fígaro en sus artículos costumbristas y por Zorrilla en “Recuerdos del tiempo viejo”. Y no podemos olvidar algunos de los establecimientos, que fueron estandartes, mentideros nacionales y cuna de tertulias de literatos y de todo tipo de gentes interesadas en la Cultura, como por ejemplo El Colonial, El Café Lyon, Fornos, el Café de Oriente, la Flor y Nata, el Café de Pombo y el Café Gijón. De los antiguos, el Gijón, después de pasar sus crisis que casi lo llevan al cierre, sigue abierto al cabo de más de 100 años. Y el restaurante Lardhy sigue acogiendo intelectuales y políticos de alto nivel económico.
Las paredes de estos establecimientos albergaron a los jóvenes intelectuales con más inquietudes del momento y fueron auténticos gimnasios de la dialéctica entre escritores, políticos, pintores, artistas de diversos ámbitos y vividores de todo tipo.
Hoy en día la costumbre se ha perdido y los cafés han ido evolucionando hacia establecimientos en los que se consume alcohol y poco más. Las charlas ya no son como las de antes y los bares están poblados, si acaso, de filósofos de barra de bar con el conocimiento justo para echar el día.
Otro aspecto interesante de los cafés era su aspecto estético: madera y mesas de mármol. Actualmente los bares son cutres, cuando no de diseño, que más que bares parecen peluquerías de caniches.
En fin, que los cafés son parte de nuestra tradición y es una pena que se hayan perdido o en lo que se han convertido.
11 comentarios:
Todo se ha degenerado. Comenzando por el Café Gijón, hoy reconvertido en punto de encuentro de chaperos y continuando por el resto de entornos de una ciudad contaminada por la banalidad y la estupidez, la frivolidad y la nada. De todas formas, estos padecimientos no son patrimonio exclusivo de Madrid y, en todas partes, cuecen habas.
Qué triste, no?
Un saludo, Maestro.
PD: Como no tengo talento y no me podría ir bien en ninguna otra parte, estoy esperanzado en acertar una Primitiva y poder largarme a Canadá o Australia. Allí, por suerte, no llega Tele Cinco, ni El País.
Bonito artículo. Parece que el destino de algunos locales entrañables y llenos de historia como esos cafés es terminar ocupados por zaras o sedes bancarias, por lo menos en España. Yo creo que en otros sitios se cuida mucho más ese patrimonio y se le da un uso digno de lo que representaron.
Me encantaron estos dardos: “los bares están poblados, si acaso, de filósofos de barra de bar con el conocimiento justo para echar el día”, y sobre todo: “Actualmente los bares son cutres, cuando no de diseño, que más que bares parecen peluquerías de caniches”.
Saludos
Recuerdo El suizo de Granada, ubicado en Puerta Real, era una niña como para incorporarme a las tertulias, pero me gustaba ir con mis padres a tomarme una concha de esnaladilla rusa, que no la he probado igual en mi vida. Siempre había grupos de hombres bien vestidos alrededor de las mesas, sobre las que solía haber algunos libros abiertos, muy afanados en sus conversaciones. "Mira, allí esta fulano, y aquel... sí es mengano", decía mi padre al entrar. Yo no conocía a ninguno, pero estaba segura de que eran personas importantes y que tenían que ver con los libros. Hoy El Suizo se llama Café Granada. Los tiempos cambian, ahora nos "reunimos" en internet, pero sin café.
Un abrazo.
Guido:
Es lo que intentaba hacer ver en la entrada, que teníamos un patrimonio cultural que se ha transformado en cutrerío y frivolidad, como bien dices. En cuanto a lo de la primitiva yo no tengo esperanzas, joder, ni siquiera juego.
Antonio:
Gracias. Es triste, sí, que donde antes había estos cafés ahora haya zaras, mcdonalds y bancos, templos, todos ellos erigidos en nombre de la frivolidad, donde antes había cultura.
Mercedes:
Yo también tuve el gusto de tomar café en el Lyon, que luego cerraron. Ahora paso muy de vez en cuando por el Gijón, pero ya no es lo mismo, además te dan unos sablazos que para qué. Tienes razón, ahora nos reunimos en Internet, que no es lo mismo, pero bueno, algo es algo.
Un abrazo a todos.
Es una lástima que esos lugares vayan desapareciendo. Todo se vuelve banal. Muy bueno lo de los caniches. Un abrazo.
