Siempre lo dije, ser
novelista es un oficio, como lo puede ser ejercer la fontanería o la abogacía.
Un oficio quizá de lo más maravilloso, por cómo hace sentirse al escritor. Ya
no es solo crear, que también, sino el proceso de documentación, establecimiento
y resolución de tramas, caracterización de personajes, etc.
Para ser novelista hay
que poseer imaginación, dominar el lenguaje y, a ser posible, tener un trabajo
estable con jornada intensiva que te deje tiempo para escribir. Lo digo porque
mucha gente tiene la idea equivocada que de esto se puede vivir a las primeras
de cambio. Son pocos los que lo consiguen y a veces la calidad literaria no es
que importe mucho. No olvidemos que las editoriales venden “un producto”, y que
en ocasiones más vale ser resultón que guapo.
En mi opinión, para
afrontar la escritura de una novela, el presunto novelista debe ser un lector
voraz, haber devorado una ingente cantidad de novelas, para tener las
suficientes referencias antes de ponerse a escribir. Aun así, seguramente, su
primera obra será una auténtica mierda, con perdón, aunque existen excepciones
de novelistas primerizos que atesoran un talento innato. Creo que es importante
tener una historia en la cabeza, haberla ido trabajando mentalmente mientras
uno se toma una cerveza o camina por el parque. Tener claros los personajes,
los escenarios, y sobre todo el principio y el final. Lo de en medio importa
menos, ya irá saliendo, pero tenemos que tener claro hacia dónde vamos.
La estructura típica de
una novela debe ser el esquema planteamiento-nudo-desenlace.
Además, toda historia debe tener un conflicto. Como bien me lo explicara
un día mi buen amigo y maestro Juan Madrid el conflicto nace de lo siguiente: “Alguien
quiere algo; algo o alguien se lo impide”. Bajo esta premisa, es más
que probable que tengamos una historia, independientemente del género en la que
podamos encuadrar nuestra novela.
El planteamiento es la
presentación de nuestra historia al lector: la trama principal y las
secundarias, los escenarios y los personajes. No es que deba de haber tramas
secundarias obligatoriamente, pero suelen enriquecer la novela, sobre todo si
estas se relacionan de alguna manera con la principal. Al lector le suele
gustar ubicarse, por lo que es importante trazar lo que yo llamo el mapa
geográfico de la historia, ya sea este real o ficticio. Los personajes
han de tener fuerza. El escritor debe tener la suficiente habilidad como para
caracterizarlos, radiografiarlos, pero sin cansar al lector. La caracterización
de los personajes se suele hacer a través de los diálogos, a través de la voz
del narrador o relatando sus acciones. Los hay principales y secundarios. Hay
escritores que lo tienen muy claro desde el principio. Otros, sin embargo, no
hacen planes. En mi caso, me hago unos esquemas mentales e intento ponerlos
sobre el folio. Pero a veces me ha ocurrido que personajes que en un principio
eran protagonistas, han ido perdiendo fuerza, tomando el protagonismo algunos
de los que en principio no lo iban a tener.
En toda novela debe
haber un nudo, que es la madre del cordero del conflicto. Si María va a por el
pan, pongamos por caso, lo compra y vuelve a su casa, no hay historia. La
historia surge si María no vuelve, sea cual sea el motivo para su no retorno.
Independientemente del conflicto, toda novela necesita un giro, o varios. El
giro, acelera la historia y mantiene la motivación del lector. Algunos autores
solucionan lo del giro añadiendo un personaje que tiene mucha fuerza, dando un
nuevo ímpetu a la trama. Otros, sencillamente plasman un hecho que el lector no
imaginaba que iba a ocurrir ni por asomo, con lo cual la historia gana en
dinamismo y ofrece nuevas perspectivas.
Muchos escritores
fallan en el desenlace o final. Esto ocurre tanto en cine como en las novelas.
Da igual si el final es abierto (en donde es el lector quien decide en función
de sus gustos) o cerrado (aquel en el que el autor no da opción al lector).
Cualquier opción de final es lícita siempre y cuando se cierren las tramas
adecuadamente con un desenlace creíble y si es posible inesperado.
Podríamos seguir
teorizando, pero no os quiero aburrir. Insisto en que ser novelista es un
oficio para el que se requieren ciertas habilidades que son difíciles de
adquirir, aunque bien es cierto que últimamente han proliferado los talleres de
escritura, siempre provechosos. Hay catedráticos de Literatura y filólogos que
dominan el lenguaje y la teoría, pero no todos tienen la habilidad de escribir
una novela, algunos de ellos ya lo intentaron. Pero no se trata de erudición.
No olvidemos que hace siglos, los que iban contando historias por los pueblos
no eran precisamente los más ilustrados.
Para terminar, diré
algo para los que empiezan. Escribid para divertiros si tenéis la vocación, sin
pensar en si os van a publicar o no, eso vendrá luego, sin pensar en haceros
ricos o en obtener algún dinero de lo que escribís. Si llega, mejor que mejor,
pero ese no debe ser el objetivo. Los designios del destino son inescrutables.
Hay autores famosos que conservan con cariño veinte o treinta cartas de rechazo
de una novela que después fue best seller, de la misma forma que hay quien da
el pelotazo a las primeras de cambio. Pero lo normal es que esto sea una
carrera de obstáculos larga. Preparaos para pasar horas solos, sin más compañía
que el boli y un folio o un ordenador. Y lo más importante, no os creáis
escritores buenísimos, eso no ayuda nada en el proceso de creación y os creará frustraciones
si no conseguís publicar. Tampoco os derrumbéis por una mala crítica y si lo
hacéis, levantaos y continuad. Escribid teniendo siempre presente que es mucho
lo que os queda por aprender, aunque cosechéis un éxito importante con vuestras
novelas. Yo siempre me repito el mismo mantra: “No somos na…”.
2 comentarios:
Pues sí, compañero, no somos na...
Me ha encantado el artículo, real e instructivo,besos a puñados
Gracias, guapa, que tengo unas ganas de verte que pa qué.
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