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-¡He visto uno! -dijo con los ojos desorbitados.
Yo también lo había visto, pero ahí no cabía un coche, y menos con la maniobra que se debía de hacer para meter el vehículo en batería contra la valla. Pero el Pepe no se lo pensó. Llegó hasta la altura del hueco, la rebasó un poco, inició la maniobra y lo metió. Vaya que si lo metió, rayó ambos laterales del coche de su padre y quedamos atrapados entre los dos coches adyacentes. Ante la imposibilidad de abrir las puertas, los cuatro salimos por la puerta del maletero.Antes de entrar, compramos dos litros de cerveza y nos plantamos en el rockódromo cuando sonaban los primeros compases del "You really got me". Lo habíamos conseguido. El rugido del público se oyó como debían oírse los vítores de los romanos en el Coliseum. La noche era perfecta y nosotros éramos jóvenes. Antes de bajar a la arena, el Pato nos enseñó una papelina de coca y nos dijo que si queríamos compartirla. Ahí sí, los cuatro estuvimos de acuerdo enseguida. El concierto estuvo genial, los Kinks se vaciaron. Había transcurrido una hora desde que sonara el último compás y ya quedaba mucha menos gente por allí. Nosotros dimos cuenta del penúltimo litro de cerveza sentados en la arena y antes de marchar nos metimos unas rayas allí mismo. Regresamos al coche y los dos de los laterales ya se habían ido, así que pudimos entrar al vehículo como las personas. Nos estuvimos riendo un rato antes de subir, incluso el Pepe. El desaguisado que le había hecho al coche de su padre era considerable. En el trayecto de vuelta no hablamos. El Pepe puso el loro y "Radio Futura", "Burning", "Ilegales", "Siniestro Total", "Parálisis Permanente" y otros llenaron el coche de música, nuestra música. La conducción por parte del Pepe era ya mucho más relajada. Se había comido en el concierto el segundo medio tripi, nos habíamos inflado a porros y a cerveza y nos habíamos metido unas rayas, pero aún así, el tío llevaba el coche con un control muy aceptable. Salimos de la M-30 por la salida de La Elipa. El Pepe iba confiado y en una de las calles ocurrió lo inevitable. Le dimos por detrás a un Opel Corsa. El número que vino detrás fue increíble. El Pepe, aun a pesar de haber tenido la culpa, se bajó del coche como una moto. A gritos, les pegó una bronca de campeonato a los del otro coche, cuyos rostros estaban blancos como la cera. La cara de miedo que percibí en aquellos cuatro muchachos, de nuestra edad aunque de un rollo mucho más pijo, era para verla. El Pepe, de piel morena como el tizón, a pesar de no serlo, parecía gitano y de los chungos.Una vez pasado el miedo inicial, el conductor se bajó del vehículo y, temblando, rellenó el parte. El Pepe me miraba de soslayo cuando no le veían y se descojonaba vivo.
-Ya te vale, acojonar así a los chavales -le dije.
El coche del padre del Pepe iba hecho un cromo. Una vez que rellenaron los partes, nos despedimos de los otros chicos. Todavía estaban blancos. El Pato les ofreció unas caladas del canuto que se estaba fumando, pero lo rechazaron. Se veía en sus miradas que lo único que querían era perdernos de vista cuanto antes. Y así fue, nos montamos en el coche y nos marchamos de allí al ritmo de "No mires a los ojos de la gente" de "Golpes Bajos". Ni el accidente redujo el ímpetu en la conducción del Pepe, que volvía a conducir según los dictados de su percepción que, a esas horas de la noche, iba un pelín jodida, la verdad. El caso es que al final consiguió llamar la atención y en un momento dado, vimos los reflejos azules de las luces de la policía nacional detrás de nosotros. A los pocos segundos, la sirena.
-¡Agarraros! -dijo el Pepe.Metió un acelerón que, por inesperado, dejó clavados a los maderos . Tardaron en reaccionar, pero en poco tiempo volvimos a tenerlos a unos metros.
-Pepe -dijo el Chino-, no hemos hecho nada. ¿Por qué no paras y aclaramos esto?
