Bien es cierto que cada vez voy menos al cine. Ya no me gusta tanto como antes el que te pongan el aire acondicionado en octubre, las toses de la gente, las pataditas en los respaldos de los asientos y los ruidos de palomitas y patatas fritas. Además la gente ya no es tan educada y se ponen a hablar cuando no suena un móvil. Pero, el caso es que ayer me aventuré, volviendo a experimentar todas esas “molestias” ya comentadas, y la cosa mereció la pena. La dirección de la peli es magistral y la historia elegida viene muy a propósito en los tiempos actuales en los que la intolerancia está muy lejos de desaparecer.
La película cuenta la historia de Hipatia de Alejandría, una filósofa neoplatónica que nace en la segunda mitad del siglo IV en un mundo dominado por hombres y por el auge de la religión cristiana, convertida ya en religión del Imperio. Hipatia dedicó su vida a investigar el Cosmos y a profundizar en las enseñanzas de los filósofos griegos. Pero quizás lo más interesante es su faceta de profesora. Enseñó tanto a esclavos como a hombres libres, tanto del ámbito cristiano como del pagano, que más tarde ocuparon altos cargos en la administración civil y en la religiosa. Ella sólo creía en la Filosofía, que entonces englobaba todas las ciencias. Y era inteligente, lo que provocó envidias y le condujo a la muerte, por lapidación en la película, y desollada o muerta a golpes en la realidad y paseados sus restos por la ciudad para escarnio público.
Con un metraje aproximado de 2 horas, la película se hace corta. Alejandro denuncia la intolerancia y es original que los cristianos aparezcan como “malos” cuando en la mayoría de las películas épicas aparecen como mártires.
Pero decía yo que el tema ni es nuevo ni está erradicado. Y si no, que se lo pregunten a las familias de las mujeres que actualmente mueren todavía lapidadas por la intolerancia de algunas sociedades.
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