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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (40)

Tomo descalzo el camino del parque, más embarrado que nunca, y me percibo a mí mismo como un proyecto acéfalo de ser humano. El suelo está demasiado resbaladizo y el ambiente me evoca un verso bucólico de muerte lenta. Me acomodo en mi banco, deposito los zapatos en la madera húmeda y enciendo un cigarrillo. La soledad aparece como siempre de la nada y procura que no esté solo de manera contradictoria. Tras la tempestad viene la calma y, si bien huele a tierra mojada, el ambiente es bochornoso. Me siento un letrado coadyuvante de la nada. Un notario de una realidad carente de significados. Desdeño pensamientos y reflexiones inútiles que quieren desenmascarar mi personalidad marchita. No pueden emponzoñar lo que ya no puede ser mancillado de ninguna manera. Exudo un sudor ferrugíneo que me envenena la piel y el alma y que se convierte en una suerte de gutapercha correosa y yerma. Soy un menesteroso que cultivo la misantropía en un cementerio de pensamientos malditos. Soy un ser pernicioso para mí mismo y para cuantos me han rodeado en vida. Lo contrario de recio, sin embargo, frágil hasta lo enfermizo. La sensibilidad se me escapa por las puntas de los dedos y nunca regresa. Apago mi cigarrillo y camino unos metros. Las sombras me rodean y me invitan a su baile nocturno. Declino la invitación y vuelvo a sentarme en el banco, junto a la soledad. Por una vez, ella me sonríe y mantiene ese rictus en su rostro durante unos instantes.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (39)

Me siento como el albayalde de las paletas de un pintor, plomizo y pálido. Mis sentidos permanecen aletargados en una noche ventosa y desapacible. Me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo. El viento ruge y la soledad, que se acaba de acomodar a mi izquierda, calla. El sonido de un trueno lejano me hace sentir demasiado pequeño y enclenque, exiguo en las ganas de ejercer una voluntad que me abandona por momentos. El viento lacera mi espíritu filtrándose por los recovecos de mi alma. Mi corazón se me antoja macerado por la rutina vital y mis arterias gimen obturadas de tristeza. Las sombras se ven como filos ranurados en su baile anárquico. Mis pensamientos mendigan un escenario con un público fantasma, aunque a veces pienso que constituyen un sofisma de envergadura. Percibo que el día me vilipendia impunemente y que la noche me recoge en su regazo gélido. La tormenta se instala una vez más sobre mi cabeza. Los rayos, los truenos y el chisporroteo de las gotas de agua crean un contexto espectral. La soledad me observa como si fuera un fantasma venido del más allá. Puede que lo sea y que no me haya dado cuenta. Hundo los pies en el barro y empiezo a percibir la noche en todo su esplendor. Hoy no me apetece danzar con las sombras por mucho que lo estén pidiendo. Miro a la luna y emito un grito que hasta me ha hecho estremecer a mí mismo. La lluvia ha cesado incomprensiblemente. Cierro los ojos y vuelvo a escuchar mi grito. Pero esta vez sale de lo más hondo de mí, inaudible, pero intenso. El cigarrillo se apagó con la lluvia. Yo me apagué con la vida.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (38)

La noche se me ha echado encima de repente, aviesamente. Lo siniestro del día que he llevado no me ha dejado ver la transición del sol a la luna. Me aproximo a mi banco del parque después de haber visto en el espejo mi rostro cárdeno. La soledad no está, lo que no impide que me quite el zapato y me agarre al calcañar de mi pie derecho, que me ha tenido todo el día cojeando. Me alivio con un pequeño masaje mientras escucho el viento desecativo que hace imposible cualquier atisbo de humedad en el ambiente. Me ahoga y no obstante enciendo un cigarrillo justo cuando la soledad se acomoda a mi izquierda y me hace una carantoña coqueta. Le guiño un ojo mientras me retrepo en el respaldo e intento zafarme de esta ansiedad que me asfixia como un parásito entozoario. Inútil empresa la de vaciar la gaveta de mi alma, silente, albergada de un fluido misantrópico que me corroe como un cáncer. Las hojas revolotean ejecutando una danza macabra que se torna recurrente. Apago mi cigarrillo con lágrimas en los ojos. Las sombras y los espectros se retiran en señal de respeto. Estoy de duelo sin que exista un motivo real para ello. A veces este parque se me antoja un cementerio sin tumbas visibles. Quizá fuera un camposanto hace siglos. Y sin embargo, a pesar de las lágrimas, me siento también en él... Me siento vivo ante la muerte, muerto ante la vida, un cadáver viviente que desnuda su alma en este banco en compañía de la soledad, que asiente a mis pensamientos. Ella me comprende. Yo no.

domingo, 25 de septiembre de 2011

"La senda trazada", de Pedro de Paz

El viernes 26 de noviembre del pasado año, se hizo público el fallo del jurado en el XX Premio de Novela Luis Berenguer. Me llevé una grata sorpresa cuando vi que el ganador fue Pedro de Paz, con una novela titulada “La senda trazada”. Un premio que antes ganaron escritores de prestigio, como Javier Puebla, Félix J. Palma o Andrés Pérez Domínguez. Mi sorpresa no fue porque no supiera que Pedro podría ganar este o cualquier otro premio, sino porque es un escritor al que admiro y este certamen lo patrocina la editorial Algaida, lo que te da la seguridad de que la novela va a estar en las mesas de novedades de las principales librerías y almacenes del país. Es más, si de alguien deseaba ya leer otra novela era del amigo de Paz, que atesora una calidad innata para contarnos historias.

El libro acaba de salir prácticamente, siendo una de las novedades del otoño. Y Algaida se ha encargado de hacer una portada lo suficientemente llamativa como para que los que incluso no conozcan al autor se interesen por el libro y lean la sinopsis de la contraportada, cuyo argumento engancha. Desde aquí vaticino que la novela tendrá unas ventas superiores a las expectativas de la editorial y del autor, ya que desde que empiezas a leer la primera página hasta el fin, el libro te atrapa.

El argumento de la novela no es nuevo en Literatura, ya que conocer el futuro ha sido un tema recurrente a lo largo de la Historia. Pero en este caso, Pedro nos propone una variación respecto al planteamiento clásico: al protagonista se le ha dado la potestad de conocer el futuro de otras personas, nada halagüeño por otra parte. Alfonso Heredia es un fotógrafo freelance que malvive haciendo fotografías para una agencia. Su vida ha llegado a un punto en el que debe dinero a todo el mundo. Su pareja, aun profesándole un amor fuera de lo común, decide abandonarle para evitar la autodestrucción de ambos. Él no acaba de asumir la situación y se convierte en un ser amargado y mezquino. Debe meses del alquiler de su vivienda, sus acreedores le acosan y por las noches se refugia en una espiral de alcohol que no le abandonará en toda la novela. La personalidad de Alfonso Heredia y la descripción de sus estados de ánimo, desde mi punto de vista, es uno de los puntos fuertes de la novela. Pedro de Paz demuestra su maestría en mostrarnos el alma atormentada del protagonista, con una prosa cruda que hace que el lector sienta las mismas sensaciones que aquejan a Heredia y se identifique con él compartiendo sus desgracias. El ambiente no llega a ser opresivo ya que el autor nos va ofreciendo párrafos de una bella prosa poética que hace que leer capítulo tras capítulo sea la trascripción de una historia contada desde el habitual estilo del autor, dotado de un bello lirismo para describir estados de ánimo.

