El pasado martes 17 de mayo, la librería Estudio en Escarlata volvió a albergar al maestro José Luis Muñoz, esta vez para presentar su última novela “Llueve sobre la Habana”. Como siempre que voy a estos saraos me encuentro con alguien, me distraje tomando una caña con mi amigo Armando Rodera y Arantxa, su chica. Ya en persona pude comentarle más despacio que me encantó su manuscrito, un thriller psicológico que ya merecería estar publicado. El caso es que cuando llegué a ese templo de lo negro, la presentación ya había empezado. Me senté en el único hueco que había, en primera fila. Cuando quise darme cuenta de que me había colado entre Luis Mateo Díez y Santos Sanz Villanueva a punto estuve de hacerme muy pequeño en la silla.
En realidad, la jornada acogía una presentación doble. Por un lado, la novela de José Luis Muñoz. Y, por otro, la novela “Erich el zurdo”, de Domingo-Luis Hernández. Fue Domingo quien en calidad de editor de “La Página ediciones”, editorial que ha publicado las dos novelas, nos habló de José Luis y su libro. Puede que el lector que compra una vez al año el premio Planeta no conozca a José Luis Muñoz. Pero los que, de alguna manera, estamos metidos en este mundillo sabemos quién es de sobra: un autor con una trayectoria de publicaciones y premios increíble. Ha publicado con Algaida y Planeta, por citar a dos de las grandes, pero también con editoriales medianas e independientes de nuevo cuño. Así que incidir en su trayectoria sin caer en la redundancia es labor imposible.
El editor alabó las virtudes de “Llueve sobre la Habana”, una novela que transcurre en la capital cubana y en donde proxenetas, chulos y jineteras se alternan y se entremezclan en los capítulos de la misma, cuyo hilo conductor es un asesino en serie que siembra de cadáveres la ciudad, y que será investigado por el inspector Rodríguez Pachón.
El autor fue breve en sus explicaciones. Se limitó a hacernos una sinopsis de la novela y a informarnos de que esta es una precuela de “Último caso del inspector Rodríguez Pachón”. Nos comentó que quizá se está convirtiendo en un escritor de precuelas, pues no es la primera con la que nos obsequia. Sin ir más lejos, “La frontera sur”, con la que José Luis ganara el Premio Internacional de Novela Negra de Carmona y que se publicó el pasado año, también era precuela de “Lluvia de níquel”.
Después tomó la palabra Luis Mateo Díez, que se encargó de valorar positivamente la obra de Domingo-Luis Hernández, “Erich el zurdo”. También nos comentó la trayectoria de Domingo-Luis en las islas afortunadas: profesor en la universidad, ensayista, articulista, animador y creador de eventos literarios, relatista, etc.
En los ruegos y preguntas, una voz se alzó de entre todas para tener una intervención de unos quince minutos. Una voz muy conocida para mí, por cierto, aunque tardé un rato en identificarla. Era mi admirado J.J. Armas Marcelo, culpable entre otras cosas junto a Rafa Reig de que, independientemente de lo que tenga que hacer los sábados, compre el ABC para leer sus artículos en “El cultural”. J.J. Armas, que más que hablar parecía que estaba dictando uno de sus geniales artículos, hizo un recorrido por las actividades de Domingo-Luis Hernández, aunque no todo fueron alabanzas.
Terminado el acto, José Luis Muñoz hubo de entretenerse más de la cuenta en la firma de ejemplares, entre ellos el mío. Tanto lo hizo que cuando salimos fuera todos se habían largado a tomar las cañas de rigor dejando a José Luis en la estacada. Mis amigos Lorenzo Rodríguez, José Luis Muñoz (el fotógrafo y columnista) y yo ofrecimos al autor tomar esa caña, aunque finalmente lo que hicimos fue buscar entre las terrazas de la calle Guzmán el Bueno a aquellos que le habían ofrecido esa caña primero. Y los encontramos. Nos despedimos del autor ya que a los tres nos dio un poco de corte sentarnos con el editor, el académico y los periodistas y nos fuimos a otra terraza aledaña. Aunque en ese mismo momento recibí un eseemeese en el que me hacían un encargo: un ejemplar de “Llueve sobre la Habana” dedicado. Así que hube de volver a la librería, comprar el ejemplar y volver hasta la terraza en la que habíamos dejado a José Luis para que me hiciera la dedicatoria. Y finalmente, pude tomarme esa caña tranquilo con mis amigos en una grata velada en la que nos hartamos a hablar de literatura.
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