He llegado a este blog a través de su Carta al diario EL Mundo. No he podido evitar leer su artículo con cierto interés; pero, más aún, con una alta dosis de vergüenza ajena. A saber:
http://www.elmundo.es/opinion/columnas/pedro-g-cuartango/2010/02/22314595.html
¡Sapristi! Es obvio que su carta y artículo son puro reflejo del espejo del gran Cuartango. Nunca está de más afilar la creatividad en lugar de seguir las huellas de un camino ya pisado, como si de un zahorí se tratase.
Animándole por su labor literaria, permítame también recomendarle -con humildad- que no tropiece con esa piedra imponente del mimetismo más ramplón, pues la verdad sólo tiene un camino. Y la impostura, tarde o temprano, queda al desnudo.
Un saludo.
Anónimo:
Dice usted lo que dice como si hubiese descubierto América. Como si usted fuera un investigador a lo Holmes que ha descubierto que el tema de mi entrada ya fue tratado antes por el sr. Cuartango y que usted lo ha descubierto para el mundo para, así, obtener una medalla al mérito de la minuciosidad investigadora.
Mire usted, tengo la sana costumbre de leer los periódicos todas las mañanas. Y leí la columna que usted menciona, por supuesto, no se me caen los anillos al reconocerlo, y me pareció estupenda. Al día siguiente hice esta entrada, aportando datos y enfocando el tema desde mi perspectiva.
No sé si será usted escritor, pero los escritores escribimos inspirados ora en un periódico, ora en una noticia que vemos, ora en algo que nos pasa, ora en una vivencia, ora en nuestra imaginación.
Le pongo un ejemplo: Hace unos días escribí una entrada sobre Salinger porque murió. Cientos de miles de periodistas y blogueros en el mundo escribieron también sobre el difunto. Según usted, ¿todos los que escribimos esos artículos plagiamos al primero que lo hizo? Me parece un razonamiento necio.
Y sobre lo de llamarme impostor, mejor me callo. Lo que es cierto es que de vez en cuando se cuela por los blogs gente como usted que, no sé si por envidia o por practicar la impertinencia, sólo quieren hacer daño con sus comentarios. Cuando yo entro en un blog y no me gusta, tengo la decencia de irme y no volver más. No entro para poner verde al autor y para llamarle lo primero que se me venga a la cabeza de orma gratuita. La verdad es que me están cansando desde hace tiempo los comentarios como el suyo y, de seguir así, los moderaré y publicaré sólo los que crea conveniente, para eso el blog es mío.
Siga usted con esa labor detectivesca de encontrar coincidencias entre artículos de unos y otros. A lo mejor le dan el Pulitzer, amigo.
Un saludo.
No cuesta imaginárseme llegando al mundo de los vivos en la barquita de Caronte tras cruzar el río Estigia, con mi legión de trasgos listos para la guerra, al socaire de las palabras que me regala. Nada más lejos de la realidad. Ajústese los quevedos, señor literato, y deje de ver las cosas desde las alturas del planeta rojo. Déjese caer –pura gravedad- sobre cualquier acera de cualquier punto, aquí, en el planeta Tierra. ¿Me ve bien ahora?
Para nada pretendo correr una suerte de Watson ni, mucho menos, quiero descubrir ni explotar las Américas. Bien lo hizo Hernando de Soto y compañía. No quiero tener una Isabelita muriendo cada noche esperando en la atalaya del Castillo de la Real Fuerza. ¡Quita, quita! Así que deje de ver fantasmas y gigantes donde sólo se exhiben unos inocentes molinos. En todo momento me he dirigido a usted con deferencia, atención e incluso apoyo. Pero veo que, tanto que se ufana de ser escritor, carece de los dos ingredientes claves. No pretenda hacer la tortilla sin huevos, señor literato. Si no acepta crítica alguna, a tiempo está de saltar de su chalupa. No quiera pretender que todo el mundo le extienda lisonjas almibaradas y caricias en el lomo. El vinagre también existe. Además ayuda. Y algo más. Como se suele decir, leer es releer. Y escribir es reescribir. Usted, según me ha dejado ver, no hace lo uno e intenta lo otro. ¿Qué le pongo verde? ¿Está seguro? Venga, apresúrese y coja sus anteojos.
