Cuando Víctor Fernández Correas me dijo que iba a publicar nueva novela, me alegré, pues siempre es motivo de celebración la publicación de una nueva obra de un buen escritor, y más si se trata de un amigo. Cuando me dijo la temática de la misma, me sorprendió y me asustó a partes iguales, ya que el argumento trata de la historia de una tribu del Pleistoceno y desde luego no es nada fácil ponerte a fabular sobre un entorno que no conoces. Pero ser novelista es un oficio, y Víctor conoce todas sus claves. Me lo imagino leyéndose sesudos ensayos y hablando con unos y con otros para tratar de dar forma a una historia entrañable de vida y de muerte, del hombre en los albores de la civilización luchando cada día por sobrevivir.
“La tribu maldita” (Temas de hoy, 2012) comienza describiéndonos la cotidianeidad de los días de una tribu perteneciente a la especie “Homo heidelbergensis”, raza que se sitúa entre el “Homo antecessor” y el hombre de Neanderthal; la tribu de Anar, un anciano que atesora la suficiente sabiduría como para mantener la esperanza de supervivencia de su clan. Una especie que no conocía el fuego y que, por tanto, comían la carne cortada con lajas a dentelladas, y que se entendía con gruñidos y con vocablos monosilábicos muy básicos.
El grupo estaba debidamente estructurado en cazadores y recolectoras, básicamente. Cada cual sabía muy bien el papel que debía jugar. Así, Kamu, el jefe de los cazadores, ejercía también de jefe de la tribu y tomaba decisiones ayudado por los sabios consejos de Anar. Víctor nos va metiendo en la historia de forma magistral. Primero narrándonos los cotidianos días de la tribu, sometida en todo momento a las inclemencias del tiempo, a las catástrofes naturales y al peligro de las bestias que por aquel entonces no eran pocas (osos, lobos, leones, rinocerontes, etc.). Precisamente por una catástrofe natural, la tribu de Anar, de Kamu, de Numu, del perverso Naaj y de la deseada Kanai, que se integra en la tribu más tarde para adquirir el rol de personaje protagonista, se ve obligada a emigrar en busca de nuevas tierras. Esto les deparará nuevas aventuras, entre ellas el contacto con otras tribus, no siempre pacífico.
A pesar de que la especie tenía instintos y sentimientos primitivos, Víctor nos muestra a través de diversos sucesos que ya existían emociones como el amor, el afecto, el odio y los celos. En cualquier novela, los diálogos suelen formar parte de la trama y se intercalan en mayor o menor medida entre los párrafos del narrador. Desahogan al autor en el proceso de creación y contribuyen a que la lectura sea más dinámica para el lector. El problema aquí es que los homínidos no hablaban y, por tanto, no podían mantener conversaciones más allá de gruñidos o palabras cortas, como ya he dicho. El mérito del autor en este caso es hacer la novela muy amena prescindiendo obligatoriamente de los diálogos. Y sin embargo, según iba yo avanzando en la novela, tenía en mi mente a todos los personajes perfectamente caracterizados, como si el autor lo hubiese hecho a través de unos diálogos invisibles, en fin, algo tan raro como mágico.
Con esta novela, no solo se lee una historia, sino que uno se ve reflexionando cuando para de leer sobre el milagro de que hoy estemos aquí, concluyendo que detrás de la existencia de cada hombre actual hay toda una concatenación de experiencias de cada uno de sus antepasados, historias de lucha por la supervivencia y avatares debidos también al mero azar. Hoy en día, un problema cotidiano se soluciona y en paz. Pero en aquellos tiempos, un hombre podía morir porque se le caía un diente y la infección acababa con él.
Nos encontramos, por tanto, ante una novela histórica, terreno en el que Víctor se mueve como pez en el agua. Ya su primera novela, “La conspiración de Yuste” (La esfera de los libros, 2008), lo era. Pero también es una novela épica por las luchas con otras especies animales y contra otros clanes rivales. Los libreros la catalogarán de histórica para situarla en los anaqueles de las estanterías que albergan este género, pero si la leéis detenidamente, podréis encontrar retazos de novela romántica e incluso de novela negra, así como de novela ecologista, si es que existe este género, dado que estos hombres respetaban y temían a la madre naturaleza.
Para terminar, decir que a Víctor Fernández Correas le ha quedado una novela redonda. El tipo incluso ha tenido la osadía de inventarse un idioma de 37 vocablos cuya traducción nos muestra al final del libro. Y al final del libro, nos habla también en un pequeño ensayo de la sima de los huesos de Atapuerca, cuyos restos de fósiles de homínidos y de otros animales le han servido para entretejer esta historia. Desde luego, el mérito como escritor es digno de alabanza, así como su faceta de investigador, de la cual se da cuenta en el pequeño ensayo final. No me queda nada más que decir, salvo darte la enhorabuena, amigo, y que espero que vuelvas a publicar pronto, que independientemente del género, aquí tendrás siempre un fiel seguidor de tu forma de escribir.
Víctor Fernández Correas nació en Saint Denis (Francia) en 1974. Hijo de la emigración, aunque reside en Getafe (Madrid), se siente extremeño por los cuatro costados. Y, más en concreto, Verato.
Como periodista colabora con distintos medios y consultoras relacionados con las Tecnologías de la Información y el mundo de la pequeña y mediana empresa.
Como escritor comenzó su andadura en el mundo de las letras en el año 2000, fecha en la que obtuvo el Primer Premio de Relato Corto de Valverde de la Vera (Cáceres) en su modalidad local. Galardón que repitió al año siguiente, en 2001, con un relato titulado ‘Epílogo Imperial’. También resultó ganador del Primer Certamen de Relato Corto Princesa Jariza, de Jaraíz de la Vera (Cáceres) en 2001. Siete años después, muy ampliado y desarrollado, ‘Epílogo Imperial’ se convirtió en su primera novela: La conspiración de Yuste, en la que narra los últimos meses de vida del emperador Carlos V.
Tiene por delante varios proyectos literarios que pretende desarrollar en los próximos años. Y sigue aspirando a escribir y a divertirse haciéndolo.