-Porque no me apetece dar explicaciones a los monos -dijo el otro doblando por una bocacalle de la calle Alcalá.Tras unos minutos de incertidumbre y de callejear a toda leche por el barrio de Ventas, nos dimos cuenta de que volvíamos a estar solos.
-La has cagado, Pepe -dijo el Pato-. Han estado a dos metros. Te habrán cogido la matrícula y a estas horas nos estarán buscando los maderos de todo Madrid.
-A lo mejor no. Vamos a tomarla -fue la contestación del Pepe.
No tardamos mucho en aparcar en una perpendicular de Francisco Silvela, en la misma puerta del pub, esta vez sin percances. Entramos y saludamos al Enrique, el dueño; éramos clientes habituales. Eran las seis de la mañana y el garito estaba en pleno apogeo. Después de sentarnos en una mesa pedimos cuatro birras , dos de lentejas y dos de fabada. La mujer de Enrique guisaba de fábula y era especialidad del pub servir platos calientes de madrugada. Después de comernos las legumbres pedimos unos güisquis y nos liamos una trompeta . Como era de esperar nos dio el bajón. Así que fuimos bajando al servicio de dos en dos y acabamos con la coca que nos quedaba. La coca tenía eso, que te ponía como si estuviera comenzando la tarde. Pero se nos cortó el rollo en cuanto vimos entrar en el garito a tres maderos que iban buscando con sus miradas a alguien. Pasaron por nuestro lado con la fotografía del padre del Pepe en la mano, y al Pepe no se le ocurrió otra cosa que levantarse y salir de najas . Los maderos no pasaron por alto el detalle y le trincaron del cuello en la puerta. Le pusieron las esposas con las manos a la espalda y regresaron a la mesa a por nosotros. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en la parte trasera de la lechera rumbo a la comisaría de Ventas. Uno de los maderos nos seguía con el coche del padre del Pepe.A la llegada, nos tomaron los datos, nos registraron de arriba a abajo y estuvieron una hora interrogándonos. No eran tontos, creo que se dieron cuenta enseguida de que no éramos delincuentes y que sólo éramos cuatro chavales pasados de rosca. Al menos, el Pato anduvo listo y, antes de que nos cogieran, había escondido la piedra de hachís debajo de los cojines del sillón del pub, así que estábamos limpios. Nos metieron en el calabozo y allí nos dejaron. El Chino seguía echándole en cara al Pepe que no hubiera parado en cuanto vimos a los maderos, que nos habríamos evitado problemas. Pero el Pepe, de una forma inverosímil, se había quedado dormido con la cabeza apoyada en los barrotes de la celda.Al cabo de una hora escuchamos ruido y vimos que venían los maderos. El padre del Pepe venía detrás de ellos. Abrieron la puerta y no tuvieron tiempo de advertir lo que iba a pasar. Yo sólo vi la mano del padre del Pepe, que parecía un muestrario de salchichas de Frankfurt, que se alzaba en el aire. Las dos hostias que le pegó a su hijo resonaron en la celda como latigazos.
-¡Hijo puta! ¡Cabrón! -fueron exactamente sus palabras-. ¡Tira p'a casa que te vas a enterar tú de lo que vale un peine!
Al Pepe no volvimos a verle hasta dos semanas después. Su padre le tuvo todo ese tiempo castigado en casa.Poco a poco, empezaron a llegar los respectivos padres de cada uno de nosotros y nos fuimos marchando a casa. Las retahílas de nuestros progenitores, que por aquel entonces no podían con nosotros, se repitieron en cada hogar.No fue la primera noche que acabamos en comisaría ni sería la última.
Así fueron aquellos tiempos de mi juventud en la que un alcalde, Tierno Galván, dirigía los destinos de una ciudad en la que cuajó un movimiento cultural famoso aún hoy en todo el mundo.No sé qué habrá sido del Pato, aunque la última vez que oí hablar de él estaba en el trullo . El Chino y el Pepe cayeron en el caballo . Al primero le encontraron muerto con una sobredosis de heroína en Alonso Martínez. El Pepe murió de sida. Ninguno pasó de los veinticinco años de edad.Yo ahora soy lo que nadie habría creído que pudiera llegar a ser, es decir, un tipo normal, casado, con hijos y alejado de todo aquello. Un tipo que ha podido vivir para contarlo.
