Hicimos cuentas y pagamos al Pato la parte proporcional. Tendríamos cigarritos de la risa para toda la noche y nos sobraría. Fue el propio Pato quien hizo los honores y lió un canuto de dos papeles que nos fuimos pasando para acompañar la bebida como era debido. En el momento álgido, el Pepe dijo que había comprado dos tripis a un colega de su barrio. El LSD no formaba parte de mis pretensiones aquella tarde, pero el Chino no le hizo ascos. Así que los dos se colaron medio cada uno, dejando otro medio para el concierto. No sé si todos hacían todas estas cosas que narro en los tiempos de la movida, pero nosotros sí, y puedo asegurar que mucha gente llevaba el mismo rollo.Estábamos tan a gusto en aquel banco que cuando quisimos darnos cuenta faltaba media hora para que empezara el concierto de los Kinks, porque ese era el objetivo de la noche. Tierno Galván había contratado al mítico grupo para tocar en el rockódromo de la Casa de Campo totalmente gratis cuando su caché en cualquier parte del mundo por aquel entonces era de a dos mil pelas por barba por lo menos. Así era el alcalde. Y nosotros, tan contentos, claro. Nos acabamos el güisqui en un santiamén y nos fuimos en busca del coche del Pepe, mejor dicho, del coche de su padre. O aquel hombre no sabía cómo ni con quién se movía su hijo o su sentido común brillaba por su ausencia. De otra forma, no se entiende que pudiera dejarle el coche a su hijo, un renault 18 ranchera nuevo. Haciéndome mis cuentas, pensé que era imposible atravesar Madrid de punta a punta en media hora. Me equivocaba. El Pepe arrancó y salió chirriando ruedas a toda leche. En cinco minutos habíamos cogido la M-30. Nunca había experimentado un trayecto en coche tan inquietante ni creo que lo vuelva a experimentar. Desde luego, era evidente que la percepción del Pepe estaba bastante distorsionada por el alcohol, los porros y el LSD, porque iba conduciendo a toda pastilla como si la carretera fuera un vídeo-juego. Cuando vi el estadio Vicente Calderón no me lo podía creer. El Pepe seguía adelantando coches por la derecha, por la izquierda y por el arcén y tocaba el claxon como si estuviera poseído por el demonio. No tardamos en alcanzar la valla del rockódromo, en la carretera de Extremadura. No había ni un sitio para dejar el coche y faltaban menos de cinco minutos para que empezara el concierto. De repente, el Pepe frenó en seco y metió marcha atrás.-¡He visto uno! -dijo con los ojos desorbitados.
Yo también lo había visto, pero ahí no cabía un coche, y menos con la maniobra que se debía de hacer para meter el vehículo en batería contra la valla. Pero el Pepe no se lo pensó. Llegó hasta la altura del hueco, la rebasó un poco, inició la maniobra y lo metió. Vaya que si lo metió, rayó ambos laterales del coche de su padre y quedamos atrapados entre los dos coches adyacentes. Ante la imposibilidad de abrir las puertas, los cuatro salimos por la puerta del maletero.Antes de entrar, compramos dos litros de cerveza y nos plantamos en el rockódromo cuando sonaban los primeros compases del "You really got me". Lo habíamos conseguido. El rugido del público se oyó como debían oírse los vítores de los romanos en el Coliseum. La noche era perfecta y nosotros éramos jóvenes. Antes de bajar a la arena, el Pato nos enseñó una papelina de coca y nos dijo que si queríamos compartirla. Ahí sí, los cuatro