Comienzo del relato: Javier Tomeo
Mi amigo Ramón dice que en estos tiempos que corren la televisión y los televisores vienen a ser la versión electrónica del diablo. -¿Dónde tienen los televisores los cuernos? -le pregunto, divertido por su ocurrencia. Me explica que los cuernos de los nuevos diablos electrónicos pueden ser perfectamente esas antenas que se colocan sobre los televisores para mejorar la imagen. Luego enciende un cigarrillo y me cuenta que hace un par de semanas tuvo la ocurrencia de enterrar su televisor portátil de diez pulgadas mientras estaban retransmitiendo uno de esos programas en los que la gente se insulta y se tira los trastos por la cabeza. -Era una noche de plenilunio y hacía un calor sofocante -recuerda- Bajé al solar que hay delante de casa, puse el televisor en marcha y lo deposité cuidadosamente en el fondo de un pozo que había cavado aquella misma mañana al pie de un olivo. Luego empecé a echar la tierra removida encima del televisor sin que la presentadora y los concursantes se diesen cuenta. Fue así como consumé el primer televicidio de la historia. -¿Y qué sucedió luego?
Mi amigo Ramón dice que en estos tiempos que corren la televisión y los televisores vienen a ser la versión electrónica del diablo. -¿Dónde tienen los televisores los cuernos? -le pregunto, divertido por su ocurrencia. Me explica que los cuernos de los nuevos diablos electrónicos pueden ser perfectamente esas antenas que se colocan sobre los televisores para mejorar la imagen. Luego enciende un cigarrillo y me cuenta que hace un par de semanas tuvo la ocurrencia de enterrar su televisor portátil de diez pulgadas mientras estaban retransmitiendo uno de esos programas en los que la gente se insulta y se tira los trastos por la cabeza. -Era una noche de plenilunio y hacía un calor sofocante -recuerda- Bajé al solar que hay delante de casa, puse el televisor en marcha y lo deposité cuidadosamente en el fondo de un pozo que había cavado aquella misma mañana al pie de un olivo. Luego empecé a echar la tierra removida encima del televisor sin que la presentadora y los concursantes se diesen cuenta. Fue así como consumé el primer televicidio de la historia. -¿Y qué sucedió luego?
Continuación del relato: Paco Gómez
- Lo más increíble que te puedas imaginar -comentó Ramón con desgana- Cuando regresaba a mi casa oí unas voces lejanas. Al principio no quería creerlo, pero cuando por fin acepté el hecho de que los timbres de esas voces me eran irremediablemente familiares, me volví. Encendí un cigarrillo y me quedé mirando al hoyo que acababa de tapar apoyado en el mango de la pala y echando humo como una locomotora. Las voces eran la de la presentadora y la de los concursantes. Y pedían socorro los muy "chalaos", ¿te lo puedes creer?- Venga, Ramón, que esto no hay quien se lo trague.- Ya lo sé -respondió con toda la naturalidad del mundo mientras exhalaba parsimoniosamente el humo de su cigarrillo- Ten en cuenta que el televisor estaba apagado y desconectado del cable de antena. Sólo me había tomado un par de vinos en la cena, así que estaba sobrio. Pensé que me había vuelto "majarón".Ramón encendió otro cigarrillo y permaneció en silencio unos instantes. Parecía que había dado por concluida la conversación. Y yo empecé a experimentar ansiedad, porque empecé a vislumbrar que el relato de Ramón podría ser cierto. Era un bromista, pero esta vez parecía afectado mientras contaba su historia. Me arriesgué a picar en el anzuelo porque, si todo era una broma, iba a estar riéndose de mí por lo menos un mes.- Bueno, Ramón, ¿y que pasó después? -le pregunté.- Pasó lo que tenía que pasar -continuó- Apagué el pitillo y me puse a desenterrar el maldito televisor entre las voces de esos "degeneraos". Cuanto más tierra quitaba, más chillaban, hasta que se hizo el silencio.- Bueno, ¿y qué pasó luego?- Con el trajín de cavar no me había dado cuenta, pero el caso es que delante de mis narices se habían "plantao" dos municipales que me estaban diciendo que saliera del boquete y que les diera mi carné de identidad. Al preguntarme por lo que estaba haciendo no se me ocurrió otra cosa que decirles la verdad. Y les dije que luego me había arrepentido de enterrar el televisor en la vía pública porque... En fin, que les largué un rollo ecologista, tú sabes.- Bueno, y ellos, ¿qué te dijeron? -le pregunté ansioso por saber el desenlace de la historia.- Pues lo primero, que siguiera cavando, para comprobar mi versión. Después, que tapara el hoyo. Luego, tras convencerles de que me llevaría la "tele" a casa y que el suceso no se volvería a repetir, me preguntaron que si quería que me llevaran a un hospital. Tuve que emplear toda mi labia para convencerles de que había sido un episodio de paranoia puntual, insólito pero puntual, Andrés, tú sabes.- ¿Y te dejaron ir? ¿Sin más?- No sin antes decirme que me llamarían en una hora, para ver si todo iba bien. Así que me fui a casa y monté el televisor. En el programa seguían dando gritos pero la pelleja de la presentadora me miró en un momento determinado y me guiñó un ojo.- ¡Vamos anda, Ramón!- Te lo juro por lo más "sagrao", Andrés. Parecía como si me dijera que no iba a poder librarme de ella así como así.- Y, ¿sigues viendo ese programa?-¡Qué remedio, chico! Si no lo pongo empiezan a sonar esas malditas voces en mi cabeza. No me he atrevido ni a quitar el barro del televisor.No supe qué decir así que me despedí de él y me marché de allí pensando en las cosas de Ramón. Ya no me hacía ninguna gracia lo que me había contado. Desde que murió su mujer, se estaba volviendo cada vez más "majarón".
1 comentario:
coño, parece el chiste de los de fernán nuñez y cómo graban "raices", pero es original el relato. Carlos Ponferrada. carlosalberto1981@hotmail.com
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