Lo comentaba hace un ratito, en la comida, con el Gato, un cliente habitual, y el camarero de Los Cristales. Este sábado tuve que ir a Córdoba, tenía mis motivos que me reservo. Mira que en Algeciras te encuentras a gente que no está buena de la cabeza, pero lo primero que vi al bajarme del tren, me sobrecogió para todo el día. Resulta que cojo un taxi para que me lleve al hotel y veo a un negro vendiendo kleenex en un semáforo. Hasta aquí, bien. Lo insólito es que el tío iba vestido con un traje de volantes de mujer colorao, de los de feria. Como se lo digo, oiga. El taxista ni se inmutó ante mi cara de estupefacción, lo que me vino a decir que escenas como esa son bastante cotidianas en la ciudad califal. En fin, allá cada cual. Que era insólito, sí, pero que era genial, también. Me decía el Gato, en los cristales, que la cosa tiene su lógica, pues la gente, sin duda, comprará más kleenex sólo por ver al gachón vestido de faralae y hacerle una foto con el móvil. Pues, posiblemente.
Y qué les voy a contar de Córdoba, con esa Judería y ese pedazo de Mezquita que yo visité por primera vez: espectacular. Lo bueno de todo fue que la persona que iba conmigo recorriendo esos bosques de columnas iba sintiendo en cada momento lo mismo que yo. Ambos advertimos que había más magia y más embrujo en la parte vieja que en la restaurada. La misma que sobre el puente romano del Guadalquivir.
Comimos en “La puerta de Sevilla”. Nos atendieron el secretario de Drácula y una niña que no hacía nada más que reírse a carcajadas, a destiempo, a deshoras y totalmente fuera de lugar. A cada plato que nos ponía, carcajada que te crió. Y cuando se le olvidaba, yo la llamaba y le pedía una sonrisa. Un ejemplo: le pedí una botella de cava y “¡ja, ja, ja,ja,ja,ja,ja,ja...!” “¡Niña, para, que te vas a descoyuntar!, le dije. Pero como si oyera llover, oiga. Y, como no podía ser de otra forma, nos despidió a carcajada limpia.
Luego nos fuimos a una tienda de perfumes. El nota que nos atendió, si el anterior era el secretario de Drácula, éste debía ser primo de Nosferatu o así. Como decía, el nota que nos atendió nos observó a todos cuidadosamente. Nos fue dando a oler toda una gama de perfumes, explicándonos cómo los fabricaba artesanalmente con pericia y cariño. Y de pronto, no pudiéndose sujetar, nos escupió de golpe que es que él era alquimista. Claro, todos le clavamos nuestras miradas pero él nos las sostuvo con gran dignidad... y misterio en sus ojos. Nos acojonó un pelín, pero en fin, de tripas corazón, le compramos algunos y nos marchamos de allí como almas que lleva el diablo entre patios cordobeses adornados de macetas, espectaculares.
Nos ocurrieron más cosas, claro. Pero tengo que terminar esto. Sólo les diré que acabo de venir de tomar café de Los Cristales y el Gato y el camarero me han preguntado: Oye, Paco, pero lo del negro con el traje de volantes, ¿es verdad?
Y qué les voy a contar de Córdoba, con esa Judería y ese pedazo de Mezquita que yo visité por primera vez: espectacular. Lo bueno de todo fue que la persona que iba conmigo recorriendo esos bosques de columnas iba sintiendo en cada momento lo mismo que yo. Ambos advertimos que había más magia y más embrujo en la parte vieja que en la restaurada. La misma que sobre el puente romano del Guadalquivir.
Comimos en “La puerta de Sevilla”. Nos atendieron el secretario de Drácula y una niña que no hacía nada más que reírse a carcajadas, a destiempo, a deshoras y totalmente fuera de lugar. A cada plato que nos ponía, carcajada que te crió. Y cuando se le olvidaba, yo la llamaba y le pedía una sonrisa. Un ejemplo: le pedí una botella de cava y “¡ja, ja, ja,ja,ja,ja,ja,ja...!” “¡Niña, para, que te vas a descoyuntar!, le dije. Pero como si oyera llover, oiga. Y, como no podía ser de otra forma, nos despidió a carcajada limpia.
Luego nos fuimos a una tienda de perfumes. El nota que nos atendió, si el anterior era el secretario de Drácula, éste debía ser primo de Nosferatu o así. Como decía, el nota que nos atendió nos observó a todos cuidadosamente. Nos fue dando a oler toda una gama de perfumes, explicándonos cómo los fabricaba artesanalmente con pericia y cariño. Y de pronto, no pudiéndose sujetar, nos escupió de golpe que es que él era alquimista. Claro, todos le clavamos nuestras miradas pero él nos las sostuvo con gran dignidad... y misterio en sus ojos. Nos acojonó un pelín, pero en fin, de tripas corazón, le compramos algunos y nos marchamos de allí como almas que lleva el diablo entre patios cordobeses adornados de macetas, espectaculares.
Nos ocurrieron más cosas, claro. Pero tengo que terminar esto. Sólo les diré que acabo de venir de tomar café de Los Cristales y el Gato y el camarero me han preguntado: Oye, Paco, pero lo del negro con el traje de volantes, ¿es verdad?
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