estuvimos de acuerdo enseguida. El concierto estuvo genial, los Kinks se vaciaron. Había transcurrido una hora desde que sonara el último compás y ya quedaba mucha menos gente por allí. Nosotros dimos cuenta del penúltimo litro de cerveza sentados en la arena y antes de marchar nos metimos unas rayas allí mismo. Regresamos al coche y los dos de los laterales ya se habían ido, así que pudimos entrar al vehículo como las personas. Nos estuvimos riendo un rato antes de subir, incluso el Pepe. El desaguisado que le había hecho al coche de su padre era considerable. En el trayecto de vuelta no hablamos. El Pepe puso el loro y "Radio Futura", "Burning", "Ilegales", "Siniestro Total", "Parálisis Permanente" y otros llenaron el coche de música, nuestra música. La conducción por parte del Pepe era ya mucho más relajada. Se había comido en el concierto el segundo medio tripi, nos habíamos inflado a porros y a cerveza y nos habíamos metido unas rayas, pero aún así, el tío llevaba el coche con un control muy aceptable. Salimos de la M-30 por la salida de La Elipa. El Pepe iba confiado y en una de las calles ocurrió lo inevitable. Le dimos por detrás a un Opel Corsa. El número que vino detrás fue increíble. El Pepe, aun a pesar de haber tenido la culpa, se bajó del coche como una moto. A gritos, les pegó una bronca de campeonato a los del otro coche, cuyos rostros estaban blancos como la cera. La cara de miedo que percibí en aquellos cuatro muchachos, de nuestra edad aunque de un rollo mucho más pijo, era para verla. El Pepe, de piel morena como el tizón, a pesar de no serlo, parecía gitano y de los chungos.Una vez pasado el miedo inicial, el conductor se bajó del vehículo y, temblando, rellenó el parte. El Pepe me miraba de soslayo cuando no le veían y se descojonaba vivo.
-Ya te vale, acojonar así a los chavales -le dije.
El coche del padre del Pepe iba hecho un cromo. Una vez que rellenaron los partes, nos despedimos de los otros chicos. Todavía estaban blancos. El Pato les ofreció unas caladas del canuto que se estaba fumando, pero lo rechazaron. Se veía en sus miradas que lo único que querían era perdernos de vista cuanto antes. Y así fue, nos montamos en el coche y nos marchamos de allí al ritmo de "No mires a los ojos de la gente" de "Golpes Bajos". Ni el accidente redujo el ímpetu en la conducción del Pepe, que volvía a conducir según los dictados de su percepción que, a esas horas de la noche, iba un pelín jodida, la verdad. El caso es que al final consiguió llamar la atención y en un momento dado, vimos los reflejos azules de las luces de la policía nacional detrás de nosotros. A los pocos segundos, la sirena.
-¡Agarraros! -dijo el Pepe.Metió un acelerón que, por inesperado, dejó clavados a los maderos . Tardaron en reaccionar, pero en poco tiempo volvimos a tenerlos a unos metros.
-Pepe -dijo el Chino-, no hemos hecho nada. ¿Por qué no paras y aclaramos esto?
-Porque no me apetece dar explicaciones a los monos -dijo el otro doblando por una bocacalle de la calle Alcalá.Tras unos minutos de incertidumbre y de callejear a toda leche por el barrio de Ventas, nos dimos cuenta de que volvíamos a estar solos.
-La has cagado, Pepe -dijo el Pato-. Han estado a dos metros. Te habrán cogido la matrícula y a estas horas nos estarán buscando los maderos de todo Madrid.
-A lo mejor no. Vamos a tomarla -fue la contestación del Pepe.