En estas circunstancias, un día, Alfonso huye de un acreedor refugiándose en una librería de viejo. En ella hace tiempo hasta que pase el peligro husmeando entre sus anaqueles diversos libros para al final ojear un volumen sobriamente encuadernado en cuero negro. Le llama la atención el hecho de que no tiene título, el grabado de la portada y las sentencias que atesoran sus páginas, escritas a mano en bellos caracteres góticos. Alfonso se ve sorprendido por el librero, un personaje curioso, un anciano albino de edad difícil de determinar, que le pregunta que si está interesado por el libro. Nuestro protagonista intuye, por el tipo de encuadernación, que el libro debe de valer mucho dinero, y le dice al librero que solo tiene diez euros, más preocupado por quitárselo de en medio y por salir de la tienda en cuanto haya pasado el peligro. Asombrosamente el librero le vende el libro a un sorprendido Alfonso, que le entrega sus últimos diez euros.

Este es el original planteamiento de una novela que, a partir de aquí ya tiene al lector enganchado y expectante por adivinar el contenido del libro. Cuando el protagonista llega a su casa y empieza a leer unas sentencias cortas que aparentemente carecen de sentido se maldice por haber comprado algo inútil y haber empleado en ello sus últimos euros. Alfonso sigue con su vida maltrecha, huyendo de acreedores que le atosigan y haciendo fotografías en donde puede y como puede por un mísero precio. Pero en los ratos libres se enfrasca en la lectura del libro, más por olvidar la infausta vida que le ha tocado vivir que por sacar algo en claro. Casi por casualidad, la muerte del Papa le hace comprender que esta estaba anunciada en el libro, en una de las sentencias. Un estudio más meticuloso le hace comprender que el libro es un obituario estructurado en años y meses. La sorpresa salta cuando descubre que hay consignados anuncios de muertes que todavía no han sucedido.

A partir de aquí, Alfonso centra su vida en el estudio del manuscrito llegando a descubrir quiénes son algunos de los que morirán tras consultar libros y hablar con expertos. El protagonista tendrá que decidir entre avisar a los desafortunados o aprovechar la información en beneficio propio y sacar las mejores instantáneas de los óbitos anunciados.

El nudo conduce a un desenlace espectacular. Pedro de Paz monta una ficción en torno a otra ficción, ya que uno de los expertos consultados le hace ver a Alfonso que el libro que tiene entre manos es el Necronomicón. Este libro no existe realmente. Es un grimorio ficticio ideado por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft, mencionado por primera vez en el cuento “El sabueso”, allá por 1922. Pedro de Paz no es el primer escritor que menciona el libro en una de sus obras. Antes lo hicieron autores de la talla de August Derleth o Clark Ashton Smith. Lo cierto es que el libro ideado por Lovecraft ha inspirado obras con el mismo título. Y los fieles lovecraftianos incluso han creado páginas web alrededor del inexistente libro del que, por el contrario, muchos acólitos del terror sí que creen en su existencia.

“La senda trazada” es un libro de intriga, pero también es un viaje al alma del protagonista y a sus compañeros de viaje, un espectacular reparto de secundarios cuyas vidas se verán afectadas, en algún caso de forma terrible, por los desatinos del protagonista. Es el mito de Fausto revisado y tamizado por la imaginación del autor. Una novela que, aunque lineal en la forma de desarrollar la trama, vuelve a poner de manifiesto la afición de Pedro de Paz por las concepciones cíclicas, por abrir y cerrar círculos, por plantear al lector retos y enigmas que se resolverán en la cabeza de cada uno de forma diferente. Una novela que hará que allá donde estés, busques un momento para volver a sumergirte en sus páginas y camines hacia su desenlace a cien por hora.

Pedro de Paz (nacido el 26 de octubre de 1969 en Madrid)

Novela

El hombre que mató a Durruti (Germanía, 2004, y Aladena, 2010, reedición aumentada). Premio "José Saramago 2003" de Novela Corta. (traducida al inglés de la mano de la editorial ChristieBooks, integrándola en su prestigiosa colección Read and Noir).

Muñecas tras el cristal (El Tercer Nombre, 2006).

El documento Saldaña (Planeta, 2008).

La senda trazada (Algaida, 2011). Premio "Luis Berenguer 2010" de Novela.

Relatos

La vida es un bar (Amargord, 2006, relato "Revenge Blues"). Antología colectiva de relatos.

La lista negra. Nuevos culpables del policial español (Salto de Página, 2009, relato "Mala suerte"). Antología colectiva de relatos.

Ocho vueltas de tuerca (2010). Selección de relatos. Disponible exclusivamente en formato eBook [2].

La frontera (Pepsi - Semana Negra, 2011, relato "Hay fronteras que es preferible no atreverse a cruzar"). Antología colectiva de relatos.

Mi banco del parque (37)

Esta noche siento la coerción de la espesura de la noche. Ignoro lo que espera de mí cuando ni yo mismo espero las migajas de mi voluntad, por mucho que se conglutinen las circunstancias nocturnas. Enciendo un cigarrillo en mi banco del parque, bajo la luz inexistente de la farola fundida, y desaderezo mis pensamientos de lastre superfluo. Noto como mi espíritu se encuentra entrapajado en un lienzo silente y emponzoñado, exudando tristeza y sin ganas de dar una vuelta más en la invisible rueca de las esperanzas yermas. Me siento como un espectro que no hace sino tremolar sentimientos cada noche. Cae la fina lluvia sobre la impermeable presencia de la soledad, acomodada a mi izquierda. Impermeables a mí son sus pensamientos, cosa que agradezco; bastante tengo con lo mío. No hay luna y no alcanzo a ver ni una estrella. Tampoco han venido las criaturas de la noche. Brillan por su ausencia los cantos de los animales nocturnos. Hundo mis pies desnudos en el barro. Siempre que lo hago se agudizan mis sentidos. Pero no hay nada por lo que sentir. No hay nada por lo que luchar. No hay nada por lo que vivir, excepto este banco y este parque, que más parece un estado mental que un escenario vital. Apago mi cigarrillo y, totalmente empapado, toco el ala de mi sombrero. La soledad entiende que quiero marcharme, pero no hay ningún sitio adonde ir. Soy como un vagón de tren que avanza por una vía solitaria con parada en ninguna parte. Finalmente me despojo de la ropa y me tumbo de espaldas en el suelo. Siento la tierra fría. Siento mi gélido interior. La soledad me arropa con un manto de melancolía.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (36)