No pretenda sembrar hortensias en las dunas. Quiere hacer padrenuestro de un puro sofisma. Claro que por la pluma de un escritor sobrevuelan esas luciérnagas de las ideas ya pasadas que iluminan un escrito. Tan sencillo como que las ideas no son más que pura química y electricidad corriendo por las dendritas de nuestro cerebro. Así, es de natura que las ideas crezcan como hongos después de la lluvia en base a otras anteriores. Y en esa espiral bendita, hasta el fin de los tiempos. Bien. Hasta ahí de acuerdo. Pero, su juego de trilero intelectual con el que quiere hacerme perder los cuartos apostando al garbancito malhadado encuentra su fulcro no precisamente en eso. Usted no se basa en una idea para extender otra. Casi que obra como un copista de monasterio. Y para más pecado, la expone en el mismo medio de donde la ha usurpado. Eso es tanto como colgarse las joyas de la abuela al arrimo y al abrigo del brasero junto a la comitiva familiar después de haberlas robado. Sin pretender dar lecciones estilísticas, estaría a bien comenzar su texto con un: Leía una columna del Sr. Pedro G. Cuartando que decía... Y a raíz de ahí, tirar del hilo. Usted se toma la licencia de pintar un Ernest Descals –de cafetería, por supuesto- cambiando únicamente las sillas de posición. Y en lugar de admitirlo con una sonrisa de conejillo y buena pluma, se revuelve, patalea, se rasga las vestiduras. Pase que a perro flaco todo sean pulgas. De acuerdo. Pero de ahí a que no tenga los bemoles ni la decencia de aceptar una inocente crítica con un mínimo de aplomo y decoro...Y respecto a Salinger, por supuesto que es así, máxime en una sociedad necrofílica como la nuestra en la que hay que pasar por el ojo del aguja dando el último estertor de muerte para así laurear a quien sea menester. Hablamos en este caso de personas, no de ideas. Aventemos la paja del trigo, señor literato, y déjese de malabarismos. A saber cual razonamiento es más necio.
¡Albricias! ¿Ahora toca un potaje de endiosamiento? ¡Ay, Dios! ¿Envidia? ¿A qué iba a tener envidia? No sea infantil, haga el favor. No insulte su propia inteligencia. Apuesto doble sobre sencillo a que ésta doblega a la que acaba de aparentar. ¿Cómo voy a tener envidia y, peor aún, querer importunar? ¡Todo por una crítica benevolente! No se enerve. Si para usted eso es poner verde e importunar, que Dios le coja confesado si publica algún libro y le llueven las hostias de la crítica a calderadas. No pretenda que ahí fuera todo sean melifluidades.
Y no aspiro al Pulitzer. No sea tan mordaz y malintencionado solamente por no hacerle la corte. Ponga a remojar su ego.
Un saludo.
Anónimo:
Parece que usted tampoco acepta las críticas de buena gana a juzgar por lo que me dice y cómo se explaya. Y si hemos de hablar de egos, me temo que el suyo está más inflamado que el mío, ya que convierte un comentario en un artículo adornado de estilismos literarios varios, lo cual respeto.
Mire, escribo porque me gusta, y no cobro por ello, y no me meto con nadie, salvo a veces con el Gobierno de turno, pero eso es porque pago impuestos. No pretendo gustar a todo el mundo, como comprenderá. Si tuviera la fortuna de publicar un día alguna novela mía me contentaría y mucho, como cualquier escritor, y aceptaría las críticas con gusto, las constructivas, no las gratuitas.
Y no se las dé usted de monjita de la caridad, que de benevolencia en su comentario nada. Lo de "sr. literato", aunque admiro la fina ironía, es peyorativo. Y me llamó usted impostor, sí, recuerde, cuando impostar es suplantar a alguien y beneficiarse de la suplantación, cosa que no he hecho. Me habría cuidado mucho de publicar ese artículo, pongamos por caso en un periódico, y cobrar por ello. Pero esto es un blog, amigo mío, con el que no gano nada, al contrario, empleo muchas horas de mi tiempo, y gratis.
Como habrá podido ver en mi respuesta, no tengo reparos en reconocer que me inspiré en el artículo de Cuartango, igual que otras veces, reitero, me inspiro en otras ideas o noticias de actualidad. También otros escriben basados en mis entradas y no digo nada, al contrario, encantado de que una idea se difunda para goce y disfrute de quien se quiera informar.
Una cosa más, termino diciéndole, para ser sincero, sin hacerle a usted la corte, que aunque no estoy de acuerdo con el contenido de su último comentario, sí que me ha gustado el estilo de su exposición. Me lo he pasado bien y he disfrutado leyéndolo, "sr. literato". Así que queda usted invitado a amenizar el blog cuando quiera, aunque si, como me temo, para usted no tiene la suficiente calidad como para que transite por aquí, este mortal que permanece en la acera, ya que nunca despegó y, por tanto, no tiene que aterrizar, comprenderá que nos prive de su presencia y de su agudeza.
