Pero bueno, qué manía les ha dado a todos los políticos del mundo mundial civilizado con hacernos la vida imposible a los fumadores. Hoy, la ministra del gremio, doña Trinidad Jiménez, ha dicho que la ley antitabaco está en fase de evaluación y que, ante las buenas notas extraídas por la citada ley, se pasará al siguiente estadio, es decir, que los fumadores sólo podamos fumar en la calle. Pues..., apañados estamos. También ha dicho que los fumadores visitamos más los hospitales que los no fumadores y que eso cuesta dinero. Se le ha olvidado mencionar que más del 50% del dinero que vale el paquete son impuestos que van a las arcas del Estado. Digo yo, que cuando me toque ser inquilino de las frías habitaciones de cualquier hospital, tendré pagado el alquiler. Tengo cuarenta y tres años, fumo desde los dieciséis, y de momento no he tenido el gusto, toco madera.
Si por mí fuera, prohibiría el tabaco. ¿No es tan malo? Pues que lo quiten. Claro que, habría que suprimir también la venta de alcohol. Y la de coches, que anda que no contaminan. Y quizá las fábricas y sus expulsiones de CO2 a la atmósfera. Y las nucleares y sus residuos activos durante mil años. Y los conservantes y, ya puestos, la mayoría de los puestos de trabajo que causan enfermedades crónicas como lesiones de espalda, enfermedades respiratorias, etc. Pero no, aquí lo que cuenta es ir arrinconando a los fumadores hasta sus propias casas. Ahora, el tomar un par de vinos en una cena, echar un cigarrito mientras charla uno con los amigos y cerrar la velada con una copita de güisqui, está muy mal visto. Uno puede ser un ciudadano ejemplar, pero si hace lo mencionado es un cuasi delincuente o un apestado. Pues muy bien.
Antes fumar era muy de izquierdas, que se lo pregunten a González o a Carrillo. Al parecer hoy, ser de izquierdas conlleva un matiz de inquisidor que empieza a resultar condenadamente molesto para los que nos gusta disfrutar de las libertades. Y no critiques, que te llaman reaccionario. Como molesto empieza a ser que te miren con desprecio los mismos que luego llevan a sus niños a las hamburgueserías o pizzerías y, junto con ellos, se ponen hasta las trancas de grasa.
Si hay que prohibir el tabaco, que lo supriman. Y si no, que nos dejen en paz, que ya está bien.
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