Esta noche estoy llorando como cuando era un niño. Ignoro el motivo real. Solo sé que la tristeza ha entrado en mí dándome un empellón insoportable. La noche lo es con una cadencia errátil que me desconcierta. Y los ruidos de la noche emplean un tono declamatorio injustificado que me sume en un estado nervioso desconocido. Enciendo un cigarrillo y la llama de la cerilla me ofrece un paisaje fantasmagórico avivado por el humo de la primera calada. Mi rostro tiene un color parecido al añil, como teñido de glasto. Lo sé porque me he mirado al espejo antes de salir. No me preocupa que el rostro de la soledad tenga el mismo color. A veces creo que ella y yo somos uno. Mi ropa es una librea hecha jirones, como mi alma. El parque está desierto, ni siquiera las criaturas de la noche han venido a ejecutar su danza sin sentido. No hay luna. No hay estrellas. No hay sentimientos, ni pensamientos oscuros. No hay nada. Ya no lloro y olvido por completo el episodio de la tristeza. Apago el cigarrillo y mi espíritu se enajena de manera histriónica. No me comprendo. Cuando más me siento vivo es cuando estoy muerto en este parque cementerio. La soledad me mira sin dar importancia a mi estado de ánimo y eso me reconforta un tanto. Me alejo unos metros descalzo y desnudo mi alma en la noche. En el banco queda la soledad junto a mis zapatos. Intenta seguirme, pero le hago un gesto con la mano. Se detiene. Desaparece. Me muero.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (35)

A veces creo que nada ni nadie podrá ensalmar mi espíritu, hostigado por pensamientos propios y, en ocasiones, también foráneos, de los que no acabo de determinar su origen. En ocasiones, percibo que la soledad se apiada de mí e intenta lisonjearme con palabras mudas llenas de buenas intenciones, pero todo es inútil. Mi alma se encuentra varada en un promontorio de basura abstracto, incapaz de remontar el vuelo hacia horizontes más claros. Sentado en mi banco del parque, con la soledad por única compañía, enciendo un cigarrillo para exhalar el humo hacia el ambiente fresco y plomizo. Mientras mi cuerpo se aferra a este banco, mi espíritu queda lejos, vagando por un valle de sombras en el que predominan el color y el olor a azufre, y también la ausencia de luz. Mis pensamientos caen al subsuelo doblegados por el naufragio de mi propia subsistencia. Estoy dolido conmigo mismo, aunque hace tiempo que olvidé los motivos. No intento recuperar experiencias que alguna vez me parecieron enriquecedoras y que hoy no son nada más que un espejismo que flota en el aire a lo lejos. Solo espero que llegue la noche para camuflarme entre las sombras y no ser visto. Beber del elixir de la inexistencia de remordimientos para poblar definitivamente el valle de las sombras. La soledad me mira con expresión grave y me dice en un susurro que así estamos bien. Pero yo no acabo de creerlo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (34)

A veces creo que soy invisible. Que si un ejercito de humanidad desfilara ante este banco del parque ninguno de sus componentes repararía en mí. Esta circunstancia, lejos de mellar mi estado de ánimo, me reconforta. No quiero conocer a nadie, a nadie más. La gente siempre acaba decepcionándome así como yo decepciono a los demás. Por eso creo que la soledad, sentada a mi izquierda desde hace unos momentos, me ha elegido para ser su compañero. Ella y yo no podemos decepcionarnos porque nada nos exigimos salvo la mutua compañía que compartimos cada noche en este banco. Enciendo un cigarrillo debajo de la farola fundida, y que siga así. Las sombras y los espectros están tan acostumbradas a nuestra presencia que ya ni siquiera nos acosan ni nos saludan. No hay luna. No hay estrellas. Solo un silencio atronador que junto a las demás circunstancias produce una sinergia que engulle mis reflexiones yermas, mis baldíos pensamientos. Siento escalofríos que solamente puedo paliar ignorando mis estúpidas deliberaciones. Mi interior es un campo de batalla en el que combaten dos facciones compuestas por soldados muertos. Apago mi cigarrillo en la tierra húmeda y suspiro mirando un punto indefinido a lo lejos. Caigo en un estado hipnótico que me lleva hacia algo parecido al mutismo. La soledad me susurra un verso al oído, un verso maldito y triste que concuerda exactamente con mi estado de ánimo. Me giro hasta contemplar su rostro. Es como si me hubiese mirado al espejo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (33)

El misterio de la noche se me antoja insondable. Como insondable es el secreto que se aloja en mi interior. Durante el día me dedico a no existir para acabar viniendo a este banco del parque en el que en teoría me siento y observo. Y en parte así es, pero los que me conocéis sabéis que en realidad vengo aquí para sentirme vivo. Vengo porque tengo una cita con una dama muy especial. Hoy ella ya estaba sentada cuando yo he llegado y me he encendido mi cigarrillo. La noche es especialmente silenciosa. Ha llovido durante todo el día, barriendo la polución de un plumazo, lo que propicia que se vean unas cuantas estrellas escoltando a la luna, que está en cuarto menguante. Este extraño silencio me desconcierta, me duele. No escucho el canto de los animales ni la danza de las criaturas de la noche. A lo lejos veo transitar a un hombre con gabardina y sombrero calado. La distancia es grande como para que repare en mí. No obstante se lleva la mano al sombreo y se toca el ala a modo de saludo. Siento un escalofrío y me entran ganas de seguirle pero la soledad me toma el brazo. En un susurro me dice que es una trampa, que el que nos ha saludado no es una persona. La creo. Nunca hay nadie en el parque salvo los habituales. La soledad me explica que hay criaturas que se muestran como personas, pero que en realidad no lo son. Le agradezco el detalle mostrándole lo que pretende ser una media sonrisa y apago el cigarrillo. Me descalzo y hundo los pies en el barro. Solo entonces escucho el canto de los grillos y el ulular de la lechuza. El silencio se rompe y mis pensamientos empiezan a fluir a velocidad vertiginosa. Unos pensamientos tan inútiles como la inexistencia de cordura. Las sombras, que antaño me acechaban, inician su danza macabra. Huele a tierra mojada, a cementerio encantado, a poemas muertos. Me observo a mí mismo sentado en el banco junto a la soledad. Mi perspectiva es ahora la del tipo del sombrero.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El problema de la Educación

