Soñé que caminábamos de la mano,
que corríamos al son de una canción,
yendo al cine de verano,
con tu sonrisa brillante,
con el destello relampagueante de tus ojos,
alumbrando las calles de la ciudad,
vivíamos frente a la muralla de un castillo,
y me juré que un día viviríamos dentro,
para hacerte reina del corazón
en el que mora tu amor.
Soñé que tu pelo era una cascada,
y que la melancolía había muerto,
que mi alma volvía a estar limpia,
curada por tus besos,
libre de anhelos,
y que mi espíritu había ahuyentado
los fantasmas de otros días,
días oscuros y espesos,
dolorosos y pesados
como los días de invierno.
Soñé que veía tu rostro,
y que no veía más paisajes muertos,
soñé que me abrazabas,
y que, por fin, caminaba sin velo,
volviendo a ver las calles
desde fuera de los bares,
atardeceres de los de antes,
sin demonios ni fantasmas,
sin agobios ni tormentos,
y que paseaba libre.
Soñé que la calle de la melancolía
había cambiado de nombre.
Soñé que deambulaba por la calle de la Alegría,
luz donde antes sólo había tinieblas,
versos luminosos
en vez de versos malditos,
que mecían tu rostro
enmarcado por tus cabellos,
que me dan la vida
y me privan de morir.
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