3 comentarios:
Magnífica crónica, Paco; excelente tono narrativo de atrapante dinamismo. (Me he visto a mí mismo dentro de ese coche.)
Tan sólo la referencia final a ti mismo a modo de conclusión me parece un poco aleccionadora y creo que desentona con el trepidante ritmo del relato.
Un saludo, amigo.
Leyendo tu relato no he podido evitar pensar en todo momento si los alumnos de tu instituto leerán tu página, y me he quedado bastante preocupada.
Hola.
No sé si me recuerda, pero le escribí un par de emilios por curiosidad y para hablar un poco con usted, pero ayer me vi dado de alta en su lista de correos y aunque ahora comprendo que ha sido con buena intención, me gustaría que me diera de baja, ya que esa dirección electrónica es la que mantengo para administrar mi blog, exclusivamente casi. Tengo un par de correos más que destino a usos como el de las listas y grupos, y estaría encantado de participar, pero en este email, por favor: anguengue@hotmail.com.
Con respecto a la narración (con guiño a Gabo en el titulo: muy bueno, XD), coincido con Hank en lo del final. No sé si es un texto autobiográfico, pero de ser así, la moraleja tan explícita del final reincide en lo que ya se advierte y comprende en toda la lectura.
Con respecto a la movida madrileña, poco que aportar, puesto que me pilló bastante enano y en La Línea de la Concepción. Sin embargo, fui un borracho decidido de fines de semana durante más de una década y no me arrepiento de nada. De las copas bebidas, de las horribles resacas, del dineral gastado, de nada. Fue una etapa vital más.
Hay algo en la tontería nocturna de los viernes y sábados que invita a pensar en gente descerebrada y perdida, pero lo cierto es que el grueso de los jóvenes que salen "de marcha" (horrible expresión) lo hacen para conocer gente (y lograr sexo y/o amor) y ver a sus amigos. El alcohol y hasta las drogas, son sólo una herramienta de socialización. Es estúpido y cateto, pero así es. El que se hunde o queda atrapado no es inocente, ni tampoco una víctima. Nadie se engancha al caballo o a la base de coca de la noche a la mañana (algún caso habrá, no digo que no, dada la alta adicción de la heroina o el bazuko).Y todos los que están ahora hechos polvo recibieron toques de atención y advertencias de su entorno, opino yo.
De esa época, no perdí a ningún amigo (sí a un conocido), y me temo que en nuestro grupo de compis, el verdadero agente de perdición fue el "Estoy saliendo con una tía y nos vamos a ver menos, pero sólo será por un tiempo", jajjaj.
Lo más peligroso que recuerdo de mi época de borrachuzo fue cómo,durante unos años, el éxtasis y los ácidos se popularizaron gracias a aquella idiotez de la música máquina y la famosa ruta del Bacalao. Hasta que la tele empezó a pegar fuerte con el tema, la percepción a mi alrededor sobre estas drogas era muy positiva y éso sí me preocupó bastante. Sobre todo porque había una amiga de mi hermana tonteando con el tema. Pero en fin, recuerdo lo "guay" que era presumir de consumidor de éxtasis y tripis. Aquello fue desde el 92 al 95, más o menos. La gente contaba batallitas de sus escarceos con las pildoritas y los papelitos alucinógenos con la misma boca ancha con que se apuntaban proezas sexuales. Y aunque era fácil distinguir a los cuentistas, me inquietaba que estuviese tan de moda y que se percibiera más marginal fumar un porro que llenarte el coco de ácido. Afortudanamente, las muertes por golpes de calor y los (por una vez) efectivos programas sensacionalistas de tv, disminuyeron esa ventana de tiempo de "Ayer me comí un tripi y...". Dejó de ser "guay" el ácido y el éxtasis. Que de ahí a que disminuyera su consumo, dista un mundo, lo sé, pero al menos ya no era algo chulo presumir de pastillero.
Bueno, vaya forma de extenderme, lo siento, :). Ah, le enlazo en mi blogroll. Un saludo
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