Un saludo.
Permítame citarle lo siguiente, sin acridez:
impostar.
(Del it. impostare).
1. tr. Mús. Fijar la voz en las cuerdas vocales para emitir el sonido en su plenitud sin vacilación ni temblor.
Yo hablé de impostura. Ésta figura en el diccionario como sinónimo de simulación. No he pretendido echarle por encima un jarro agua helada y turbia del hontanar de la hipocresía, que es lo que se sustrae de su crítica. Piensa que lo llamo impostor en el sentido más deletereo de la palabra. Para nada. Las palabras son como las mujeres: cuanto más te empeñas en adentrarte en ellas, más esquivas se vuelven. Quizás haya dado lugar a errores de apreciación. Por eso mismo me sorprendió la catilinaria que me dedicó a renglón seguido. Todo por una crítica bastante edulcorada. Le pido disculpas por haberle dado a entender lo que no era.
No obstante, no comience la mojiganga. No voy a envainar mi Tizona. Ni mucho menos me voy a encocorar por una crítica. En cambio, le reconozco que me molestó mucho que apreciara en mí la imagen de un pobre malandrín. Simplemente, cuando leí su Carta en el diario El Mundo, se pusieron a funcionar a todo fuego las calderas de mi quijotera. Y es que vi en su carta el artículo de Cuartando con sus puntos y sus comas. Y, teniéndome por una persona curiosa, escribí su nombre en Google -pues sé que suelen ser escritores quienes las escriben- y apareció su Blog. Y...¡újele! ¡La sociedad de la información! A medio camino entre el infierno y el cielo. No tengo ínfulas de S. Holmes por ello, mi querido Watson -valga el retruécano-. Ni mucho menos quiero medallas ni descubrir nuevos continentes, aunque reconozco que es tentador poder ser la punta de lanza de una nueva ruta del oro; pero siento decirle que mis pretensions son más algodonadas.
Le doy las gracias por su invitación a seguir recorriendo estas aguas con el velamen grávido; más aún cuando, según se sustrae del primer comentario respecto a mí, no parecía ser mi persona otra cosa que un conato de mismísimo demonio -con cabello ensortijado y tez clara, en este caso- dispuesto a entrar en su blog como un caballo en una cacharrería, armando la de San Quintín. Nada más lejos. No soy un saddhu, pero tengo buen corazón. Ni tampoco soy tan zafio y mentecato como para que me sacudan y caigan bellotas. Al menos los dos disfrutamos de las lecturas de Cuartando. Quién sabe, quizás acabe enamorándose de mí -es broma-
Le tomo la palabra. Si no sigue adelante con sus gestos cesaristas de querer poner coto a las opiniones en su blog, estaré encantado de leerle y escribir. Espero que no tenga en el apeadero esperando algún que otro tren para embarcarme rumbo a Bierkenau.
¡Se me enfría la comida en la mesa!
Un cordial saludo y un café con triple de azúcar para endulzar estas amargas reyertas.
Anónimo:
La palabra "acridez" no existe. Supongo que se le habrá ido a usted la pinza como a mí, cuando utilicé la palabra impostar atribuyéndole una acepción errónea, como usted muy bien aclara. Son errores que solemos cometer los que escribimos, claro, el que no se moja no se equivoca. Gracias por haberme remitido al significado de la palabra en la web de la RAE.
No, si yo que le consideraba un malandrín, al final voy a aprender con usted.
Decirle también que comprendo su curiosidad al ver mi carta y buscarme en San Google, lo que ha permitido que le conozca y que hayamos pleiteado por mi escrito y el de Cuartango, de quien los dos disfrutamos leyendo sus columnas, por lo que veo.
Me encantará verle por aquí tan a menudo como usted quiera. He disfrutado con la reyerta, no me gusta pelear, no obstante, he de reconocer que los pleitos entre escritores, desde Góngora-Quevedo hasta Reverte-Reig, tienen su puntito.
Le dejo, porque voy en un tren y se me agota la batería. Vengo de Algeciras de recoger un premio de poesía. Y tanto el premio como ver a unos amigos y la trifulca con usted en lo literario, me han hecho el fin de semana de lo más ameno.
Un abrazo, amigo.
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