Recuerdo que estudié en un sistema en el que primaba el esfuerzo, como no puede ser de otra forma. Estudiábamos en los colegios hasta octavo de E.G.B. (Educación General Básica) y si aprobábamos obteníamos el Graduado Escolar, aproximadamente el equivalente al actual Graduado en Secundaria. Hay un par de diferencias: En EGB estudiábamos hasta los 14 años; a pesar de que ahora se acaba la E.S.O. (Educación Secundaria Obligatoria) con 16 años, se salía más preparado antes que ahora. No obstante, el antiguo sistema guardaba un problema: quienes no querían seguir estudiando se encontraban con que no podían trabajar hasta los 16. De ahí que en la primera reforma educativa de la democracia se prolongara la secundaria obligatoria un par de años más, para evitar el vacío de dos años en el que se encontraban muchos chavales. Además se impuso la obligatoriedad de estudiar la secundaria a todos los críos, independientemente de su clase social o ideas. Algo que teóricamente parece lógico. En la práctica, estos postulados progresistas se han mostrado inviables, ya que la obligatoriedad de las clases ha incrementado sensiblemente las cifras de fracaso escolar. Desgraciadamente, he presenciado muchas veces casos de niños que con 12 años dicen que no quieren estudiar y lo que les queda por delante son cuatro años secuestrados en un instituto por el sistema.
Esta generación de niños no se parece en nada a la mía. Mientras yo jugaba a indios y vaqueros, al escondite y a pedirle a mis padres una bicicleta que no me podían comprar, los niños de ahora han tenido y tienen de todo. Muchos de ellos, la primera vez que oyen la palabra “no” es en el instituto, y claro, no la entienden. Así es muy difícil educar. Por otra parte, la LOE-LOGSE que ahora es LODE (demasiados cambios), nunca se ha implantado de forma definitiva, sobre todo en cuanto a partidas económicas. Muchos de los alumnos no están preparados para estar en un aula de ESO, bien porque, aunque tengan la edad, no tienen conocimientos previos suficientes, o bien porque tienen trastornos importantes de conducta, o ambas cosas. Son críos en los que deberían entrar de lleno las medidas de atención a la diversidad, atendidos en aulas de grupos reducidos por profesores con cualificaciones especiales. Pero claro, esto cuesta un dinero que jamás se ha llegado a invertir completamente.
Con este panorama no es extraño que España aparezca mencionada en todos los informes internacionales por sus malos resultados en Educación. Pues bien, con este paisaje, en vez de mejorar los recursos, en todas la comunidades autónomas regidas por el PP, se ha decidido hacer recortes en la Escuela Pública como parte de las medidas de austeridad frente a la crisis económica que nos afecta. Los profesores hemos protestado y ante nuestras protestas, los gobernantes nos han tachado públicamente de vagos por no querer trabajar dos horas más, como parte de la maquinaria propagandística de apoyo a sus medidas. Lo cierto es que los profesores no protestamos por eso. Muchos ya trabajamos 21 horas en años pasados (no 20, como proponen los legisladores), y no hemos protestado. Tampoco hemos dicho nada cuando nos han bajado el sueldo como a todos los funcionarios.
Si protestamos es por la masificación de unas aulas que en ciertos institutos llegan a albergar a 45 alumnos; por la reducción del número de desdobles en asignaturas en que, por sus particulares contenidos, la clase se dividía en dos y era atendida por dos profesores; por la desaparición de horas de laboratorios que en asignaturas como Biología son imprescindibles; por la reducción del número de optativas que impiden que el alumno se especialice en base a sus preferencias; por la desaparición de las tutorías en gran parte de los centros; por la reducción o eliminación de las actividades extraescolares; por la impartición de horas por parte del profesorado que no son de su especialidad; por la menor atención a los alumnos con problemas de aprendizaje debido a la eliminación de profesores de educación compensatoria; por la desaparición de profesores de audición y lenguaje. ¿Sigo?
La masificación y esas dos horas lectivas más que, por norma nos obligan a dar, han propiciado que este año desaparezcan de los institutos de Madrid más de 3000 profesores que son más que necesarios. Ya el año pasado suprimieron a 1500. Y esto en un año en que la matriculación en las escuelas públicas ha aumentado un 10%, ya que los ciudadanos que antes llevaban a sus hijos a concertados y que se han quedado en paro necesitan plazas públicas para sus hijos.
Todas estas medidas aplicadas sin ningún criterio lógico ni razonable, generarán un desastre de imprevisibles consecuencias si los gobernantes no dan marcha atrás. Todos asumimos que estamos en crisis, pero aun así, no se deberían escatimar recursos ni para Educación ni para Sanidad, que deben ser públicas para garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos, independientemente de que haya colegios y clínicas privadas para quienes quieran y puedan permitírselo. La huelga en la Enseñanza está más que justificada.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (32)

Me comporto tal y como lo haría un actor interpretando una comedia de Wilder. Paso mi día mezclando e intercambiando sensaciones y sentimientos. Nadie nota la inabarcable negrura que puebla el interior de mis entrañas. No lo notan porque no les dejo que lo hagan. Y cada noche vuelvo a mi verdadero hogar, a este banco del parque donde, a pesar de lo que pueda parecer, me siento más vivo que cualquiera. Sí, vivo en un ambiente sepulcral de muertos. Enciendo un cigarrillo para notar que la soledad se acomoda a mi izquierda con una media sonrisa. La miro de soslayo durante breves segundos para, acto seguido, hundirme, resbalar más bien, por el respaldo de mi banco. Vuelve a haber tormenta, aunque en esta ocasión los relámpagos y los truenos se perciben lejanos. Hace un aire espantoso que me trae el aroma a tierra mojada, levantando el polvo y la hojarasca. Las sombras y los espectros han formado una fila, una especie de comité de bienvenida. La formación permanece quieta unos instantes y después se desvanece de manera anárquica en estallido mudo. Es como si una cuadrilla de luciérnagas chisporroteara dando bandazos sin rumbo, a la manera que lo harían unas bolas de billar sobre el tapete, pero a velocidad vertiginosa. La tormenta se acerca y mis sentimientos atraviesan mi piel para caer al suelo lentamente. Me despojo de ideas absurdas e inútiles y me invade una sensación de tristeza imponderable, de melancolía descafeinada con sabor a amargura. Caen las primeras gotas que en unos minutos se convierten en bolas de granizo que me golpean con violencia. Me siento muy vivo. Me siento tan vivo que tomo la mano de la soledad, ahora ruborizada como una adolescente. Ambos nos dejamos martillear por las esferas de hielo y experimentamos un frenesí gélido, como de otro mundo. Las sombras y los espectros nos miran impertérritos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (31)

