Busco la luz en un paisaje desolado,
donde sólo hay pesadumbre y pesar,
y sólo encuentro el peso de mi alma,
que se desangra por los recovecos helados,
de un espíritu solitario y triste.
Vuelan los cuervos delineando el horizonte,
en el territorio de las ánimas,
donde la muerte viaja en primera clase,
y las sombras acechan al caminante,
para robarle sus recuerdos felices.
Cantan en silencio las sirenas del averno,
tristes y cautivas de la melancolía,
adornadas con flores marchitas,
que se posan sobre la piel pálida y contraída,
y que anuncian la decadencia del día.
Mi corazón se ha secado,
como mis lágrimas,
que han dejado de manar,
mis recuerdos se han eclipsado
por los desagües del amor extinguido.
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