No tardamos mucho en aparcar en una perpendicular de Francisco Silvela, en la misma puerta del pub, esta vez sin percances. Entramos y saludamos al Enrique, el dueño; éramos clientes habituales. Eran las seis de la mañana y el garito estaba en pleno apogeo. Después de sentarnos en una mesa pedimos cuatro birras , dos de lentejas y dos de fabada. La mujer de Enrique guisaba de fábula y era especialidad del pub servir platos calientes de madrugada. Después de comernos las legumbres pedimos unos güisquis y nos liamos una trompeta . Como era de esperar nos dio el bajón. Así que fuimos bajando al servicio de dos en dos y acabamos con la coca que nos quedaba. La coca tenía eso, que te ponía como si estuviera comenzando la tarde. Pero se nos cortó el rollo en cuanto vimos entrar en el garito a tres maderos que iban buscando con sus miradas a alguien. Pasaron por nuestro lado con la fotografía del padre del Pepe en la mano, y al Pepe no se le ocurrió otra cosa que levantarse y salir de najas . Los maderos no pasaron por alto el detalle y le trincaron del cuello en la puerta. Le pusieron las esposas con las manos a la espalda y regresaron a la mesa a por nosotros. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en la parte trasera de la lechera rumbo a la comisaría de Ventas. Uno de los maderos nos seguía con el coche del padre del Pepe.A la llegada, nos tomaron los datos, nos registraron de arriba a abajo y estuvieron una hora interrogándonos. No eran tontos, creo que se dieron cuenta enseguida de que no éramos delincuentes y que sólo éramos cuatro chavales pasados de rosca. Al menos, el Pato anduvo listo y, antes de que nos cogieran, había escondido la piedra de hachís debajo de los cojines del sillón del pub, así que estábamos limpios. Nos metieron en el calabozo y allí nos dejaron. El Chino seguía echándole en cara al Pepe que no hubiera parado en cuanto vimos a los maderos, que nos habríamos evitado problemas. Pero el Pepe, de una forma inverosímil, se había quedado dormido con la cabeza apoyada en los barrotes de la celda.Al cabo de una hora escuchamos ruido y vimos que venían los maderos. El padre del Pepe venía detrás de ellos. Abrieron la puerta y no tuvieron tiempo de advertir lo que iba a pasar. Yo sólo vi la mano del padre del Pepe, que parecía un muestrario de salchichas de Frankfurt, que se alzaba en el aire. Las dos hostias que le pegó a su hijo resonaron en la celda como latigazos.
-¡Hijo puta! ¡Cabrón! -fueron exactamente sus palabras-. ¡Tira p'a casa que te vas a enterar tú de lo que vale un peine!
Al Pepe no volvimos a verle hasta dos semanas después. Su padre le tuvo todo ese tiempo castigado en casa.Poco a poco, empezaron a llegar los respectivos padres de cada uno de nosotros y nos fuimos marchando a casa. Las retahílas de nuestros progenitores, que por aquel entonces no podían con nosotros, se repitieron en cada hogar.No fue la primera noche que acabamos en comisaría ni sería la última.
Así fueron aquellos tiempos de mi juventud en la que un alcalde, Tierno Galván, dirigía los destinos de una ciudad en la que cuajó un movimiento cultural famoso aún hoy en todo el mundo.No sé qué habrá sido del Pato, aunque la última vez que oí hablar de él estaba en el trullo . El Chino y el Pepe cayeron en el caballo . Al primero le encontraron muerto con una sobredosis de heroína en Alonso Martínez. El Pepe murió de sida. Ninguno pasó de los veinticinco años de edad.Yo ahora soy lo que nadie habría creído que pudiera llegar a ser, es decir, un tipo normal, casado, con hijos y alejado de todo aquello. Un tipo que ha podido vivir para contarlo.




Recomendaba educar guardando la relación vertical que tiene que haber entre padres e hijos, no teniéndonos que justificar siempre ante ellos porque los niños no son nuestros iguales, están por debajo y somos los adultos quienes decidimos. Si los tratamos como a un igual, pensará que él tiene la verdad, que es él el que manda, cuando no debe ser así. Decía que cuando un chico tiene dudas lo que busca es una certidumbre y ésta es determinación. Abogaba por el castigo como una manera de educar excelente, no corporal, sino emplear el aislamiento, porque al niño le encanta comunicarse. La duración del castigo debe imponerla el padre, de inmediato y en función de la gravedad. Recomendaba cambiar el eslogan de “los niños lo primero” por “la pareja lo primero”. Y no hacerse amigo del niño, pues los hijos no son nuestros amigos, sino nuestros hijos.¿Es esto tan difícil de entender?, de verdad...