En el día de hoy, diversas circunstancias que no vienen al caso han soliviantado mi agotado espíritu que de por sí intenta sobrevivir maltrecho y herido. De manera insólita, la soledad ya ocupaba su sitio en mi banco del parque cuando he llegado, señal de que hoy me siento más solo que nunca, y ya es difícil. Me acomodo a su lado, le hago un gesto imperceptible a modo de saludo que ella interpreta de la forma adecuada y enciendo un cigarrillo antes de dedicarme a observar la noche. Suspiro como si el hecho de hacerlo me salvara de descender por un gran abismo que conduce a la nada más absoluta, y quizá sea cierto. El humo cálido del cigarrillo en mi pecho me devuelve a la zozobra de sentirme vivo y ello me reconforta, pues sentir, aunque sea desde la atalaya de la tristeza, me mantiene atado a este cuerpo que ha vivido mejores días. Me agarro a mi baño de luna, frío, que me aporta el punto gélido que necesito en estos momentos. Vomito versos malditos en mi cabeza para intentar parar el vertiginoso flujo de pensamientos infructuosos que torturan mi mente. Son versos que debería plasmar en un papel para dejar constancia de mi precaria demencia, por muchos episodios de cordura que, como adusta patología, combate con la sinrazón más absoluta. La soledad imprime a su semblante un ligero gesto de preocupación; la veo ligeramente turbada. En el fondo, teme que definitivamente tome la senda de la locura más absoluta. Aunque yo sé que eso no sucederá. Sé demasiado bien que la demencia y la cordura han elegido este cuerpo mío cansado ya de tantas vicisitudes como cuadrilátero para sus disputas. Un combate que ninguna de las dos ganará, que acabará en tablas. Una pelea tan eterna como la existencia de mi yo devaluado. Apago mi cigarrillo. Se apaga la luz de la luna y fenecen mis esperanzas vanas de que algún día la luz del sol ilumine mis días.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (30)

Disiento de los que piensan que dirigen sus vidas como si fueran coches automáticos último modelo. No me fío de las personas tan seguras de sí mismas, más si no fuman ni beben. Enciendo un cigarrillo al abrigo de mi banco del parque y echo una mirada de soslayo hacia mi izquierda. Por algún motivo, esta noche la soledad no aparece. Mi día no ha sido malo. Incluso podríamos decir que ha sido un día magnífico para mis intereses si no fuera porque esta vida me importa un carajo. La porción de hombre vanidoso que aún anida en mí, me temo que por siempre, intenta sentirse orgulloso de los hechos por él protagonizados. Y yo me reiría a carcajadas si todavía me quedaran sonrisas y no un semblante con rictus triste y melancólico, un rostro de hombre serio e imperturbable que sin embargo es incapaz de dejar la mente en blanco, pues siempre se haya contaminada de pensamientos estúpidos. No hay luna y el canto de los grillos resuena para nada. Incluso el ulular de la lechuza, tan relajante otras veces, esta noche suena misterioso y espeluznante. Las primeras sombras cruzan miradas con los espectros y se aseguran de mi presencia para empezar su danza ritual sin sentido. Hoy no me apetece bailar entre ellos. Hoy me siento un espíritu insuflado de una porción de optimismo que en absoluto casa con el ánimo de las criaturas de la noche. La soledad sigue sin venir a visitarme. Apago el cigarrillo entre reflexiones áridas y cuando levanto la mirada siento que no estoy solo. Sentada en una rama de un árbol próximo la soledad me mira con la melancolía poblando su faz de ser incorpóreo. Intuye que la he abandonado, pero cuando le guiño un ojo en un gesto lleno de complicidad, ella hace un mohín pícaro. Ya está acomodada a mi izquierda y a mí me está apeteciendo danzar con las sombras. Todo está en su sitio. Todo está como siempre.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (29)

Esta noche la luna se oculta tras grises nubarrones que presagian lluvia. Tormenta dentro y fuera de mi estado de ánimo cuya descripción es inenarrable. Enciendo un cigarrillo y me siento en mi banco del parque. No transcurren ni un par de minutos cuando siento que la soledad se ha acomodado a mi izquierda, como cada noche. Mis pensamientos resbalan por mi piel hasta caer al suelo a plomo. Tras un relámpago y un trueno cuyo sonido reverbera violentamente por el entorno, comienza la lluvia. Un chaparrón violento que me apaga el cigarro y que golpea todo lo que se antepone a su paso. Yo me empapo mientras observo que la soledad no se moja ni un ápice; ella es impermeable a las inclemencias del tiempo. Permanece imperturbable mientras mis esperanzas inexistentes se esfuman por los regueros de agua que penetran en la tierra. Parece como si la tormenta hubiese espantado a las criaturas de la noche con el repiqueteo de las gotas de agua que se han convertido en granizo. No hay ni un alma en el parque que se ha convertido en un paraje aterrador. Curiosamente esta noche estoy más a gusto que nunca. Decididamente esta noche la existencia me parece más real que nunca. Me parece perder la escasa cordura que me queda cuando me sorprendo descalzándome y hundiendo los pies en el barro. Inicio una danza macabra que por una sola vez ilumina mi espíritu cuando los retazos de la luz de un rayo entran en mí violentamente. Ya no controlo mi baile. Me muevo sin control de mí mismo con energía vital renovada. La soledad se aleja por una vereda que lleva a ninguna parte. Y yo la sigo sin poder contener esta maldita danza que parece que me ha poseído. El banco se queda vacío.

martes, 13 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (28)

Esta noche el escenario del parque está lleno de matices. La luna está casi llena, lo que propicia el canto de los grillos y el ulular de la lechuza. Enciendo un cigarrillo y me retrepo un poco en el banco. La soledad está nerviosa. No le gusta que haya tanta luz, tanta actividad nocturna y, lo que es peor, las sombras, los espectros y otras criaturas de la noche que poco a poco van haciendo su aparición. Mientras apuro el cigarrillo calada a calada, noto que me pesa el alma. Este espíritu mío tan desolado no levanta cabeza, algo que ya me es del todo indiferente. Reflexiono sobre los insustanciales acontecimientos del día, inútilmente. Intento vislumbrar el día de mañana, pero una espesa niebla gris en mi cabeza me lo impide. No hay mañana y mi hoy ya pertenece al pasado. Solo existe este parque, este momento que hace que mis sentidos se agudicen o se atrofien dependiendo del momento. Las sombras bailan una danza macabra mientras los espectros las contemplan impertérritos. La soledad hace un mohín que expresa incertidumbre. Yo sencillamente observo y aprendo, no vaya a ser que el día de mañana yo sea una sombra o un espectro. Mis pensamientos estériles vagan por el entorno y me pregunto si no son ellos los que mueven a esas criaturas nocturnas. Nunca lo sabré porque, aunque intento dejar la mente en blanco, no puedo. Es imposible parar el baldío baile de ideas. El jodido flujo de pensamientos hieráticos yermos. Veo de lejos a la soledad en un episodio de percepción sorprendente. Me observa con mirada iracunda y recriminatoria. Cuando quiero darme cuenta, me sorprende estar bailando con las sombras.

domingo, 11 de septiembre de 2011

José Luis Muñoz, última cosecha

El verano es época de cafés en las terrazas, de paseos, y de descansos en los bancos de los parques, eso sí, siempre con una novela bajo el brazo. Es el momento de rescatar de los anaqueles de las estanterías esos ejemplares dedicados que uno ha ido adquiriendo en las Ferias de Libro y en las diversas presentaciones a las que he acudido con gusto durante el resto del año. Cuando acudo a dichas presentaciones es evidente que lo hago por agrado, para escuchar las opiniones de los escritores a los que admiro al respecto de la Literatura y de sus obras. Voy a tiro hecho y raras veces me equivoco. Y en este caso, apostar por la última novela de José Luis Muñoz es ir sobre seguro.

