Son molinos de viento,
y, sin embargo, se tornan en torres,
con aspas que no son tales,
inmóviles, coloristas,
las mariposas están quietas,
en silencio,
en contraste con el trigo
mecido por el aire,
las nubes como testigos de algodón,
yendo y viniendo,
mientras la luna comienza
a iluminar un paisaje desolado.
El guerrero agita su estandarte,
ante mariposas gigantes
de vivos colores,
muy quietas en su marco de silencio,
de oscuras verdades
que han de ser calladas,
de cielos sin estrellas
mudos y acechantes,
con ánimas que inquietan almas,
en laberintos de veleidades,
sucintas, enigmáticas,
gobernando las naves.
Son las mariposas de la muerte nívea,
de las lívidas bondades,
muertas de óbitos muertos, sangrantes,
que imploran silencio,
que imponen su quietud,
sin remordimientos,
sin ambages,
campanas que tocan a muertos,
simples tañidos infames,
que recorren los campos,
matando realidades,
escondiéndose de sí mismas.
Y cuando llega el día,
el guerrero vuelve a agitar su estandarte,
el trigo se mece al viento,
y ellas vuelven a mostrar sus colores,
ensombrecidos por nubes,
que van, que vienen,
filtrando los rayos solares,
repartiendo ahora bondades,
después de la noche negra,
después de infiernos dispares,
y proyectan sobre campos
No hay comentarios:
Publicar un comentario