Esta es mi página más personal en Internet. Es un espacio en forma de blog en el que publico lo que quiero cuando puedo y tengo tiempo. Es un blog literario en el que cuelgo artículos, poemas y relatos cortos y en el que, de vez en cuando, dejo alguna que otra reflexión. Lo bueno de este invento es que vosotros, los lectores, os podéis comunicar entre vosotros y conmigo a través de los comentarios, haciendo que la página no sea un monólogo.
Al otro lado
Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.
Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.
Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
domingo, 13 de noviembre de 2011
viernes, 11 de noviembre de 2011
Mi banco del parque (50)
La luz de la luna ha desaparecido del mapa estelar. Los animales hacen notar su huida por la ausencia de sus cantos. No hay sombras ni espectros. Hasta la soledad ha faltado hoy a su cita conmigo. Enciendo un cigarrillo en el más absoluto de los silencios envuelto en una negrura fatigosa. Reflexiono acerca del poderoso influjo de la luna en las criaturas de la noche y en cómo su falta hace que todo parezca muerto. Me entran unas ganas incontenibles de huir, de echar a correr desertando de mí mismo, pero no sé elegir un camino de evasión. Permanezco sentado, sintiendo un miedo aterrador. A mi lado se ha sentado alguien. No es la soledad. Es alguien que permanece embozado de la cabeza a los pies que no ha tenido la deferencia amable del saludo. La tristeza, la melancolía y los demás sentimientos yermos que normalmente me acompañan se han mudado momentáneamente a algún lugar distante. La presencia me desconcierta y empiezo a experimentar un terror creciente que se convierte en pánico. Permanezco quieto y no me atrevo ni a fumar. El cigarrillo se consume lentamente entre mis dedos. El extraño se desenmascara y me muestra sus ojos penetrantes. Es una mujer que sin embargo ostenta mi rostro, una versión femenina de mí mismo con los ojos inyectados en sangre. Con un movimiento brusco e inesperado me echa su capa por encima y yo me debato entre la vida y la muerte, pero me aferro a unas ganas de vivir incomprensibles. Cuando por fin logro desembarazarme de la capa, observo la luna llena. La soledad está a mi lado, inmutable. El parque parece un cementerio sin tumbas, pleno de la lunar luz radiante. Las sombras y los espectros danzan mezclados con la hojarasca. Los grillos y las lechuza lanzas sus cánticos nocturnos como si les fuera la vida en ello. Todo está como siempre. Enciendo un cigarrillo y fumo tranquilo. El pánico es sustituido por la presteza de volver a sentirme vivo en mi hogar, en este banco mágico del parque.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Mi banco del parque (49)
La angustia preside mi estado de ánimo esta noche. No hay un motivo aparente y conociéndome como me conozco no tiene por qué haberlo. Son muchos años metido en este cuerpo sin encontrar sentido a nada, aguantando mis rarezas. Me siento en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo que con su brasa ilumina mi rostro cansado. El silencio es tal que al aspirar el humo escucho el chisporroteo que produce la combustión de las hebras del tabaco y el papel. La luna menguó tanto que parece no existir. La soledad, acomodada como cada noche a mi izquierda, me lanza señales imperceptibles. Pero esta noche no la entiendo, ni me entiendo a mí mismo, como cada noche. Busco el silencio y me encuentro con las reflexiones baldías de un tío triste hasta lo enfermizo. Ese soy yo, el que desnuda su alma cada noche en este banco para sentir el frío gélido nocturno en mi alma. El que despedaza sus sentimientos en el lugar más inhóspito que sin embargo es su hogar, si es que el hogar es donde uno se siente más a gusto. Me duele el alma, y para eso no hay remedio en las consultas de la Seguridad Social. La oscuridad es taladrada por la luz mortecina de las pocas farolas que no se han fundido. Mi cordura vierte unas gotas más de su sustancia sobre la madera reseca del banco. Me descalzo en un acto infructuoso porque sentir la tierra bajo mis pies agudiza un tanto mis sentidos. Pero no siento nada. Esta noche ni siquiera interpreto a la soledad, que me mira sorprendida. Quizá mi demencia haya avanzado un estadio y he dejado de ser un buen compañero para ella. En cualquier caso, nada puedo hacer. En cualquier caso mi existencia es terrible. El parque se me vuelve a antojar como un cementerio ausente de lápidas. Imagino una de mármol blanco, la mía, con un hermoso epitafio carente de palabras.
martes, 8 de noviembre de 2011
Mi banco del parque (48)
La luna llena continúa alzada en un cielo con pocas estrellas. Mi mente plomiza imagina que estoy en algún lugar lejano e inocuo. Pero mi cuerpo permanece aquí, en mi banco del parque, acompañado por la gratificante presencia de la soledad. Enciendo un cigarrillo y cuando levanto la cabeza para empezar a generar pensamientos inútiles ocurre algo insólito. Una mujer camina hacia mi banco a unos cien metros. Me digo que no puede ser, que un suceso tan inaudito no puede estar ocurriendo, hasta que ella está demasiado cerca como para que yo reaccione y se sienta ocupando el sitio que segundos antes ocupaba la soledad. No dice nada. Solo abre su bolso y extrae un cigarrillo que enciende con un mechero plateado. Creo que no es consciente de que acaba de profanar un santuario. O a lo mejor el que delira soy yo cuando pienso ya desde hace tiempo que este parque y este banco son míos y no un lugar público. La presencia de la mujer cambia todo el paisaje. De repente estoy en un parque que ya no parece un cementerio, sin sombras ni espectros. El gris ha desaparecido por completo y vislumbro los distintos colores del escenario. Apago mi cigarrillo, nervioso y desconcertado. La mujer me mira y exhala el humo del suyo en mi rostro. Su faz es perfecta, sobre todo cuando esgrime una sonrisa enigmática que me hace pensar que esa presencia no es humana. Cuando una frase empieza a rondar mi caduco cerebro sé certeramente ante quién me encuentro. Y no me sorprendo en absoluto del poder que muestra mi compañera habitual de banco. Asiento en silencio, me levanto tocando el ala de mi sombrero y tomo la vereda que lleva tanto a mi casa como a ninguna parte. La frase reverbera en mi cabeza como una letanía surgida de una tumba: “Te dije que hay entes capaces de tomar la apariencia humana, aunque no son personas”.