José Luis es un tipo que nació en Salamanca y que pasó la mayor parte de su vida en Barcelona. Tras un paréntesis granadino, ahora vive en el Valle de Arán. Que estudió filología románica, que ha sido columnista en diversos medios, que es relatista y novelista, que le encanta viajar y que escribe, escribe y escribe es algo que todo el mundo sabe. Me da vértigo simplemente esbozar unas pinceladas biográficas de este autor de trayectoria tan dilatada. Por eso, es mejor que para un mejor conocimiento de la misma visitéis su blog: La soledad del corredor de fondo.

José Luis es un animal literario. Un todoterreno que ha transitado por la mayoría de los géneros y que ha publicado con editoriales grandes, medianas y pequeñas. En su haber constan premios muy prestigiosos que ha ganado con novelas de gran calidad. Creo que a estas alturas de su vida su interés se centra en publicar para dar a conocer sus obras y le da igual hacerlo en un sello que en otro. Autor prolífico donde los haya, sus últimas cuatro obras han sido publicadas casi simultáneamente en diferentes sellos editoriales.

En “Marea de sangre”, publicada en la colección Cosecha roja de la editorial Erein, nos muestra una trama en la que un guardia municipal, Ismael Ortiz, lucha por esclarecer un asesinato disfrazado de suicidio enfrentándose al elenco mafioso que constituyen las fuerzas vivas de Playa de Aro. Una ficción bien trenzada, narrada con el cinismo propio de las novelas chandlerianas y ambientada temporalmente en los ochenta, es decir, sin móviles, sin Internet y con humo de tabaco en los locales públicos. Es de destacar la labor de esta pequeña editorial vasca que ha publicado novelas de otros dos grandes escritores como son Jon Arretxe y José Javier Abasolo, constituyendo una colección de serie negra excepcional.

El año también nos obsequió con la publicación de “Tu corazón, Idoia”, publicada por la editorial Corona Borealis dentro de la colección La Historia silenciada, sugestivo nombre para una serie de novelas negras. En ella, José Luis nos narra en primera persona las vivencias de Aitor, un terrorista de ETA que se incorpora al comando Barcelona para realizar un atentado. Desde mi punto de vista, uno de los puntos fuertes de esta novela es la inmersión del escritor en la personalidad del terrorista, consiguiendo que el lector llegue a identificarse con él a pesar de ser un asesino. No deja de ser un mérito que se destila del oficio de escritor. Si bien la historia es la de un atentado, esta transcurre en segundo plano, ya que la trama principal está protagonizada por los sentimientos del protagonista, que realiza innumerables flashbacks a su tenebroso pasado. Y dentro de esos sentimientos, se encorseta a plomo la historia de amor que al final toma forma entre Aitor e Idoia, la jefa del talde. No es nada habitual que un escritor sitúe la trama de una novela en el ámbito de ETA, que por otra parte debería ser terreno abonado para la construcción de historias negras. Alguna se ha escrito, como por ejemplo “Y Dios en la última playa”, de Cristóbal Zaragoza, ganadora del Premio Planeta del 81 cuando el Planeta era un premio más transparente y con mejor criterio. Pero, en general, hay pocas novelas de la banda terrorista, supongo que por miedo a meterse en un terreno que aún a día de hoy es territorio tabú.

Sin tiempo para respirar, José Luis Muñoz publica una deliciosa novela titulada “Llueve sobre la Habana”, cuyo protagonista es el inspector Rodríguez Pachón. No es la primera vez que este cínico inspector castrista aparece en una novela del salmantino, ya que nos lo presentó en “El último caso del inspector Rodríguez Pachón”. Sin embargo, esta última novela es una precuela de la anterior y convierte a José Luis en un escritor especializado en precuelas. Publica esta historia la editorial la página, dentro de la colección Sýnoros narrativa. En ella, el policía intenta averiguar las muertes de unas jineteras, algo que consigue muy pronto, centrándose la trama en cómo poder coger al asesino, teniendo en cuenta que este es un americano prácticamente inmune debido a su condición de empleado de la embajada estadounidense. Pero la gracia de esta historia, sin desdeñar la trama negra, es el recorrido por una Habana condicionada por el bloqueo internacional. La sucesión de unos personajes pintorescos que campan por unos paisajes entrañables hace de su lectura una inmersión en una Habana fiel a la realidad, fruto de una labor de documentación exhaustiva. El uso de vocablos autóctonos, la descripción de las costumbres cubanas y la idiosincrasia de una realidad de personajes resignados a lo que les ha tocado vivir bajo las inclemencias del clima caribeño, hace más que creíble una historia que destila el amor del autor a una isla azotada por la vorágine que le ha tocado vivir. El lector se verá atrapado por una trama que vivirá paseando por las calles del Malecón.

En un par de días leí “Muerte por muerte”, publicada en abril de este mismo año por la editorial Bicho. Este libro está compuesto por una novela corta, que compone el grueso del libro, y por dos relatos. La novela nos cuenta la historia de un profesor de Literatura que contrata a un violento turista británico de vacaciones en Ibiza para realizar un crimen por encargo. El profesor, casado y maduro, no puede por menos que ceder a la pasión que le ofrece el adolescente cuerpo de una alumna que termina por atraparle en una pasión enfermiza, al estilo de “Lolita” de Nabokov. El crimen es consecuencia del miedo del profesor a que su alumna eche por tierra su matrimonio y su carrera. Pero el británico no comete el asesinato según lo pactado, lo que genera una segunda trama. José Luis, a pesar de lo execrable de la actitud del profesor, consigue que el lector se identifique con él, al modo en que los lectores de “Crimen y castigo” se identifican con el asesino Rodion Raskolnikov.

El libro continúa con el relato “Fase terminal”, una historia negra de venganza, de personajes marginales carcelarios cuyas acciones reciben el desquite por acciones pasadas. Y finaliza con “Le roman du coeour”, un relato intimista que narra la persecución de una viuda al receptor del corazón de su marido muerto, que lo porta ilícitamente, ya que a ella le hicieron firmar un papel en el lecho de muerte de su esposo del que desconocía el contenido. Lo curioso de este relato es que inspiró al escritor su novela “El corazón de Yacaré”.

Ciertamente, los lectores de tan excepcional como prolífico autor no podemos quejarnos por la cadencia regular y continua en el ritmo de publicación de sus novelas. Y a pesar de esto, ya nos preguntamos cuándo volveremos a disfrutar de otra de sus historias y cuál será la temática de la misma.

