Esta mañana de domingo he despertado entre ecos del congreso del PP y los fervores patrios del España-Italia que escupían los auriculares de la radio. Mientras calentaba el café, ya me estaba relamiendo sólo de pensar en el momento casi eucarístico de sentarme en el sofá y experimentar, entre las tinieblas del amanecer, la mezcla alquímica de la nicotina y la cafeína. Tras experimentar el mencionado momento, decidí hacer una visita matinal y dominical a la ciudad, placer y gozo que no me daba desde hace mucho tiempo. Así que cogí el coche y me planté en diez minutos en el centro de Algeciras. Eran las 8.45, pero el periódico, al menos el que yo quería, todavía no había llegado. Con resignación, me senté en la Pza. de Joaquín Ibáñez y encendí un cigarrillo contemplando el silencio que aprisionaba la plaza, sólo roto por el ruido de las escobas de un par de barrenderas que limpiaban el borde de la carretera de la basura que algunos ciudadanos sin escrúpulos habían decidido depositar en la vía pública. Apenas pasaba un coche y no se veía a nadie pasando por la calle. Mis únicos conciudadanos despiertos a esas horas eran esos que mendigan y malviven en la plaza y que a diario conjugan sus andaduras con las correrías de los alumnos del I.E.S. Ventura Morón.
Por fin, a eso de las nueve, vi que una furgoneta aparcaba frente al despacho de prensa, señal inequívoca de que mi periódico acababa de llegar. Después de comprarlo, me senté tranquilamente en la Calle Castelar a tomar un café. Nada nuevo: más PP y más fútbol en el periódico, la indiferencia de los camareros de la cafetería de cuyo nombre no voy a acordarme, la terraza vacía y la calle aún más vacía. Al cabo del rato, un camarero colocaba una bandera de España, de las que llevan el toro en el centro, en la reja del bar, y me sirvió un café como si fuera una molestia innecesaria que él se tomaba por cortesía hacia mí. Le di las gracias con ironía inglesa y entonces sí, me dediqué durante una hora a saborear otras noticias más escondidas pero más interesantes. Por supuesto, cuando decidí marcharme, tuve que entrar dentro del bar a rogar que me cobrasen.
El paseo hasta la Pza. Alta resultó un bálsamo para los sentidos, ya que las calles seguían vacías y pude aspirar sensaciones que sólo se respiran en soledad. Dicen que Algeciras es una ciudad fea y, ciertamente, bonita no es, aunque lo fue. Lo atestiguan las casas señoriales y otras no tan señoriales que muestran en estado de ruina sus bellos atributos arquitectónicos y que los dueños, o quienes sean, dejan que se hundan para construir pisos y apartamentos modernos y estéticamente horribles. Sí, Algeciras no es bonita, pero a mí me gusta pasear por sus calles y descubrir los restos de la otrora Algeciras que seguramente embrujaba al caminante. La Pza. Alta, que en un día de diario está llena, produce vértigo un domingo por la mañana sin nadie que dé de comer a las palomas o que charle con el vecino.
Al llegar a la Calle Ancha volví a sentarme en una terraza para terminar de leer el periódico. Otra característica de la ciudad son los pedigüeños que importunan al ciudadano haciéndole elegir entre la comprensión o la solidaridad y el hastío o el “déjame en paz, tío, no me des el coñazo”. Otros solitarios como yo poblaban la terraza de la calle principal de la Algeciras dominical solitaria. Y cuando terminé de leer el periódico, me fui como había venido, con mi periódico bajo el brazo y con un estremecimiento contenido, por la soledad de las calles, por el silencio que flotaba en el ambiente y por lo horroroso de los edificios modernos que, sin gente, se hacen más evidentes. No me preocupo porque mañana es lunes. Volveré a caminar por los mismos sitios pero el bullicio matinal habrá ahogado ese insoportable silencio de los domingos.
Por fin, a eso de las nueve, vi que una furgoneta aparcaba frente al despacho de prensa, señal inequívoca de que mi periódico acababa de llegar. Después de comprarlo, me senté tranquilamente en la Calle Castelar a tomar un café. Nada nuevo: más PP y más fútbol en el periódico, la indiferencia de los camareros de la cafetería de cuyo nombre no voy a acordarme, la terraza vacía y la calle aún más vacía. Al cabo del rato, un camarero colocaba una bandera de España, de las que llevan el toro en el centro, en la reja del bar, y me sirvió un café como si fuera una molestia innecesaria que él se tomaba por cortesía hacia mí. Le di las gracias con ironía inglesa y entonces sí, me dediqué durante una hora a saborear otras noticias más escondidas pero más interesantes. Por supuesto, cuando decidí marcharme, tuve que entrar dentro del bar a rogar que me cobrasen.
El paseo hasta la Pza. Alta resultó un bálsamo para los sentidos, ya que las calles seguían vacías y pude aspirar sensaciones que sólo se respiran en soledad. Dicen que Algeciras es una ciudad fea y, ciertamente, bonita no es, aunque lo fue. Lo atestiguan las casas señoriales y otras no tan señoriales que muestran en estado de ruina sus bellos atributos arquitectónicos y que los dueños, o quienes sean, dejan que se hundan para construir pisos y apartamentos modernos y estéticamente horribles. Sí, Algeciras no es bonita, pero a mí me gusta pasear por sus calles y descubrir los restos de la otrora Algeciras que seguramente embrujaba al caminante. La Pza. Alta, que en un día de diario está llena, produce vértigo un domingo por la mañana sin nadie que dé de comer a las palomas o que charle con el vecino.
Al llegar a la Calle Ancha volví a sentarme en una terraza para terminar de leer el periódico. Otra característica de la ciudad son los pedigüeños que importunan al ciudadano haciéndole elegir entre la comprensión o la solidaridad y el hastío o el “déjame en paz, tío, no me des el coñazo”. Otros solitarios como yo poblaban la terraza de la calle principal de la Algeciras dominical solitaria. Y cuando terminé de leer el periódico, me fui como había venido, con mi periódico bajo el brazo y con un estremecimiento contenido, por la soledad de las calles, por el silencio que flotaba en el ambiente y por lo horroroso de los edificios modernos que, sin gente, se hacen más evidentes. No me preocupo porque mañana es lunes. Volveré a caminar por los mismos sitios pero el bullicio matinal habrá ahogado ese insoportable silencio de los domingos.
1 comentario:
Hola, Paco.
Estaba pensando que, tal y como la pintas, no me gustaría ni pizca pasear por el centro de Algeciras, y mucho menos tomarme una caña en una de sus terrazas: si algo no soporto es el desdén zángano de semejantes camareros. Pero si lo hiciera, si se diera el caso de tener que pasear, lo haría en día festivo y a la hora en la que pueden suceder cosas como ésta: El paseo hasta la Pza. Alta resultó un bálsamo para los sentidos, ya que las calles seguían vacías y pude aspirar sensaciones que sólo se respiran en soledad.
Sin embargo al final de la crónica me encuentro lo siguiente: No me preocupo porque mañana es lunes. Volveré a caminar por los mismos sitios pero el bullicio matinal habrá ahogado ese insoportable silencio de los domingos. ¡Había entendido que si algún encanto tenía la ciudad sólo podía descubrirse en soledad! Y ya se sabe que la soledad anda de la mano del silencio, ¿o no?
Vamos que la última frase me ha descolocado todo el montaje anterior que me había hecho. En cualquier caso, a mí particularmente me gusta más la soledad y el silencio que lo contrario.
Saludos desde Murcia, ciudad demolición.
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