Pensé que el que hablaba sería un pedagogo de los que se les llena la boca de términos ininteligibles, de los que cambian las palabras “temario” por “currículo” o “asignatura” por “módulo” y se creen que han descubierto América.
Total, que me fui cabreando paulatinamente según iba siguiendo el hilo de las elucubraciones del tipo que hablaba de “diversidad”, término tan de moda y que obvia que todos los alumnos deben ser iguales a la hora de hincar los codos. Siempre hay alumnos a los que les cuesta más, siempre los ha habido y siempre se les ha ayudado un poco más, a pesar de que no existían conceptos como “atención a la diversidad”. Pero eso sí, no se les regalaba el título como ahora. Yo recuerdo exámenes míos en los que te suspendían por tener cinco faltas de ortografía aunque lo hicieras “de diez” en contenidos. Era una medida que, como te interesaba aprobar, servía para que al final corrigieras el tema de la ortografía. Plantear una cuestión como esta en los tiempos que corren significa que te tachen de retrógrado y de causar no se cuántos traumas al niño. Desde luego si se hiciera esto ahora mismo no aprobaría nadie.
Luego, el tipo de la radio, justificaba que en Cataluña se dieran más horas de catalán y menos de español, más o menos. En definitiva, que cada autonomía hiciera lo que quisiera en función de sus santas competencias autonómicas que, según demuestra la realidad educativa, nunca debían haber sido transferidas. La Educación es uno de los temas más importantes que tiene un país y nunca habría que dejar a cada autonomía a su bola. Es evidente y de sentido común que cada alumno debe aprender su lengua autonómica pero no en detrimento de la lengua española.
Y, por fin, el tipo, alababa la medida lanzada en forma de globo sonda de alargar la obligatoria hasta los 18 años, cuando todo profesor sabe que parte de los problemas de la Enseñanza Pública es la obligatoriedad hasta los dieciséis. Adolescentes que ya no quieren estudiar a los doce y obligados a permanecer en los institutos cuatro años más reventando clases y pasillos. Pues venga, ahora hasta los dieciocho y como repetirán más de dos veces, pues eso, angelitos de veinte campando a sus anchas. A ver quién es el guapo que les dice algo.
El cabreo se transformó en temblor de piernas cuando descubrí, por fin, la identidad del tipo que hablaba. Era el Ministro de Educación. Automáticamente se me vino una pregunta a la cabeza: ¿En manos de quién estamos?
2 comentarios:
¡Qué bien lo has expresado, Paco! Siempre ha sido fácil -y gratis - hacer demagogia con la enseñanza, terreno abonado para revoluciones incruentas y clientelismos ideológicos.
Coincido contigo en todo, me parece una barbaridad alargar más la enseñanza obligatoria, creo que los problemas se harían mayores, como tú bien dices ese señor no ha estado en un aula. Yo no soy profesora de instituto pero sí que he dado clases a chicos de escuelas taller (de 16 a 25 años) y te puedo asegurar que es tremendo, que no tienen interés por nada, que la mayoría han pasado por la enseñanza obligatoria y ni siquiera saben escribir ni leer correctamente, no hablemos ya de conocimientos.
En fin, ¿en qué manos estamos?
Saludos
Publicar un comentario