Mi banco del parque (27)

Cuando vengo a este banco del parque por la noche lo hago solo, nadie me acompaña. Y al cabo de unos míseros minutos, desdichados como mi existencia, la soledad se sienta a mi izquierda. Es entonces cuando enciendo mi cigarrillo y noto que no falta nada, ni siquiera mis reflexiones inútiles, mis pensamientos fallidos y mi espíritu atormentado. Así ocurre todos los días y así ha ocurrido hoy. Según va avanzando la noche parece que no pasa nada, y así es en cierta medida, pero cada noche es distinta. Hay matices, como por ejemplo la luz de la luna en función de la cual aparecen más o menos criaturas de la noche de las que ya he hablado, seres de otra dimensión y que sin embargo nos rodean. Me refiero a espectros, sombras y espíritus que en otro tiempo poblaban nuestra dimensión física y ahora permanecen errantes por diversos motivos. Ignoro si cuando yo deje este valle de lágrimas seré uno de ellos, aunque a veces pienso que sí, que tengo demasiado apego a este banco. Que he dejado impregnada aquí toda la sustancia inherente a mi ser. Ya nada me sorprende. Mis expectativas vitales están condenadas al fracaso. Me he convertido en ese hombre que las madres no desean para sus hijos. Soy un alma al que han soslayado su existencia. No quiero morir. No quiero vivir. Mi voluntad pasó a mejor vida en un proceso que ahora ignoro. La soledad se compadece de mí. Y yo le digo que no merece la pena.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (26)

Suspiro por efemérides de mi existencia fantasma. Enciendo un cigarrillo y soporto una vez más esta levedad mía tan infame. Me encuentro en mi hogar, este banco del parque que se ha convertido en el lugar más agradable de todos los que conozco. La soledad intenta imprimir a la noche un atisbo de cordura irracional. Me mira y hace un gesto de contrariedad para acabar susurrándome algo ininteligible. Hago como que no la escucho, aunque le hago un arrumaco imperceptible. La noche va a ser larga. Hay luna llena y la luna llena atrae todo tipo de espíritus y espectros que junto a las sombras danzarán entre la hojarasca que despiden los árboles. Criaturas de la noche de otra dimensión que sin embargo yo puedo ver desde siempre. También ellas me perciben. Y yo me pregunto si no seré una de ellas aprisionado en este cuerpo humano. Más de una vez la soledad se ha puesto celosa y has espantado a todos esos fantasmas. A mí no me molestan, pero ella está acostumbrada a tenerme solo a mí. A mí no me molestan. Soy un espectro de la noche.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (25)

Me mueve el silencio que nace de lo más hondo de mi corazón. Adoro ese silencio, que lucha contra el torrente de pensamientos que fluye de mi mente y que me aborda en cada instante. Intento practicar ese mutismo cada noche, en este banco del parque, consiguiéndolo solo en algún instante preciso. La soledad no me molesta. Ella se acurruca a mi izquierda y me deja hacer. Pero yo no sé hacer nada específico, salvo encender mi cigarrillo y vagabundear mentalmente por este parque, desde este banco tan mío. Me sorprenden desde la luz de la luna hasta las siniestras sombras sin dueño que pueblan este lugar. Y no obstante me siento a gusto, aunque decir esto sea un eufemismo. Sorteo como puedo errores pasados que vuelven hacia mí sin el más mínimo atisbo de compasión. Y evito pensar en un futuro que para mí no existe, por mucho que calcule mis posibilidades. La soledad me mira indiferente, pero yo sé que disimula. En el fondo sé que se ha acostumbrado a mí y que me desea suerte. Aunque sea en ese silencio sepulcral que a ella también la envuelve. Creo que esta noche estaré aquí más tiempo del preciso.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (24)

Estoy cansado de coleccionar episodios vitales infecundos. Al final, después de todo, cada noche acabo sentado en este banco del parque viviendo mi verdadera vida y a mi lado se acomoda la soledad, fiel como un amor verdadero. Enciendo un cigarrillo y sostengo como puedo mis pensamientos en un acto inútil de disciplina fortuita. Calculo que los grillos empezarán a ejercitar su canto en segundos. La luz de la luna tiñe de blanco mis gestos inexistentes que a lo largo de la noche se mostrarán oscuros. La soledad transpira indiferencia y me dice que confía en mí. No sé a qué se refiere y tampoco me importa. Espero como cada noche una solución a esta angustia trascendental que me aqueja. Pero me temo que ninguna luz va a alumbrar el camino que debo seguir, si es que debo seguir alguno. Me temo que estoy condenado a vagar eternamente por este parque y a reflexionar en este banco acompañado por mi dama. El canto de los grillos se mete hasta los rincones más impenetrables de mi alma. El ulular de la lechuza me dice que esta noche no va a ocurrir nada. Para variar.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (23)

La noche está llena de sombras que no pertenecen a nadie. Las veo deambular constantemente por el parque queriendo pasar inadvertidas. La soledad me enseñó a verlas y a identificarlas por su naturaleza. Normalmente son inofensivas, pero no siempre es así. Enciendo mi cigarrillo y un par de sombras se acercan a la llama. Cuando la apago, se marchan muy rápidamente. Como se marchan más y más pensamientos que no paran de fluir como un estéril crepitar de vibraciones. Tardo en darme cuenta de que la soledad me ha dejado solo. La veo en una farola lejana hablando con las sombras. Se entienden perfectamente, por lo que no es la primera vez que hablan. Ignoro el contenido de las conversaciones. No me importa en absoluto, ¿por qué habría de importarme? No me interesa ni siquiera lo que yo mismo pienso. Lo que siento hace tiempo que dejó de ser importante. Lo que hago o dejo de hacer, aparte de aleatorio es totalmente inútil. La soledad vuelve a acomodarse junto a mí. Me pide un cigarrillo y le digo que los espectros no fuman. He herido sus sentimientos. Y además, ¿qué carajo sé yo de los espectros?

lunes, 5 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (22)

Esta noche me ha sorprendido que hubiese una persona sentada en mi banco. Sin tiempo para reaccionar, la soledad se ha sentado al lado del transeúnte despistado y este ha salido huyendo despavorido. Me temo que le mostrado el peor de sus rostros. Me acomodo junto a mi dama y enciendo un cigarrillo. Llueve, pero es una lluvia finísima que resulta agradable. Nieva en mi alma, cuya costra gélida ni se inmuta. Miro el cielo para comprobar que la luna guía a las criaturas de la noche. Después reclino la cabeza y doy la última calada. Pienso en lugares que nunca he visto como si fuera la última reflexión. Rememoro episodios inconclusos de mi vida como si fuera el último recuerdo. Contemplo a la soledad como si fuera la última vez que la viera. Noto la zozobra en mi estado de ánimo, a pesar de que mi compañera intenta infundirme su aliento vital inanimado. Empiezo a pensar que este parque no existe, que es una jugarreta más de esta imaginación mía adulterada y maltrecha. Empiezo a pensar que soy un espectro de la noche, aunque los espectros no fuman.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (21)

Sentado otra noche más en este banco del parque en el que pone mi nombre. Sigue sin haber luz eléctrica, pero esta noche hay luna. También hay sombras, de las que suelen acechar a los transeúntes, solo que no hay nadie, excepto yo y la soledad, y a nosotros hace tiempo que nos dejaron por imposibles. Enciendo un cigarrillo y me dedico a contemplar la nada. Estoy harto de gritar silencios que no conducen a ninguna parte. Siento un frío eterno que me congela el alma, una sensación gélida cuya raíz parte de mí mismo. Las ideas fluyen independientes a mi voluntad para caer al suelo de una en una para hacerse añicos. La soledad recoge los trozos, dice que va a hacerse un collar con los retazos de mi penitencia. El parque parece un campo abonado cuya cosecha yerma de flores marchitas nadie recogerá. Apago el cigarrillo y el canto de los grillos cesa, solo por unos momentos, segundos que aprovecho para darme un baño de melancolía inútil. La soledad me mira de soslayo y sonríe por primera vez desde que me acompaña. Lo insólito de la situación me roba una mueca que pretende ser una sonrisa. Ella me guiña un ojo.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (20)

Incertidumbre. No certeza. Realmente no estoy seguro de nada y desconfío de las personas tan seguras de sí mismas. En este momento solo sé que la luz de la farola que alumbraba mi banco hoy no luce. Es la única que no lo hace de entre la precaria hilera. Así que enciendo un cigarrillo prácticamente a oscuras y la brasa alumbra el entorno más que de costumbre. Empieza a hacer frío. Entrecruzo las piernas y apoyo la barbilla en el pecho. La soledad me mira con ojos de clemencia fingida, si la conoceré yo. El viento agita las copas de los árboles y mis pensamientos. Habitan en mí esta noche sentimientos vacíos y mi inapetencia está en todo su esplendor. Hay ruidos mudos que se entremezclan con silencios estruendosos danzando con la hojarasca. Suspiro por las noches antiguas en las que nunca fui feliz. La muerte me pregunta al oído por la dama que me acompaña y ella le da un zarpazo que la hace huir. Para mí que se ha puesto celosa. No permite que nadie me acompañe. Ni siquiera alguien tan solemne y elegante como quien me ha hecho la pregunta. La soledad me protege hasta de ella.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Mi banco del parque (19)

Veo anochecer en mi banco del parque. Quizá he venido demasiado pronto porque la soledad todavía no ha llegado. Me distraigo en observar a los últimos transeúntes que, con las manos en los bolsillos y mirada huidiza, toman el camino de su casa. Yo también podría hacerlo, pero este banco se ha convertido en mi verdadero hogar. Enciendo un cigarrillo mientras escucho las notas lejanas de un violín. El músico no debe de ser de aquí; solo los centroeuropeos son capaces de interpretar tan delicadamente a Mozart. Poco a poco la noche se tiñe de negro. La música se apaga y es sustituida por el recurrente ulular de la lechuza. A mi izquierda se ha situado la soledad, que ha aparecido de repente y sin decir nada, ni siquiera un tímido saludo. La luna nueva alumbra con luz remozada de sentimientos atroces, los que me atormentan con inútil empeño, los que intentan echar raíces en mi espíritu angustiado. Las estrellas brillan en una ausencia premeditada que conduce a mis ojos hacia una de las farolas oxidadas. Bajo su reflejo observo la comitiva que acompaña a un cadáver que no existe. Los espejismos no son solo consecuencias de lejanos desiertos. Mi vida es un desierto.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La demagogia de la Administración Educativa

Esta mañana, nuestra querida presidenta de la Comunidad de Madrid (eso sí, elegida democráticamente en fechas recientes), ha vuelto a dar una vuelta de tuerca a la maquinaria propagandística que tanto ella como la consejera Lucía Figar han puesto en marcha para desprestigiar a los profesores. El eje de esta propaganda consiste en decir que los profesores trabajamos poco y que vamos a hacer una huelga porque nos han puesto dos horas más de trabajo, es decir, que pasamos de 18 a 20 horas semanales. Intentan claramente dibujarnos como unos vagos ante la sociedad, que últimamente parece obstinada en no tener criterio propio, en ser poco analítica y en apoyar todas las acciones que vayan en contra del funcionariado. Ignoro si es por envidia o por desconocimiento.

Vamos a ver... Hasta el año pasado los docentes teníamos normalmente asignadas 18 horas lectivas semanales. Además de estas, tenemos horas de guardia, en las que atendemos a los alumnos de un profesor que circunstancialmente se halla enfermo, o nos ocupamos de alumnos castigados, o bien hacemos labores de vigilancia en pasillos y recreos. Bien. Además, tenemos horas de biblioteca, en las que prestamos y recogemos libros y cuidamos del mantenimiento de la misma. También tenemos horas complementarias en las que nos dedicamos al mantenimiento de aulas, laboratorios y talleres. Las clases no se dan porque el Espíritu Santo nos ilumina y surge un torrente lingüístico que nos hace dar clases magistrales, sino porque dedicamos horas a preparar cada clase y cada práctica. Ah, también elaboramos exámenes y los corregimos. Y miramos los cuadernos y los trabajos, muchas veces en casa, por las tardes, robando tiempo a nuestras familias.

Cuando me ha tocado impartir asignaturas nuevas me ha tocado prepararlas a conciencia. Si sumo las horas me salen más de 60 semanales y me quedo corto. Fui jefe de estudios durante cinco años en las que asistí a mi instituto por la mañana y por la tarde. Y el año pasado estuve a 21 horas lectivas, por lo que lo de las 18 horas que mencionaba antes es orientativo. Nunca he protestado porque no me importa trabajar, estoy acostumbrado. Se me olvidaba la atención a padres, las reuniones, los claustros, las tutorías... ¿Sigo?

Cuando Esperanza Aguirre dice que solo trabajamos 20 horas refiriéndose solo a las horas de docencia directa miente. Realmente, el aumento de 18 horas a 20 por ley y meternos a 30 alumnos por clase volviendo a la prehistoria ha propiciado que en los institutos haya menos profesores. Si protestamos es por el detrimento en la calidad de la Enseñanza. La Administración Educativa sigue haciendo méritos a salir los primeros en todos los informes internacionales, pero por la cola. No nos importa trabajar, ni siquiera cobrar menos, ya que no dijimos nada cuando nos bajaron el sueldo un 10%. Si las medidas se aplican, los alumnos saldrán menos preparados, aún menos. Eso realmente es lo que nos indigna a los profesores junto al hecho de no recibir el suficiente apoyo por el resto de la sociedad.

Señora presidenta y señora consejera, dejemos de hacer demagogia. Por mucha crisis que haya, la Educación y la Sanidad deberían ser intocables.